Úbeda y Baeza (I)

En cierta ocasión, mi hija Ana, cuando tenía quince años, me dijo que estaba sorprendida de que hubiera compañeros en su clase que conocieran Dublín o París, y que no hubieran estado nunca en Salamanca, ciudad que la dejó impresionada siendo aún una adolescente. Hoy el sorprendido soy yo por no haber visitado antes dos maravillosas ciudades, Patrimonio de la Humanidad, situadas a menos de tres horas de Sevilla, como son Úbeda y Baeza, máxime cuando mi abuelo paterno era natural de la vecina Torreperogil. La ocasión se presentó el pasado fin de semana y no la desaproveché. 

Es difícil plasmar en unas líneas la belleza de dos urbes tan maravillosas como éstas, pero al menos intentaré hacer partícipes a mis lectores de sus encantos; seguro estoy de que a muchos de ellos les evocaré el recuerdo de una estancia pasada.

Volcada hacia el valle del Guadalquivir, frente a la imponente Sierra Mágina, Úbeda se nos presenta como una nave entre olas erizadas en medio de un océano de olivos. Las últimas investigaciones arqueológicas le calculan seis mil años de antigüedad, lo que la convierte en la ciudad más antigua —científicamente documentada— de Europa Occidental. 

Por cierto: cuenta la leyenda que la expresión “Irse por los cerros de Úbeda” tiene su origen en el año 1234 cuando Fernando III conquistó la ciudad. Un importante capitán llamado Álvar Fáñez desapareció antes de la batalla. Tras la contienda, Úbeda fue reconquistada y el citado personaje, al que se daba por muerto, apareció. Cuando el rey le preguntó dónde había estado, este respondió: “Me perdí por aquellos cerros” (mientras señalaba al horizonte), entre las risas de algunos de los presentes que le habían visto irse del campamento con una bella morisca.

De no haber sido porque llegó a ser una de las cuatro ciudades mayores de la reconquista de Andalucía, quizás no hubiera alcanzado el esplendor del que gozó durante el Renacimiento, período en que superó los 18.000 habitantes, siendo una de las metrópolis más populosas de España. Especialmente destacable es el papel de Francisco de los Cobos, secretario del emperador Carlos I. Con él entra el gusto por el arte en Úbeda, y como si fuera una pequeña corte italiana, de manos del arquitecto Andrés de Vandelvira y sus seguidores, Úbeda se llena de palacios. Su sobrino, Juan Vázquez de Molina, secretario de Estado de Felipe II, continúa lo iniciado y arraigan fuerte las corrientes humanistas del Primer Renacimiento.

Nuestra visita del casco histórico, siempre acompañados por Juanma (guía de la localidad), partió de la Plaza del Primero de Mayo o Paseo del Mercado. Muy cerca, bajo el fresco de la imagen de la Virgen de los Remedios, situado en la torre del reloj, lugar donde el emperador Carlos I jurara los fueros y privilegios de la ciudad, se sitúa el simbólico epicentro ubetense. Desde este lugar surgen las principales arterias. En esta plaza contemplamos una imagen de San Juan de la Cruz, místico español que falleció aquí y, muy cerca, la casa donde nació uno de los cantautores más famosos de nuestro tiempo: Joaquín Sabina.

La ciudad cuenta con 48 monumentos notables, y más de otro centenar de edificios de interés, casi todos ellos de estilo renacentista, en equilibrio perfecto con volúmenes árabes, góticos o barrocos. Curiosamente, a los viajeros románticos de los siglos xviii y xix les impresionó más el sabor musulmán de sus calles que ese esplendor renacentista. En el año 1975 recibió el nombramiento del Consejo de Europa como Ciudad Ejemplar del Renacimiento, y en 2003 fue nombrada Patrimonio de la Humanidad, junto con Baeza, por la Unesco.

Razones para ello no faltan: la plaza Vázquez de Molina, la sacra capilla del Salvador, la Basílica de Santa María de los Reales Alcázares, el Palacio de las cadenas, el Palacio del Deán Ortega, la Fuente veneciana, la Iglesia de San Pablo, el Palacio Vela de los Cobos, la Sinagoga del Agua y el Hospital de Santiago, entre otros monumentos que habrá que dejar para otra visita. 

No encontré mejor forma de terminar la jornada que descansando en un velador en la plaza del Primero de Mayo, donde les recomiendo la taberna “Misa de 12”, en la que su propietario Gerardo, nos atendió personalmente con un trato exquisito, un género de primera calidad y una conversación agradable sobre su paisano Antonio Muñoz Molina. Él fue quien nos dijo que “ser de Jaén es una forma serena de ser andaluz, y ser andaluz es una forma luminosa de ser español”.

Tras pasar la noche en el hotel Ciudad de Úbeda, con una excelente relación calidad precio, y desayunar un mollete tostado con aceite de oliva virgen extra, modalidad picual, emprendimos la marcha hacia Baeza, situada tan solo a diez kilómetros, pero de ella les hablaré la próxima semana.

Alberto Amador Tobaja: aapic1956@gmail.com




1 Comment

  1. Manuel Bernal Puentes dice:

    Alberto, agradecido por enviarme tu nuevo artículo, bien informado y fluido, como siempre. Literatura de ley.

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