Tablillas de Itálica. CARTAS A UN ARZOBISPO

Monseñor: Cierta vez hablando con un sacerdote amigo le comenté que yo me sentía cristiano pues aceptaba en toda su literalidad las palabras del Credo que suele recitarse como profesión de fe en la misa del domingo; otra cosa, sin embargo, es mi lectura de esas palabras, de modo que ignoro lo que la Iglesia pueda pensar de mi cristianismo; con todo me atrevo a escribirle esta carta.

No se equivocaron André Malraux o Eugenio Trias cuando desde el siglo XX previeron que para bien o para mal el siglo XXI sería un siglo religioso. Basta pensar en los escritores y filósofos de talla que cada vez con más frecuencia se interesan por el estudio de tal fenómeno (nada que ver por cierto con el parloteo New Age o las publicaciones de autoayuda revestidas de un esoterismo low cost)), y basta pensar asimismo en la Yihad islámica o en los fundamentalismos que pululan por todas partes. Es este regreso a lo religioso, con su cara positiva y negativa, que tan bien ejemplifica el último libro de Gianni Vattimo (‘Después de la Cristiandad’, Paidos, 2022) donde el autor analiza la identidad histórica entre Occidente y el cristianismo. En suma, ante un giro histórico de tal envergadura no creo impertinente tratar de religión.

“Creo en Dios Padre”, es la primera afirmación del Credo. Todo lo contrario a un panteísmo donde la trascendencia no pasa de ser una piedra que ni siquiera sabe que existe. Pero tampoco es la terrible deidad que nos presenta Rudolf Otto (‘Lo santo’): un Dios fuente del bien y el mal al mismo tiempo. Ni el Dios de Leo Shestov (‘Atenas y Jerusalén’) que exige una irracionalidad inasumible; ni siquiera, con todo respeto, con el iracundo Yahvé del Antiguo Testamento. Por el contrario, la reunión de los redactores del Credo en Nicea y Constantinopla nos habla de un Dios personal y padre, un padre que ama a sus criaturas y no quiere verlas sufrir; ¿cómo un padre va a exigir de los hijos el sufrimiento inútil para un sádico disfrute? Solo pensarlo, una blasfemia.

Un Dios Padre “todopoderoso”; y aquí, en esta afirmación de omnipotencia, me atrevo a pensar que tal vez estemos ante un malentendido que desde hace mil años viene provocando en la Iglesia un problema sin solución: ¿cómo un ser todopoderoso, creador y bueno puede permitir, hacerse responsable, del mal en el mundo? No del mal que provoca el hombre con su libre albedrío, sino del mal generado por la propia creación. Más aún, el mismo concepto de omnipotencia es contradictorio ya que por definición una entidad omnipotente sólo puede estar inmóvil: este Dios todopoderoso y eterno supondría hacer también eterno su acto de creación; por otro lado es obvio, por ejemplo, que la Divinidad no puede hacer que lo que ocurrió alguna vez no haya ocurrido nunca; hay imposibilidades metafísicas. Quizás, Monseñor, lo más prudente sea instar a los teólogos a una mejor definición de la omnipotencia pues al fin y al cabo para la hormiga el hombre parece omnipotente, y no lo es.

En ocasiones, es como si los redactores del Credo se complacieran en hacer más difícil la fe de los creyentes y, no obstante, se trata justamente de lo contrario. “Creo en Jesucristo hijo único de Dios. Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado… Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo…” ¿Se entiende? No. Pero ese no-entender es la interpretación analógica que permite acercarnos a una Deidad incomprensible. Allá por los años 30 del pasado siglo Javier Zubiri, uno de los grandes filósofos católicos españoles, escribía a un amigo seminarista que todas las religiones organizadas estaban en el error porque es imposible que la limitada razón humana comprenda la infinita esencia de Dios, pero que no obstante eran necesarias pues con sus dogmas, mandamientos y rituales impiden que los hombres se olviden de la realidad de Dios. Años después, a mediados de la década de los 90, Eugenio Trías comparaba las grandes religiones con “fragmentos” donde estaban escritas algunas verdades de la religión, lo cual, pienso yo, lleva a que alguna de esas verdades parciales esté más cerca que las otras a la verdad completa. Para mí, sin absolutizar nada, esta mayor proximidad a lo Divino lo representa el cristianismo. Por eso, Monseñor, me atrevo a considerarme cristiano. Y, si no resulto molesto, seguirá otra próxima carta.




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