Capítulo III. JESUSITO DE MI VIDA…
En Nueva York, aún no ha amanecido, el día está nublado y corre un viento desapacible y racheado, pero cálido; sureste, arrastre de la lejana corriente del Golfo que viaja hacia la costa occidental de Irlanda.
Jenny ha llegado hoy muy pronto a la oficina del laboratorio de la Icahn School of Medicine, con vistas a Central Park, y trae el paraguas del revés porque quiso protegerse de los aislados goterones que empezaron a caer antes de pillar el “yellow car” y una racha de viento lo dejó para el desguace.
Enciende la pantalla de su ordenador mientras se desprende y cuelga en un perchero la elegante gabardina trench que le trajo su hermana de su último viaje a Londres y se coloca un cardigan de lana, con botones, cómodo, discreto e informal para el duro día de trabajo en la oficina.
Abre el correo mientras se dispone a ir a la máquina del café, en el pasillo, a por un vaso grande de poliuretano blanco repleto del aguachirri habitual de cada día… Pero, ¡un momento!… ¡Ahí está! ¡Responden desde Sevilla, en España!
Desean confirmar el pedido y advierten de algunas de las dificultades que podrían demorar un poco la tramitación, sobre todo, aseguran, teniendo en cuenta que ahora mismo no existen muchos vuelos regulares desde Madrid a Nueva York (o mejor, ninguno) y que el dispositivo requerirá todas las garantías y permisos de las autoridades nacionales y autonómicas por tratarse de una especie protegida por la restrictiva normativa actual vigente.
Cita, entre otros, los permisos oportunos necesarios que habrá que recabar del Instituto de Conservación de la Naturaleza; del Comité de Bioética del CSIC; del Ministerio de Sanidad; del Departamento de Sanidad Animal de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible; del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, conforme a las medidas a adoptar para la exportación de tejidos biológicos según el Protocolo de Nagoya… Además -subraya el comunicado- de otras exigencias legales para procurar y adaptar el adecuado medio de transporte por la vía civil; o militar, llegado el caso.
Con la euforia del primer momento, Jenny considera que el asunto queda así casi resuelto y que en unas horas más, 24 o 36 horas tal vez, dispondrán del tejido celular en el laboratorio.
Luego, tras revisar un poco más al detalle el contenido y el tono que se desprende del redactor del e-mail de respuesta, al otro lado del océano, empieza a considerar (mejor, a sospechar) que… bueno, quizás pueda demorarse algo más de lo necesario.
Aún no ha comprendido a lo que le tocará enfrentarse, ni sabe que el avispero en aquel apartado rincón de Europa arde ya en varias direcciones y que la propuesta ha empezado a entrar en un laberinto inexplicable, con un coste millonario de euros en tramitaciones, esfuerzos de coordinación y cientos de personas engarzadas en una trampa burocrática casi mortal. Ni tampoco se le ha ocurrido pensar en… Norberto, de Almonte.
Decidida a todo, Jenny, la secretaria del equipo de investigación avanzada del Global Health and Emergin Pathogens Institute, perteneciente al Mount Sinaí Hospital de la ciudad de Nueva York, se ha propuesto cerrar las puertas a cualquier imponderable que no sea la eficacia absoluta en la tramitación.
Con tal motivo, de inmediato envía un correo amable de respuesta a su interlocutor en el que le comunica que desde la noche anterior la superioridad de la US Navy ha puesto en alerta naranja sine die a la tripulación completa de una aeronave militar en la Base conjunta Hispano-Norteamericana de Rota (Cádiz, España) para el traslado inmediato del material.
Dicho equipo, por orden directa del Pentágono, permanecerá 24 horas en alerta máxima, listo para despegar en cualquier instante, durante las horas y los días que hagan falta. Todavía no sabe, la pobre, que no serán horas ni días, sino semanas, lo que tendrá que esperar ese equipo de tripulantes, a medio sueño, día y noche, y en relevo.
En España, Pepelu, el funcionario de la Estación Biológica de Doñana, dependiente del CSIC, está a punto de apagar la tele y acostarse, pero no ha parado de darle vueltas en todo el día al problema que le ha caído encima con la extraña petición desde Nueva York.
Sobre todo desde que recibió una llamada a primera hora de la tarde de un gerifalte de Madrid, uno de esos tocapelotas que llevan, como aquél que dice, cuatro días en el cargo y ha querido acaparar el asunto, no tanto para solucionarlo como para que no se mueva nada sin su debida autorización y sólo sabe hacer admoniciones y advertencias si no se cumple a rajatabla lo que él dicte en persona sobre el caso.
– Mire, José Luis…, si es así como se llama. No quiero ni un desliz en esto. Le haré responsable de cualquier trámite que no pase por mi visto bueno personalmente. ¿Lo ha entendido?
– Sí señor, perfectamente. Pero tenga en cuenta una cosa, desde que usted me avise y tengamos toda la documentación en regla tardaremos unas horas para enviar a Norberto con un saco a cazar los murciélagos. Luego descartaremos los ejemplares que no sean rinolofos y los técnicos tendrán que extraer las muestras de la médula del animal, colocarlas en el recipiente adecuado, coordinar un equipo de traslado con las debidas garantías para…
– Mire, José Luis, si se llama así, no se haga el listo conmigo, sé muy bien de lo que hablo y lo importante, le digo, es que no haga nada sin contar con mi visto bueno per-so-nal… ¿Me entiende? Todo lo demás son zarandajas y excusas, se lo advierto.
A Pepelu le ha bastado escuchar el tono engreído y suficiente de su interlocutor para convencerse de que los rinolofos solicitados descansarán tranquilos en el Parque Natural, Reserva de la Biosfera, Parque Nacional y ahora Espacio Natural (todas esas categorías engloba el territorio) durante una larga temporada.
Justo cuando Pepelu está cortando la llamada, su interlocutor inquiere:
– Por cierto, José Luis, ¿quién es ese Norberto?… ¿Oiga? ¿está ud ahí?…
José Luis ya había colgado.
Cuando quiso trasladarle la conversación mantenida con el gerifalte de Madrid a su director de la Estación Biológica, considerado un experto en… ¡orugas y mariposas!, pero hermano de la actual alcaldesa de Almonte, comunista por más señas, la respuesta que recibió le dejó anonadado y aún le quita el sueño:
– Tranquilo, Pepelu, ellos sabrán.
Pepelu se encomendó a sus oraciones nocturnas antes de dormirse y, sin saber cómo ni por qué, le asaltó de forma extemporánea el “Jesusito de mi vida, tú eres niño como yo…” de su infancia, tal vez producto del contraste entre el acobardamiento que le habían producido las gestiones del día, así como la ambivalencia entre el paternalismo insalvable y despótico de su interlocutor en el Ministerio y el desdén desganado de su director en la Estación.
– Son como niños, pensó Pepelu.
Y luego se durmió.
Dos “murciégalos” en Nueva York. Capítulo I
Dos “murciégalos” en Nueva York. Capítulo II