Al fondo, el volcán Tropic

En más de una ocasión, he recordado aquel curso de primero de bachillerato donde estudiábamos Geografía de España, de la que nos examinábamos en junio del año en el que cumplíamos once primaveras. Cabos, golfos, ríos con sus afluentes y cordilleras con sus picos más famosos: Aneto, Moncayo y Monte Perdido (oxímoron: ¿cómo iba a ser un monte y estar perdido?), y así llegábamos a segundo de bachillerato para empollar Geografía Universal, donde una de las preguntas típicas de examen final eran las clases de volcanes.

Eran libros de texto con muy pocas fotografías, todas ellas en blanco y negro, casi ninguna gráfica y muy pocos cuadros con datos, y heme aquí, más de cinco décadas después repasando un tipo de volcán que se da en las islas Canarias: el volcán submarino Tropic. 

Se cumple un año de que en la prensa aparecieran noticias sobre la ampliación de las aguas continentales marroquíes en busca del “tesoro” del Atlántico, y es que el citado volcán, a mil metros por debajo de la superficie del Atlántico y a menos de 500 kms de la isla de Hierro, contiene minerales que pueden ser claves en una “revolución verde”: unas 3.000 Tms de telurio y cobalto, claves en las baterías de coches eléctricos o paneles solares.

La ley 38.17, aprobada por Marruecos en enero de este año 2020, manifiesta la intención de ampliar las aguas marroquíes, si bien tiene poco efecto inmediato, porque según el Derecho marítimo internacional las reclamaciones de aguas territoriales sólo pueden tener efecto si hay un envío de la delimitación de estas a las Naciones Unidas con coordenadas concretas y ajustadas a la propia ley del mar, y en este caso se produciría un solapamiento con las aguas canarias. No basta con una declaración interna, aunque ajustada a Derecho, como una ley nacional.

Esto coincide con la llegada de miles de marroquíes, unos 20.000 en lo que va de año, en su casi totalidad varones mayores de edad, a la isla de Gran Canaria, que, curiosamente se encuentra al doble de distancia por mar que Fuerteventura ( ), donde son alojados en hoteles al sur de la isla en régimen de pensión completa, unos 5.600 según los últimos datos que ha ofrecido el ministro Escrivá, con un coste de 300.000 euros diarios para el erario público, y su posterior goteo de desplazamiento a la península; con la prohibición a Pablo Casado (único líder político que se ha desplazado hasta allí para comprobar la situación de este drama humanitario) de que acceda in situ a ver las condiciones en que se encontraban los inmigrantes en el principal puerto de acogida, Arguineguín, epicentro de la crisis migratoria en España, donde en las últimas semanas se han llegado a concentrar más de 2.300 personas, lo que duplica la población del pueblo, con inmigrantes ilegales sin control en las calles de Gran Canaria; y, por último, la guinda del pastel  la pone un nuevo episodio del conflicto bélico entre el Frente Polisario y Marruecos.

Que la niebla no nos impida ver el trasfondo, término que aquí viene que ni pintado, de un asunto que debería ser cuestión de Estado, y no de partido, por muy bien que lo explique su señoría doña Ana María Oramas, de Coalición Canaria, pues toca encender las luces largas y dejar a un lado el cortoplacismo al que nos ha acostumbrado este gobierno y adoptar medidas a todos los niveles.

Estamos asistiendo a hechos que no favorecen la estabilidad socioeconómica de una de las comunidades más castigadas por la pandemia pues su principal fuente de riqueza es el turismo: no se puede mirar hacia otro lado y dejar que el archipiélago canario, frontera sur de Europa, sea Lampedusa, Lesbos o el tapón migratorio de la UE, y al fondo, muy al fondo, el volcán Tropic.




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