Está claro que abrir la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla ya no es sinónimo de triunfo espectacular y único. Y en esta segunda corrida de la Feria de San Miguel 2023 se ha vuelto a demostrar. Una aceptable faena y otra buena faena no eran antaño méritos suficientes para el más grande de los premios que puede merecer un torero en el mundo. Era necesario algo más, algo que igual no se podía explicar pero sí se podía entender. Algo que Sebastián Castella, por su corte de torero, está muy lejos de poder ofrecer.
Hoy, en este mundo superficial y cortoplacista en el que vivimos y que nos empeñamos en fomentar, ni siquiera algo tenido por casi místico como la Puerta del Príncipe de la Plaza de Toros de Sevilla ha podido abstraerse.
¿Que Castella toreó bien? Sí. Dio series por la derecha, sentidas y tal a su primero, un muy buen toro de Victoriano del Río. También hubo algo por la izquierda. Y faltó despaciosidad, saber parar al toro, gusto por el toreo… En la ficha pondrá “pinchazo, estocada desprendida. Oreja”. Sí. Un pinchazo y un bajonazo dan en estos momentos para cortar una oreja en este lugar lamentable en que han convertido la Plaza de Toros de Sevilla.
Y estuvo muy profesional con el cuarto, un magnífico animal con mucha clase y acometividad. Lo sacó a los medios con eficacia y le dio derechazos, bajos y templados. Pero al ritmo endiablado que marcaba el toro, sin pararlo ni someterlo en ningún momento. Digno respondía con prontitud a cada llamada del francosevillano, pero cuando el público se levantó de sus asientos por una serie normal con un remate normal sólo porque la tarde iba cuesta abajo y eso no se puede consentir, ome, se certificó lo que se temía. Un desarme que parecía inoportuno resultó lo contrario, ya que, para que el ambiente eróticofestivo no decayera, Castella se pegó su arrimón habitual. Buen espadazo, dos generosas orejas y una lamentable Puerta del Príncipe.
Talavante estuvo sobre el albero a verlas venir. Su primer toro embestía con calidad en el primer pase, pero luego no repetía y no había uniformidad. Alejandro pareció dispuesto, pero cuando se vio a contracorriente no hizo el más mínimo esfuerzo. Si esto fue así en su primero, sobra hablar de su segundo animal, que presentó alguna dificultad. Bueno, sí. Que lo despachó de un bajonazo infame. Le recomendamos, paciente lector aficionado a los toros, que haga usted un repaso de la carrera del extremeño desde que reapareció.
Roca Rey mostró algunas cosas, pero todas alejadas de ese cambio de registro, más cercano al arte, que esbozó tímidamente el año pasado. Intentó bajar la mano a sus enemigos, pero se le vio en todo momento atorado y tirando de repertorio incluso antes de tiempo, sin intentar inventar.
En nuestro afán por defender las leyes, en este caso el reglamento taurino, siempre hemos dicho que si la petición es mayoritaria hay que conceder la oreja. Tal vez vaya siendo hora de que algún presidente serio, no fue el caso de esta corrida, empiece a actuar motu propio y evite bochornos como los que se vienen dando en Sevilla en los últimos tiempos. El afán del público -público, no aficionados- por emborracharse de trofeos, aunque sean más falsos que una moneda de tres euros, debe ser cortado de raíz. Que hablamos de corridas de toros (¿podemos olvidar por un momento eso de “espectáculos taurinos” o “festejos taurinos”?) en la Plaza de Toros de Sevilla.
Miedo me da la última de San Miguel 23.