Dos “murciégalos” en Nueva York. Capítulo II
La apasionante historia basada en hechos reales (con algunos detalles imaginados, por discreción) de cómo todo comenzó en Sevilla con dos "murciégalos" de Doñana

Capítulo. II. EL PENTÁGONO Y NORBERTO

Es primera hora de la tarde y un teléfono resuena en el vacío durante largo rato en la centralita del edificio de ladrillo rojo ubicado en la Avenida Américo Vespucio 26 de Sevilla. Estamos en plena fase de expansión de la pandemia de coronavirus en España y en el resto del planeta. El edificio es la sede de la Estación Biológica de Doñana, dependiente del CSIC…

Nadie responde a la insistente secretaria que ha marcado ese número desde el luminoso despacho administrativo de un laboratorio de primer nivel en la Quinta Avenida de Nueva York: el centro de investigación biomédica avanzada de la Facultad de Medicina del Hospital Monte Sinaí, situado en la isla de Manhattan, en la bahía del río Hudson, NY, la ciudad de los rascacielos por antonomasia, la capital del Imperio.

Después de intentarlo muchas veces, al fin, alguien descuelga al otro lado…

 

– Dígame, buenas tardes….

 

Con el nerviosismo causado por la sorpresa de que al fin alguien atiende en el auricular, Jenny, la secretaria neoyorquina, de marcado acento sureño, nacida en Alabama, pero que aprendió a manejarse en español cuando estudiaba en San Antonio (Texas), ha derramado sin querer un vaso con el resto del café sobre los folios de su mesa.

Balbucea algo, mientras busca en su memoria lo mejor de su manejo de español para tratar de exponerle lo que busca al interlocutor… Se presenta lo mejor que puede y pronuncia con cuidadosa precisión lo de Global… Health… and… Emerging… Pathogens… Laboratory… También acierta a pronunciar de manera no demasiado enrevesada “Mount Sinaí Hospital”, así como el nombre de la ciudad:

 

– “Noeva Yooork”…, dice, tratando de adaptar el nombre de la capital a la sintaxis en castellano.

 

En mitad de sus esfuerzos, su interlocutor la interrumpe…

 

– Señorita, me parece bien, usted perdone…, pero yo soy el vigilante del edificio y aquí hace días que no viene casi nadie. El coronavirus, ¿sabusté?… Desde que empezó el estado de alarma, hace menos de dos semanas, la gente trabaja desde sus casas, ¿me entiende?… Teletrabajo.., ¿me explico?…

 

La secretaria ahora siente que habla con un fantasma…

 

– Puede intentarlo usted por la mañana…, a ver si hay suerte. Algunos jefes vienen por aquí de vez en cuando… No sé, qué quiere que le diga, pero es que el puto bicho nos ha jodido, ¿sabe?… Hasta mi cuñada, que trabaja de cajera en un supermercado, está con un ERTE, ¿sabusté?…

 

Acostumbrada a rastrear pedidos poco comunes en lenguas variopintas y por lugares muy dispersos del mundo (bonobos del Congo, muestras de tejidos orgánicos de las selvas de Sumatra, ejemplares de alacranes del Sahel, ensayos de vacunas procedentes de Londres o venenos de serpientes de las selvas de Manaos…), Jenny no es de las que se arredra fácilmente, pero cuando cuelga el auricular está convencida de que ha llegado la hora de ensayar otras vías.

Decide que establecerá contacto por e-mail con varios de los organismos españoles con los que la Institución ha mantenido alguna relación a lo largo del tiempo, pero estima oportuno comunicar al mismo tiempo con el Walter Reed National Military Medical Center, en Bethesda, estado de Columbia, en Washington DC, donde cuenta con algunos conocidos en línea directa con altos mandos del Pentágono que, llegado el caso, como otras veces, le podrían echar una mano decisiva, sobre todo en cuanto a la protección, la logística precisa y el transporte.

Decide enviar un correo múltiple a diferentes direcciones de correo electrónico en España de organismos muy diversos… y también, uno más, a una dirección de un Departamento del mencionado Hospital Militar de Bethesda.

Antes de acabar la jornada, Jenny tendrá sobre su mesa un documento del Pentágono que autoriza la utilización, si el laboratorio lo considera necesario, de un avión militar norteamericano ubicado en… la Base Conjunta de Rota-Cádiz-Spain, sede operativa de la VI Flota, en el extremo más occidental del Mediterráneo, para el traslado de los dos ejemplares de murciélago rinolofo de “Dounana” hasta Nueva York…

La tripulación de la aeronave, señala el documento, tiene suspendidos todos los permisos y permanecerá a la espera en estado naranja hasta nueva orden.

Por suerte, no todos los demás correos caen en saco roto y unas horas más tarde, a la mañana siguiente, aún madrugada junto al Hudson, alguien desde Sevilla, al sur de España, trata de asegurarse de que el encargo recibido desde el otro lado del mundo es el de conseguirles dos vulgares ejemplares de murciélago rinolofo común a estos señores que le escriben.

Tras comprobar que el pedido es de “two rinolophus bats” desde Nueva York, José Luis, alias Pepelu, receptor original del mensaje, no ha dejado de pensar en Batman…

 

– Sí, José Luis, te digo que yo los bichos te los consigo en el momento que tú me digas, pero dime cómo los quieres… ¿vivos en una jaula? ¿empaquetados en nitrógeno líquido? ¿enteros?, ¿a trozos?, ¿en escabeche?… Pero, sobre todo, que tú dispongas de todos los permisos y el papeleo en condiciones, porque, como yo mande al Norberto, que tiene que venir de Almonte, que me los traiga y tú no tengas lista toda la documentación para el transporte, te digo, con lo bruto que es, que se nos pudren en el bote y me monta un circo…

 

– Que sí, coño, que ya lo sé, Manolo, pero va a llevar su tiempo, porque esto no es guisar un arroz con pato para cuatro… Tú no sabes la que hay que liar en Madrid y aquí para sacar de España dos murciélagos de mierda, joder…

 

– Me lo imagino, José Luis, pero te digo que como yo mande al Norberto y no tengas los papeles preparados, luego el cabreo se lo agarra conmigo y se los echa a los linces en cautividad, te lo advierto.

 

En Andalucía, el rinolofo pequeño es una subespecie bastante extendida y existe en el 40% de las colonias de murciélagos localizadas en su territorio. Se calcula que hay entre 5.000 y 10.000 de estos pequeños animales en toda la región, los cuales gozan de una catalogación especial como especie altamente protegida por su importancia para la biodiversidad, el equilibrio ecológico, la polinización y la diseminación de semillas.

José Luis, alias Pepelu, confinado en casa desde hace días, ha dedicado toda la mañana a realizar gestiones por teléfono y a recopilar información sobre la lista de permisos necesarios para la captura, conservación y adecuado transporte de los dos putos bichos.

Lo primero que se le ocurrió fue contactar con Manolo, en las oficinas del Parque, para tantear y comprobar el terreno. Luego, llama a un veterinario amigo, en el Departamento de Sanidad Animal de la Junta de Andalucía, para asegurarse de que pondrán en conocimiento de la consejera de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible el encargo recibido en la oficinas de la Estación Biológica.

 

– Pepelu, se lo he contado a los del gabinete de la consejera y están flipando. Cuelga que te van a llamar ellos enseguida.

 

Media hora más tarde, Pepelu recibe la comunicación telefónica anunciada del gabinete y le toca contarlo todo una vez más desde el inicio…

 

– ¿De verdad quieren dos murciélagos del Parque, José Luis? – inquiere la voz al otro lado de la línea.

– Pues eso es lo que parece… Dos ‘murciégalos’, que es como lo pronuncia el Norberto -le explica.

– ¿Norberto? ¿Quién es Norberto?

– Nadie, no te preocupes, cosas mías. Un empleado del parque, no tiene mucha importancia.

– Oye, y tú estás seguro de que el pedido es de esa gente que dices de Nueva York, ¿verdad? A ver si nos la están colando…

– Lo pone bien claro: en inglés, pero muy clarito, no hay duda. Y no, no quieren dos linces, gracias a Dios…, que, dicho sea de paso, nos lo pondría más difícil todavía, sino dos puñeteros murcielaguitos del montón, de esos que los tenemos a puñados en las vaquerías del Parque y hasta en los soberaos del Palacio de las Marismillas…

– Pues a ver qué le digo yo a la consejera…, pero eso va a ser un papeleo y un follón de narices. Dime una cosa: ¿cómo has pensado mandarlos si no hay vuelos ni de Iberia ni de nadie?…

– Y yo qué sé, lo mismo hay que ponerse al habla con el Ministerio de Defensa…

– ¡Vamos, Pepelu, no me jodas!

– Lo que yo te diga, Rosana, ya lo verás.

(Continuará)

Dos “murciégalos” en Nueva York. Capítulo I

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