El sanchismo va de retro

No sé a qué ese esfuerzo, ese aburrimiento, ni a quiénes pueden pretender engañar a estas alturas. Los que todavía permanecen en la pomada deslizante del relato redondino no precisan reforzarse en su fe de cisqueros; corren río abajo, arrastrados por la corriente de su sectario dogmatismo delirante, capaces de jurar en siete lenguas muertas que “la culpa no era mía” y que “el violador eres tú”…, tururú.

Para el resto de asistentes a este carnaval de muertes y contagios, no hay declaración de siete horas de ministros en fila india que logre obviar las caras de participantes en una rueda de reconocimiento que se les están quedando a Marlaska, Ábalos, Yolanda Díaz y el resto de perpetradores ministeriales.

Este gobierno lo tiene crudo y hasta los suyos saben ya que es mejor taparse un poco y dejar correr los plazos de la desmemoria, por ver si cuela, porque el 8-M es ahora un pictograma chino en el que no hay manera de leer otra cosa que “Wuhan”.

Si Carmen Calvo resucita (se le va la vida en ello), tendría que cardarse un moño como el de las Supremes de Móstoles o disfrazarse de Rossy de Palma para que no la concibamos con guantes de nitrilo y una gorra de cuadros detrás de una pancarta. Hasta el coño insumiso en andas se asemeja demasiado a un flan chino mandarín.

Y lo peor aún está por llegar, porque tarde y mal el virus pasará de largo como pasan todas las cosas de este mundo, incluidos los abuelos, el susto, la pena, los miedos, pero no los sueños rotos y la ruina colosal que han instalado en el corazón de nuestras vidas.

Volverán, tal vez, los búcaros a nuestras azoteas de veranos asfixiantes sin aire acondicionado y las mujeres en sus casas reaprenderán a componer una olla de caracoles mientras los veladores y las terrazas de los bares sestearán vacíos como en un ensayo de “El ladrón de bicicletas” aspirando a convertirse en “La dolce vita” de Fellini.

Chipiona…, o Mazagón, o La Antilla, o Almuñécar, o Torremolinos… volverán a ser, quizá, la mansión abandonada de “Amarcord” (“Yo me acuerdo”), un remoto anhelo costumbrista, como un Portofino o un San Remo de apreturas, con festivales y canciones de la infancia; una Sicilia o una Capri (c’est fini) de la memoria, en cuyo recuerdo echábamos la noche tibia fuera con una bolsa de pipas o un helado italiano en un poyete fresco bajo las estrellas.

El virus chino del 8-M era una máquina del tiempo que nos ha regresado no al futuro de las transiciones ecológicas de colores híbridos en verde abeto o amazonas, sino a un pasado en blanco y negro y pantalones cortos, que se proyecta sobre una pared enjalbegada con salamanquesas despistadas o sobre una sábana mecida suavemente por la brisa de los mares.

Pero, siendo así, ¿para qué queremos un gobierno de 23 ministros inservibles si la mitad de ellos juntos no reunirían el CV de un subsecretario del franquismo?

Un gobierno que se afana apenas en elaborar una lista con los horarios de paseo de la gente, no es un gobierno, sino una madre de familia más o menos numerosa y eso lo diseña en un plisplas un comité de estudiantes de epidemiología en un examen de fin de carrera como una rutina.

Un gobierno que sólo piensa en qué va a gastar los últimos ahorros que nos quedan antes de la hecatombe, es apenas una abuela con la llave de la cajita de caudales colgada en el detente o en el escapulario, entre los pechos. Y eso lo resuelve un párroco de pueblo atendiendo a la urgencia de las cuatro cosas importantes mientras reza un padrenuestro.

Si se necesita un gobierno es para que reduzca a cenizas la tómbola de todos esos ministerios superfluos y convoque a toda leche al mayor comité de sabios que estipule las grandes líneas económicas que sirvan para guiarnos en la supervivencia.

Y debería hacerlo la oposición, no el Gobierno, porque todos sospechamos que la UE no le pone a dita al sanchicomunismo ni tres cajas de manteca. Y ahí veríamos si Casado, Abascal y Arrimadas buscan a un Keynes o a un Hayek para ponerlo de Moisés y que nos pilote en esta travesía del desierto.

Porque si, contra pronóstico, el sanchicomunismo flota a pesar de todo, me veo a Monedero al frente del Banco de España y la puerta de Alcalá convertida, otra vez, en el altar de los retratos de la caverna de las hoces y los martillos y a Nicolás Maduro paseando en el Rolls&Royce descapotable del Generalísimo José Julio Rodríguez por la Castellana. Va de retro.

Vade retro.

He dicho.




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