Puigdemont ante la Calavera

Puigdemont ante la calavera. Como si se tratase del príncipe de Cataluñamarca. ¿Ser o no ser? O lo que es lo mismo, ¿investir a Sánchez o forzar la repetición de elecciones?

Hago un viaje inverosímil e intento aproximarme al torbellino que sin duda está pasando por la cabeza de ex presidente de la Generalidad, ahora prófugo de la Justicia española. Y, admitámoslo, su brete tampoco es fácil.

Dicen Sánchez y Junqueras que la amnistía ya está acordada, lista para servirla en el BOE. Y como acaba de asegurar Sánchez, “habrá gobierno socialista”. Son los anhelos de tantos editorialistas de izquierdas: cuatro años más de progresía y de su versión del diálogo.

Pero, a fuerza de cortinas de humo, perdemos de vista lo esencial. Con todo, seguro que a nuestro Hamlet de Waterloo no se le ha escapado. Y la clave es que, el 23J, el PSC (versión catalana del PSOE) consiguió más escaños — y votos — que ERC, Junts y CUP juntos. Poco se habla del asunto. Y no es baladí en absoluto.

Dirán con razón los politólogos que en unas catalanas no se vota como en las generales. Y, sin embargo, también podrá proponerse que no es probable que las próximas elecciones catalanas arrojen un resultado muy diferente al del 23J — en Cataluña, claro —. Podríamos encontrarnos, pues, con que, allá, la fórmula de gobierno fuera ERC y PSC. Pero, ¿y si fuera al revés, PSC con ERC, y tuviéramos a Salvador Illa como el primer presidente no nacionalista — ni independentista — de la Generalidad de Cataluña? ¿Y si, además, dicha presidencia fuera alcanzable con el apoyo del PP y los comunes — conjurando previamente vetos cruzados —?

La duda terrible de Puigdemont: cómo emplear siete escaños decisivos en la Carrera de San Jerónimo mientras que su representación parlamentaria – y la de todo el independentismo catalán – parece en retroceso. Y ello le da un peso de plomo a la moneda a cuyo cara o cruz se juega Puigdemont la investidura de Sánchez.

Lo de Sánchez no es complejo: ofrece una amnistía a cambio de un pacto de legislatura. Con garantía, eso sí, de eliminar la unilateralidad. Y podría vendérselo a los suyos si, con ello, consigue “desinflamar” Cataluña. Y no te digo nada si, además, Illa llegase a ser presidente de la Generalidad. Pero dicho pacto se antoja magro para el independentismo, se mire como se mire. Insisten estos en que “la amnistía solo es un punto de partida”. Comprar la amnistía a cambio de la paz en el “carrer” – y más si por el camino se pierde la presidencia de la Generalidad – sería como venderse por 155 monedas de plata, como dijo Rufián, en otro contexto.

Pero es lo mismo, en el fondo: un pacto que traicionaría a las bases. Unas bases inflamadas de un patriotismo bizarro, a las que se ha hecho ver que media Cataluña no es más que una multitud a deportar en el AVE a Madrid o Zaragoza hasta conseguir un país puro. En esta tesitura, el que se atreva a pactar está aterrorizado de ser tachado de “botifler” — traidor —. “Compraste la amnistía para regresar — le dirán —, a cambio de parar el Procès y disolverlo”.

Aunque, alternativamente, Puigdemont podría sucumbir a sus miedos, abrazarse a la Senyera y decir que no, que sin un programa creíble para resolver el “Problema Catalán”, él y los suyos no van a perder esta oportunidad de oro de decir alto y claro, ante la Europa donde quieren entrar como nuevo estado independiente, que no habrá gobierno español sin una “solución definitiva”. En plata: repetir elecciones.

Claro que las elecciones las carga el diablo. Es imposible medir el grado de cabreo de cierto electorado del PSOE con el tema de la amnistía. Tan difícil como saber si los Felipes, Guerras, Ibarras o Pages son muchos o pocos, y cómo están de mosqueados. Y, en consecuencia, si, puestos ante las urnas, le negarán su voto al partido o se lo prestarán a otras opciones. No es algo a desdeñar: en un baile de esos, PP y Vox suman 177 y, como dicen las campeonas: “se acabó”. A esa carta juega Feijoo en este momento. A eso, y a convencer a parte del electorado de Vox que apueste por el voto útil.

Y en ese caso, ni la amnistía ni ná, Puigdemont. Ahí te quedas, en Bruselas, si no tienes que salir corriendo a Moscú o Caracas. Y a ver, después de todo, si Salvador Illa se hace con la presidencia de la Generalidad con el apoyo de los populares. Te quedas compuesto y sin tu novio Sánchez. 

Tú mismo, Puigdemont. Pero te digo, sincero, que en tu piel no me querría ver.




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