Hemos llegado a la década de los 70 y de Triana han desaparecido las fábricas de cerámica. La primera en desaparecer en 1965 fue la de Ramos Rejano y la última en irse ha sido Mensaque, que está levantando el puesto para irse a Santiponce, vendiendo como material de derribo todo lo que tiene dentro de la fábrica de la calle Evangelista, esa calle a la que ya nadie llama de San Juan, que es como la llamaban cuando en ella estaban las fraguas de los gitanos de la Cava.
Sta Ana y Montalván resisten y en Cartuja ya se habla de problemas. El cierre y traslado de las fábricas de cerámica también ha traído el cierre de algunos bares donde solían reunirse los propietarios y trabajadores de las mismas. Así cerró el bar “El Cañaveral” en la calle San Jacinto 54, bar frecuentado por toda la gente de la cerámica de Triana, desde Enrique Orce Mármol hasta el último aprendiz que rellenaba olambrillas.
Las fábricas de cerámica se fueron, las fraguas gitanas también, Triana siguió adelante y nosotros como ya va siendo tardecillo vamos a irnos a desayunar unos molletes con manteca colorá y café con leche al Bar Duero, en calle San Jacinto con Olivares. Tras ello seguiremos andando hasta la Cava de los Gitanos con parada en Pagés del Corro, en “Casa Alfonso”, donde el “Corral de la Encarnación”, para tomarnos un chupito de aguardiente antes de tirar para la calle Pureza y una vez en ella le haremos una visita a la antigua “Casa Próspero”, la tabernita que está instalada en el zaguán de la entrada principal de la “Casa Quemá”- una de las pocas casas señoriales del S. XVII que milagrosamente han quedado en pie en Triana – para después retroceder hasta Casa Balado a ver si nos ponen unas papas rellenas con las que coger fuerzas para seguir el recorrido hasta la Iglesia de La Señá Sta. Ana a ver la losa sepulcral de Don Iñigo López, pintada por el ceramista italiano Francisco Niculoso Pisano, quien tuvo su taller en la calle Ancha y Larga de Sta Ana, antigua de Olleros, hoy Pureza, en sus números 42 Y 44 y posiblemente también en unas parcelas de calle Rocío, donde hasta hace nada estuvo funcionando el cine-teatro del mismo nombre.
La lápida de Iñigo López es la más maltratada de Sevilla, ya que la pateaban las trianeras que buscaban novio. Brutal lujo trianero esto de patear un Pisano. Ya hemos visto a Don Iñigo López, el “Negro”, que era un indio americano y nos vamos a tomar unas cañas con unas tapas en el Bar Sta, Ana para terminar de preparar el estómago para unas palomas, la especialidad estrella y casi única del “Bar Bistec”, en la calle de Santiago Pelay Correa, al que aún le faltan casi dos décadas para convertirse en el restaurante popular que actualmente es. Tras el desayuno en “El Duero”, el aguardiente en “Casa Alfonso”, los vinos en “Casa Próspero”, las papas rellenas de “Casa Balado”, las tapas en el “Sta Ana” y las palomas en el “Bistec”, nos vamos al obrador y cafetería de Barquitos Loly, en Pureza 78, para tomarnos unos cafés con unos pestiños y unos tocinos de cielo y descansar antes de tirar para “El Morapio” y echar allí la tarde noche bajo su parra, sin hora fija de vuelta, pues en “El Morapio” se sabe a la hora que se entra pero no a la que se sale, como tampoco se sabe con qué o con quién te encontraras allí. Si con la celebración de un bautizo, con una reunión de progres de la época, con cantaores aficionados, con María Jiménez o Manuel Molina y Chiquetete o con grandes del cante y el baile como Chocolate y su cuñado El Farruco, y con muchos otros, como Manuel “El Titi” que es vecino de la casa. Lo que sí es seguro es que en “El Morapio”, además de todo lo demás, tomaremos caldo y pringá.
Para despejarnos de la noche en “El Morapio” nos vamos ir paseando hacia República Argentina donde ya cantan como locos los pajaritos que anidan desde 1956 en una Torre de los Remedios que lleva casi veinte años en el esqueleto. Una vez allí cruzamos hasta Virgen de Setefilla para ver si nos dan algo de desayunar en el Bar Santiago. Por cierto, esto de los pajaritos me ha recordado la cantidad de bares que había en Sevilla en los que se servían pajaritos fritos, no codornices, pajaritos cuya caza con redes y su posterior venta formaba parte de la economía de subsistencia de muchas familias. Me encantaban los pajaritos fritos, la verdad es que me siguen gustando, aunque ahora es imposible comerlos a menos que sean los que nos venden congelados los chinos, por obra y gracia de los ecologistas protectores de aves y de la economía china. A mí, qué quieren que les diga, de los chinos ya no me gusta ni la porcelana. Pero bueno, voy a dejar a los chinos y a los ecólo-jetas para ver como enjareto, tras el desayuno en el Santiago, el próximo paseo por el barrio de Los Remedios antes de que me pille agosto.
Memoria urbana del paladar (I)
Memoria urbana del paladar (II)
Memoria urbana del paladar (III)
Memoria urbana del paladar (IV). Caracoles
Memoria urbana del paladar (V)
Memoria urbana del paladar (VI)
Memoria urbana del paladar (VII)
Memoria urbana del paladar (VIII)
……
Las cookies necesarias son absolutamente imprescindibles para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría sólo incluye cookies que garantizan las funcionalidades básicas y las características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.