Este personaje que hoy nos ocupa, queridos lectores, también perteneciente su retrato a la colección Montpensier, tiene su importancia por ser el fundador de la institución llamada “Los Toribios” de carácter benéfico-docente, ejemplar y trascendental en la historia de la Sevilla del siglo XVIII . Fue muy célebre y gozó de gran protección, realizando una importante misión social. Dicha institución ejerció una gran influencia en Sevilla durante largo tiempo y se adelantó muchos años a otras similares en países extranjeros.
Luis Toribio de Velasco Alonso, conocido popularmente como el hermano Toribio, era un pastor asturiano iletrado, pobre y de buenas costumbres dedicado a guardar ganado para subsistir modestamente. Nació el once de mayo de 1689 en Las Tercias, una localidad del concejo de Aller, y desde su niñez siempre tuvo inclinación por las obras de virtud, aunque no consta que hubiera cursado estudio alguno. Llegó a Sevilla para dedicarse a la venta ambulante de libros piadosos, devocionarios y otros objetos de poco valor en las calles y plazas de Sevilla, habiendo profesado en la Orden Tercera de San Francisco en la clase de seculares. Era hombre piadoso, sencillo, modesto y muy caritativo que se compadeció y conmovió enseguida de la situación en que se encontraban numerosos niños de corta edad y jóvenes marginados que pululaban y deambulaban por el Arenal y las calles de Sevilla totalmente desvalidos y desamparados, tristes, sin protección ni alimentación, sin asistir a la escuela, sin hogar y la mayoría de las veces a medio vestir huérfanos, abandonados, holgazanes, desvergonzados y groseros ,dedicados para sobrevivir a pequeños robos, a la picaresca y a otros vicios ( mendicidad, prostitución…) y fechorías que los hacían desgraciados y cuyo final era la cárcel o la horca. Cristiano muy bondadoso y misericordioso, se decidió a resolver esta situación concibiendo la idea de crear una institución que recogiera, protegiera y educara a toda esta juventud para integrarla en la sociedad, y que pudiera defenderse dentro de ella, apartándola de la vida que llevaban, volcándose en ello con gran ahínco, tesón, esfuerzo y constancia y empleando toda clase de recursos para llevar a cabo su obra.
Era 1724 cuando empezó su labor enseñándoles la doctrina cristiana, inicialmente en las calles y plazas, llegando algunos a burlarse de él, y después acogiéndolos en su propia casa, empezando por atraerse a los más dóciles con estampas y otros regalillos, y a los más abandonados, hasta 18 niños, con los que formó una pequeña comunidad en su casa de la calle Peral, en la collación de Omnium Sanctorum, donde se les alojaba, vestía, alimentaba y enseñaba a leer y escribir. La dulzura de su carácter y el cariño con que los cuidaba hizo que fuera aumentando cada vez más el número de niños acogidos por él. Pero, al principio, tuvo que soportar disgustos y amarguras, ya que, en alguna ocasión casi todos los niños acogidos se le escaparon del hospicio desbandándose por las calles de Sevilla, quedándose solamente algunos de los más pequeños, a quienes su misma debilidad e inocencia evitaron la gran tentación de abandonar el hospicio. Toribio, afrentado públicamente y siendo objeto de burla, buscó en la oración consuelo a su dolor; al anochecer, comenzaron a regresar los desertores sin haber hecho él diligencias para buscarlos, recogiendo ellos mismos sus ropas, que habían tirado para no ser reconocidos por el traje. Al amanecer estaban todos en la Casa, menos dos de ellos; a los tres días regresó uno, teniendo que desplazarse a Cádiz para hacer regresar al último. En principio empleó los escasos recursos de que disponía, a los que se les fueron añadiendo, posteriormente, las limosnas de numerosos sevillanos piadosos entusiasmados con dicho proyecto. Pronto, con el paso del tiempo, su casa se quedó pequeña, por lo que en el mes de julio de 1725 se trasladó a una casa en la Alameda de Hércules, la zona de mayor prostitución e indigencia. Recibía muchas burlas por su labor y además, era difícil conseguir apoyos para una tarea que significaba recoger a los hijos de rufianes y de maleantes para corregir sus conductas, porque la opinión general dictaba que esos niños no podían seguir otros pasos que los de sus antecesores, pero con su personalidad cautivadora siguió adelante y consiguió el apoyo del párroco de San Martín e incluso de los propios niños. El montañés Toribio, como le llamaban sus vecinos, salía todos los días a misa en procesión con los niños en fila de dos, de menor a mayor edad, con los brazos cruzados, llevando cada niño un rosario colgado del cuello, con la cabeza gacha y la vista baja y cantando a coro el rosario en voz alta en la ida. Uno de los niños llevaba una cruz de madera alta y dos niños, de los mayores y de más confianza, llevaban canastillas de mimbre para recoger los alimentos, mientras Toribio, que presidía la procesión, llevaba en una mano una campanilla que hacía sonar para indicar los sitios donde debían pararse, recorriendo las calles y plazas de Sevilla, en la otra mano portaba una cesta pidiendo limosna para sus niños dando fuertes voces y acercándose a los transeúntes ; los sevillanos salían de sus casas, sorprendidos, llenándole de dinero dicha cesta. Todos se emocionaban al ver a esos niños, antiguos ladronzuelos, sometidos gracias a la persuasión de Toribio, mostrándoseles respeto (cuando recibían dinero Toribio procuraba siempre que estuvieran presentes algunos de sus niños como testigos de sus acciones y desprendimiento). También recibía Toribio, además de dinero, víveres (pan, frutas, legumbres) en abundancia y enseres; asimismo, recibía donativos de bienhechores que confiaban en su empresa. Luego se dirigían a la iglesia designada para oír misa, lo que hacían de rodillas y con gran devoción, y al regreso cantaban la doctrina cristiana (tomando también el nombre de niños de la Doctrina). La fama de la fundación se extendió rápidamente por Sevilla, y comenzaron a llamarlos los “niños Toribios “ y ante la envergadura de su obra, solicitó ayuda económica al arzobispo de Sevilla don Luís de Salcedo y Azcona , muy generoso con los pobres, el cual aprobó su buena obra, dándole licencia, protección, su bendición y ánimos para continuar. Además, contó con la ayuda del asistente de Sevilla el conde de Ripalda, hombre piadoso y reformista, que también ayudó a su proyecto dándole su apoyo moral y económico, y pidiéndole que acogiera a algunos muchachos de mala conducta habituados a hacer fechorías cuyo destino sería la cárcel, convirtiéndose el Ayuntamiento en su patrono. En 1726 Toribio pidió permiso al arzobispo Salcedo para abrir una escuela en su casa, petición que le fue concedida.
Así, tuvieron otras salidas extraordinarias, dirigiéndose al Palacio Arzobispal y a casa del Asistente. Los niños se colocaban en los patios y Toribio les preguntaba la doctrina cristiana, enmendándoles con dulzura en lo que se equivocaban. El arzobispo Salcedo y el conde de Ripalda tomaban parte en estos exámenes, animando a los niños con palabras cariñosas, regresando al Hospicio con muestras de la generosidad de ambos personajes, El Asistente manifestó su aprecio por la fundación durante toda su vida, dando lugar a que el Arzobispo dejara como heredera de sus bienes a la Casa de los Toribios.
Así se fundó el Colegio-Hospicio de los Niños Toribios, dedicado a la Virgen de los Desamparados ,el cual se irá convirtiendo, progresivamente, de casa de dormir en hospicio, de hospicio en correccional, de correccional en taller y de taller en grandiosa escuela, como ya se verá, llegando a tener más de 200 niños. Sin ser una institución religiosa, fue modelo de hospicio nacido de la piedad popular para la atención de niños y jóvenes huérfanos y marginados y estuvo asentado sucesivamente en varios lugares dentro de la ciudad de Sevilla, según las necesidades que se iban presentando.
La Real Audiencia de Sevilla solía mandar al hospicio a los niños reos de cualquier delito para su corrección, ya que por su corta edad no se les podía aplicar la pena legal, por lo que se puede considerar la institución de los Toribios como el primer reformatorio que tuvo Sevilla.
En la comunidad que Toribio fundó, eran los niños quienes proponían los castigos para los recién llegados, en un acto similar a un juicio donde todos se convertían en jurado… Cuando llegaba algún niño nuevo, se reunían todos en una sala destinada al efecto llamada sala de comunidad donde se sentaban en el suelo, incluido Toribio, en dos filas presididos por él; al recién llegado se le colocaba de rodillas en medio de todos frente a Toribio, y éste le avergonzaba preguntándole principalmente cuestiones sobre doctrina cristiana , como lo habitual es que no lo supiese, ordenaba ponerse de pie a todos los que conociesen al nuevo huésped y les mandaba uno a uno que dijesen allí públicamente y en voz alta cuanto supiesen de él, acusándolo de las travesuras o delitos que hubiera cometido en su presencia o con su asistencia; luego se sentaban, quedando como reo confeso o convicto de sus delitos. Para dictar sentencia Toribio consultaba a todos sus niños, preguntándoles qué penitencia les parecía conveniente a los delitos de aquél miserable y ellos, generalmente, decidían sin mucha dificultad y con bastante crueldad aconsejando azotes, ayunos, cárcel, etc…, pero Toribio concluía el acto, y con su innata piedad moderaba los rigores del castigo diciéndoles a sus niños de forma agradable que dicha sanción solo sería necesaria y conveniente si aquel pobre niño hubiera sido amonestado o reprendido, y se dirigía al reo con una plática llena de consejos, advertencias y prevenciones para el futuro de forma proporcionada a su edad y capacidad, concluyendo con una exhortación al reo al arrepentimiento y a la enmienda, quedando aplazado el castigo para cuando fuera indispensable si no corregía sus faltas, dándole un cachetazo y aplicándosele solamente la disciplina de ingreso de la que ningún recién llegado se libraba: veinticuatro azotes dados por los propios niños más veteranos a fin de preparar el espíritu para el arrepentimiento. Desde ese mismo momento ocupaba el último lugar entre sus compañeros y era inscrito en un registro por orden alfabético. El hermano Toribio de Velasco llevaba con esmero un pequeño archivo con un registro de entrada y de salida con los nombres y apellidos de todos los niños acogidos y noticias sobre antecedentes familiares, la naturaleza de sus delitos, etc. La institución se regía democráticamente, tomando parte en todas las tareas de gobierno y de conservación los propios niños acogidos, formando, ellos mismos los consejos disciplinarios. Toribio dirigía su establecimiento con sencillez y pobreza, todos los acogidos recibían el mismo trato y solo a los enfermos se les trataba con caridad y distinción. Enseñaba con blandura y suavidad, y sus métodos eran muy personales, basados en la sencillez, en la bondad y en una humilde disposición para atraerse a los niños y dialogar con ellos; los consideraba como a hijos y deseaba ser más benigno que justiciero intentando evitar en lo posible el castigo, en el que siempre fue moderado. Nunca utilizó más instrumentos que la disciplina y la palmeta, y en alguna ocasión solía retardar el almuerzo a los que veía negligentes en aprender. También llevó al hospicio, y puso en sitio público, cepos, grillos y cadenas para que sirvieran de freno a todos, (alguna vez los usó en las faltas más graves) pero, por lo general , todos los castigos se reducían a una disciplina más o menos severa según fuera la falta. Poco a poco Toribio fue creando reglas para el gobierno interior del Hospicio que había que cumplir: madrugar ( en verano a las cinco horas y en invierno a las seis ), eran despertados con una matraca , aseo, oración y desayuno ( servido por la caridad pública ), procesión por las calles para ir a misa, y cantar la doctrina (lo que ya se comentó anteriormente). A la vuelta de la procesión, ya en casa, los más pequeños,aprendían a leer y escribir, mientras que los mayores realizaban las tareas domésticas ( vestidos de uniforme,) según sus capacidades . Las tareas a realizar, fundamentalmente, eran limpieza y cocina, procurando Toribio que no hubiera ningún niño ocioso; también recogían otros niños vagabundos (interrumpiéndose la jornada para almorzar, reuniéndose en comunidad para rezar otra parte del rosario y almorzando agrupados por edad, encargándose el mismo Toribio de distribuir los alimentos). Acabada la jornada tenían su momento de recreo y esparcimiento y jugaban (bajo vigilancia), cenaban y rezaban al acostarse. Trabajaban en cuadrillas comandadas por ellos mismos. La oración, el trabajo y la vida ordenada equilibraban a los rufianes. Toribio daba ejemplo aplicándose azotes diarios, portando un cilicio alrededor del cuerpo, durmiendo entre ellos en una cama más estrecha y dura. También era austero en la alimentación, a base de pan y de agua y se preocupaba por guardar la castidad.
En el ánimo de Toribio no estaba la idea de educar a sus niños para el estado eclesiástico, aunque sus enseñanzas fuesen esencialmente religiosas; sabía que aquellos jóvenes, de condición muy humilde, tenían que dedicarse a diversas tareas. El hermano Toribio aspiraba a ensanchar la casa de la Alameda para evitar la aglomeración de los acogidos, y para tal fin el conde de Ripalda le ofreció la casa llamada de la Inquisición vieja, en la collación de San Marcos; también el ayuntamiento colaboró y le concedió un auxilio procedente de las reses sacrificadas a diario en el Matadero. Entonces contaba la fundación con 100 niños vestidos decentemente, y a principios de 1727 la Casa se convirtió oficialmente en Hospicio, con un reglamento propio que redactó Toribio, acreditando su buen criterio para la educación.
Toribio enfocó todos sus esfuerzos en estos niños considerados como vagos y faltos de educación, que habían llegado a la Casa en contra de su voluntad y estaban acostumbrados a vivir sin freno; parecía difícil tenerlos acogidos y sin embargo los confió a los alumnos mayores, pues muchos de ellos se sometieron voluntariamente a la reclusión que se les impuso. Su objetivo preferente era “desarraigar de aquellos corazones las semillas viciosas “para lo cual se utilizó una disciplina muy rigurosa (era proverbial el castigo en Sevilla, pues los niños de la misma época y de años posteriores eran amenazados en sus travesuras infantiles con ser llevados a los Toribios), combinándola con persuasión y buenas formas. Cuando un niño ingresaba se le hacía un examen médico, siendo la higiene personal diaria muy importante.
Los métodos expeditivos de Toribio dieron sus frutos, y la delincuencia disminuyó en Sevilla, dando lugar a que muchos padres recogieran a sus hijos de las calles ante el temor de que acabasen en el hospicio.
Poco a poco, la fama de la fundación de los Niños Toribios fue extendiéndose por toda Sevilla y se agradecía la tarea de una institución que mejoraba las costumbres de los jóvenes que, en otros tiempos, habían sido alborotadores y perturbadores del orden público; los vendedores de los mercados fueron los primeros que colaboraban con sus productos, al verse liberados de las correrías de los niños y toda la sociedad sevillana empezó a contribuir al mantenimiento del hospicio. Así, los comerciantes de ropa se la vendían a un precio más reducido y, en ocasiones, hasta se la regalaban; las señoras más distinguidas solicitaban hacerse cargo de la confección de los vestuarios; los sastres hacían el corte de modo gratuito y hasta las religiosas de clausura cuidaban las ropas de los niños. En pocos meses, sin duda, por los brillantes resultados que ofrecía la educación de los Toribios, era conocido el hospicio por todos los estamentos sevillanos viéndose favorecido al mismo tiempo.
Entonces comenzaron las salidas públicas en los días de fiesta, pues las comunidades religiosas invitaron a Toribio para que llevara a los niños a sus conventos y monasterios, donde les servían una abundante comida y regalos y les permitían distraerse en sus huertas, lo cual para los niños era ocasión de premio y de esparcimiento.
Queridos lectores: la semana que viene seguiremos abundando en este tan curioso personaje. Muchas gracias.
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1 Comment
Interesante personaje y tan desconocido por la gran mayoría de nosotros, los sevillanos.Esperando la segunda entrega.Enhorabuena!