Colaborador habitual de este periódico, mordaz y cáustico, la retranca gallega le viene “igual que el apellido, por mi abuela”. Casi arrastra algo de acento este asturiano de nación (sic; usado como arcaísmo para forzar al verso) y sevillano de adopción que acaba de publicar una obra en la que pretende enfocar con una perspectiva “audaz y poco explorada anteriormente”, como reza la solapa del ejemplar editado por Platero Coolbooks; los prolegómenos de un acontecimiento histórico que define como “combate con una importancia estratégica extraordinaria pese a lo escaso de sus participantes”.
– Entendemos entonces que ese “Rey” al que refiere el título es Pelayo.
– En realidad, no exactamente: es más bien el motor de la narración, lo que buscan los personajes de la misma.
– ¿Pelayo no es el protagonista?
– Iba a serlo, la verdad, pero al poco tiempo de comenzar a escribirla me abrumó la idea de poner en boca y manos de una figura histórica tan relevante palabras que jamás hubiera dicho o acciones que jamás hubiese hecho, así que aunque le trato como un personaje principal y por supuesto me permito muchas licencias literarias, he preferido cargar la responsabilidad de la trama en un protagonista de mi completa invención. Además, me da la posibilidad de mostrar muchas cosas desde el punto de vista de un visigodo, un “extranjero” que descubre lo que para un astur como Pelayo serían cuestiones demasiado cotidianas como para darles importancia.
– ¿No era Pelayo visigodo? ¿Eran estos acaso extranjeros?
– Gran parte del hilo conductor de la novela se desarrolla precisamente sobre esa incógnita acerca del origen de Pelayo. No puedo descubrir lo que he planteado sin desvelar demasiado del argumento, pero sí puedo adelantar que la primera frase dicha por un personaje en el libro es (textualmente) ni los astures ni el resto de célticos consentirán jamás que un godo dirija sus designios. Solo tres décadas antes del “combate” de Covadonga, los visigodos se vieron obligados a negociar un armisticio en una guerra contra cántabros y astures. Parecía que los siglos no hubiesen pasado en ese aspecto.
En cuanto a la identificación como extranjeros, poco antes también se unificaron los códigos en el llamado posteriormente “Fuero Juzgo”, y hasta entonces ser godo era una cuestión de pureza de sangre, un auténtico racismo institucional fuertemente arraigado entre los pueblos germánicos que después tardaría muchas generaciones en superarse. Solo hay que echar un vistazo rápido a la historia del siglo pasado.
– Inflexiona con hincapié la palabra “combate” de Covadonga…
– Hace apenas unas semanas me acabo de estrenar como “intento de YouTuber” —comenta algo azorado—, en estos tiempos hay que usar todos los medios al alcance para dar a conocer un trabajo de cinco años como mi novela: en el primer vídeo hablé de algo que también mencioné en este artículo, ya que hay mucha gente que se empeña en devaluar el concepto de “batalla” para aquel enfrentamiento. Es cierto, como batalla fue muy pequeñita, pero supuso una victoria formidable. Estratégicamente, la idea de que al mantener el control en un área montañosa de apenas unos valles se diera la vuelta a la situación militar en tan poco tiempo como para forzar a los nuevos gobernadores a abandonar Gijón, que por entonces era quizá la ciudad más importante de todo el litoral cantábrico, no se sostiene. Debió existir mucho más que un simple triunfo tan localizado: precisamente de eso trata Un Rey en el Norte.
– En otros adelantos, como el booktrailer, plantea una situación territorial más compleja que la comúnmente conocida.
– Efectivamente, así lo era. No es cierto que Asturias fuese algo así como la irreductible aldea de Astérix en un rincón de la península completamente ocupada por los musulmanes: hago referencia a una placa existente en Alsasua que habla de un primer Rey de “Nabarra” [sic] un año antes de la fecha más probable de la elección de Pelayo, que además no queda claro si fue coronado en algún momento. Aunque esa mención de la ermita vascona parece una evidente exageración, sí existían núcleos organizados en esa zona. Además, la historia nos habla de un personaje de cierta relevancia: Pedro, Duque de Cantabria y supuesto descendiente de altos linajes visigodos, que no parece haberse aliado con Pelayo, al punto de convertirse en consuegros, hasta que este no tuvo también bastante jerarquía entre la gente de la zona.
Por otra parte, aunque Roderik fue el último rey godo efectivo, a su muerte se dividieron al menos dos facciones con sus respectivos reyes reclamantes e implantación territorial que resistieron en el entorno de los Pirineos hasta fechas próximas a la rebelión de Pelayo. Todas esas cuestiones me llevaron a empaparme de la documentación, muy escasa y con muchísimos renglones en blanco, y fueron las que me dieron la idea de escribir el libro entre esas líneas, especulando sobre las posibles intrigas, incluso nobiliarias, que se darían en ese contexto, aún con un reino destruido.
– El título de Rey en el Norte suena un poco a Juego de Tronos…
– Suena mucho. No voy a engañar a nadie: soy bastante friki y George R.R. Martin tiene gran parte de culpa de que yo haya tomado su ejemplo, llevando a la fantasía las rivalidades entre los Lancaster y los York convirtiéndoles en los Lannister y los Stark, respectivamente. Descubrí que una generación entera está fascinada con las tramas de Canción de Hielo y Fuego y sentí una especie de frustración al ver que un episodio histórico de lo que hoy es España tiene todos los componentes para resultar igual de atractivo, y sin embargo suena rancio y aburrido. Así que decidí hacer algo muy parecido y llevar a la ficción histórica las últimas consecuencias de esa urdimbre de conspiraciones que era la corte visigoda y que saltó por los aires con la irrupción de un gran ejército invasor al que, jugando también con los resortes de la fantasía épica, yo he llamado “la Hueste Oscura”.
– Fantasía, dice… pero aquí no saldrán dragones, ¿no?
– ¿Por qué no? —inquiere con una sonrisa maliciosa—. En la segunda página, sin ir más lejos. Claro que aparecen en forma de metáfora, pero digo lo mismo que a lo anterior: no escondo la influencia de la literatura fantástica, de hecho quiero usarla para acercar la historia de esos personajes a un público que se interesa más por Arturo Pendragón o Aragorn Telcontar que por un hombre que realmente vivió y tiene muchos elementos legendarios que le aproximan a estos.
El problema, creo, es que la historiografía más rancia ha hecho de Don Pelayo, con su “don” delante para hacerle parecer más un señor mayor que le caen mal los moros; una figura muy ligada al nacionalismo español más centralista y de alguna forma también clasista. Esa imagen del “primer cruzado” puede tener atractivo para una parte de la población pero le aleja de mucha otra, que se emociona con una película sobre William Wallace pero abjura de nuestro propio “Guardián del Norte”, volviendo al Juego de Tronos.
– Sigamos entonces en ese aspecto literario. ¿En qué género encuadraría entonces Un Rey en el Norte?
– Principalmente es una Novela de Aventura Histórica, en la que he intentado mantener un rigor histórico casi obsesivo, para el que me ha costado mucho trazar cronologías y sobre el que me he documentado acudiendo a fuentes primarias e intepretaciones, incorporando todo lo que se conoce al respecto, aún cuando algo de ello haya sido puesto en duda como aportaciones posteriores. Pero también es cierto que tiene ese trasfondo fantástico que me apasiona, con el que he querido plasmar una época en la que pervivían costumbres y ritos muy sugestivos. En el mismo apéndice del libro aclaro que mi historia no trata de duendes, hadas y espíritus del bosque; pero sí de personas que creían con naturalidad en duendes, hadas y espíritus del bosque.
– Personajes, desde luego, no faltan. Es una obra bastante coral.
En el momento en que “relevé del cargo” protagónico a Pelayo, el resto de personajes me fueron pidiendo su cuota. Cada uno me fue presentando a mí mismo una historia que merecía la pena contar, y he de decir que tengo la satisfacción de que algunos de los primeros lectores me han manifestado que le han cogido cariño a “mis hijos”. En especial hay dos mujeres con mucha fuerza, Gaya y Adalsind, que en los libros de historia se llaman Gaudiosa y Adosinda y suenan fatal sus nombres castellanizados, sin las que Pelayo quizá no hubiera podido hacer nada.
En realidad, lo que quería contar lo he condensado y personificado en el protagonista, Ederik; un hombre a todas luces mediocre: la historia de esas personas sencillas con aspiraciones humildes y motivaciones tan simples como defender su modo de vida y su propia vida, las que a fin de cuentas conforman los reinos, forjan las grandes gestas y sus identidades se diluyen tras los nombres de los héroes.
– Volvamos pues a ese aspecto histórico: además de utilizar los nombres en las lenguas contemporáneas, la denominación de las localizaciones también es algo confusa…
Pasa lo mismo, con esa imagen rancia de llamar “Rodrigo” al rey Roderik que con lo de alinear a Pelayo al concepto de “España”. Hispania por entonces no era sino una denominación geográfica sin connotación emotiva más que algún aspecto poético como en las loas de San Isidoro, pero la cuestión patriótica era algo muy local, y la lealtad monárquica algo completamente personal. Esto tiene que ver con esas denominaciones, en las que en muchas ocasiones se llama a una misma zona de formas casi indiferentes, y Galecia, Asturia o Cantabria son lo mismo, y unas son parte de las otras según quien se refiriese a ellas.
– Terminando entonces por donde empezamos: ese Rey en el Norte ¿no es Pelayo como Rey de España?
– Aunque ya dije que Un Rey en el Norte es en sí mismo el objetivo de los personajes y que no puedo decir mucho más para animar a los lectores a que descubran la historia de la novela, a esa pregunta sí que puedo responder categóricamente: no hay constancia de que Pelayo utilizase el título de Rey, y mucho menos de Hispania; y lo enlazo con la controversia acerca de la “goticidad” —acépteme el palabro— de Pelayo. Si Pelayo y sus más directos herederos fuesen godos hubieran mantenido el título de “Rex gothorum”, por esa identificación etnárquica que ya he mencionado. En cambio, lo que está documentado es el uso de la dignidad de “Princeps asturorum”: el principal entre los astures.
En definitiva, aunque animo a todo el mundo a que lo lea y disfrute para comprenderlo completamente, diré que, al igual que el combate de Covadonga acabó siendo un triunfo enorme, puede que con los siglos se pueda considerar a Pelayo como “Rey de España”, pero de lo que no cabe duda es de que fue el primer Príncipe de Asturias.
Un Rey en el Norte, de Borja Castro, está disponible en la web de Platero Editorial, Amazon, Casa del Libro y bajo demanda en cualquier librería.
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