Toros en Sevilla: MORANTE, deidad del toreo
El de La Puebla, total y absoluto, vuelve a reventar la temporada en San Miguel con su toreo eterno

¿Cuál es su techo? ¿Cuál es su límite? Si lleva años instalado en la leyenda ¿hay leyenda por encima de la leyenda? Porque si la respuesta es que sí, es él, José Antonio Morante Camacho, el único que habita y puede habitar en ella para situarla más y más arriba con el paso de las faenas, de las ferias, de Sevilla, de las temporadas… Si el año pasado por estas fechas fue capaz de hacer esto después de dos temporadas con la Fiesta a sus espaldas y este año celebra así sus bodas de plata después de liarla en la Feria de Abril y sigue para salir a glorificación por tarde y, para rematar, se permite liar la que ha liado en este viernes de San Miguel de 2022 ¿de qué estamos hablando? ¿de quién estamos hablando? ¿de un torero y ya está? Pues no, mire usted. No. Tiene que ser más, es muchísimo más.
Todo fue extraño en la lidia del cuarto toro de Matilla (vulgo hermanos García Jiménez), de nombre Derribado. En su primera acometida al capote de Morante perdió las cuatro patas a la vez y cayó al suelo sobre la panza. Cuando se recompuso, su embestida y andar descompuesto por mor de unos flojos cuartos traseros provocaron las protestas del público, que siguieron hasta después de ser picado. En un momento, sorprendentemente, el matador pidió con las manos a su gente la calma que él mismo demostraba, poco después de haber quitado por chicuelinas etéreas, inopinadas, como por ensalmo.
Y se fue a por la muleta.
Y dio un recital de ayudados tan pegado a las tablas que resultó hasta peligroso. Y así se llevó al toro a los medios para citarlo muy de cerca, tanto que parecía imposible que los derechazos pudieran resultar tan largos que adquirieran hechuras de redondo. Y a cada pase, uno a uno, a cada serie, a cada caricia a los pitones, los tendidos no recordaban las protestas porque no tenían capacidad ni para recordar ni para pensar nada que no fuera emborracharse del toreo que estaban teniendo el privilegio de vivir. Y para expresarlo con todo el ruido necesario.
Llegó el momento de la izquierda, que no pudo ser pero, bueno, no pasa nada. ¿Que no puede ser? ¿Que no pasa nada? Dos series más de antología del derechazo para luego sacar esa tanda de templados naturales cargados de arte que parecía imposible, abrochados por un molinete, jugándose la vida de puro cerca, como en toda la faena. Fue entonces cuando, entre la locura del público, varios sombreros cayeron sobre el albero a modo de ofrenda: “me da igual todo” (o “de tó”).
Dos intentos hubo antes de que una certera estocada acabara con Derribado. No sabemos qué dejó de ganar Morante por la espada (en los tendidos se hablaba de rabo antes de entrar a matar…) pero sí sabemos lo que ganamos los que tuvimos la suerte de estar en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla en la tarde del 23 de septiembre de 2022.
(Ruego a los pacientes lectores una disculpa, pero es maravilloso poder usar lenguaje de exageración cuando se sabe que se está siendo fiel a la verdad).
Por supuesto que lo que pasó con el cuarto no fue lo único de la tarde.
Morante bordó el toreo a la verónica en el que abrió plaza, un toro cornalón y con poca fuerza que sólo sirvió en el capote. Un quite con dos medias sublimes fue el inicio de su fin, ya que ni Ortega pudo lucirse en su turno ni el cigarrero cuajarlo con la muleta. Inició su faena al uso -pase y pecho- y sacó una buena serie por la diestra. Pero el toro no daba para más.
Que Tomás Rufo tiene una cabeza privilegiada es algo que ya hemos comentado en este sitio web en alguna ocasión. Volvió a demostrarlo en su última cita con Sevilla de este año, ése en el que abrió la Puerta del Príncipe.
Su primer toro iba bien en largo pero lo vimos sólo cuando, sorprendentemente, lo dejó de esa guisa para ir al caballo. Y así lo toreó, con profundidad y jugando con los tiempos para poder darle opción a recuperarse. Tras dos buenas series bien ligadas por la derecha y un intento por la izquierda, el animal cambió; sólo respondía de cerca y ésa no era su condición. Se acabó.
Juan Ortega se llevó el peor lote de la mediocre corrida de Matilla. Pudo lucir su privilegiado capote en el segundo, pero no tuvo cotinuidad con la muleta. En el quinto, peligroso y sin fuerza, pecó incluso de pesado en una porfía anodina que le hizo ganarse algunos silbidos.
A Rufo hay que esperarlo, incluso ante un toro soso y que parecía que no iba a aportar nada, como fue el sexto. Dos buenas series de derechazos aseveran nuestra afirmación. Sin embargo, la embestida atropellada del bicho no era cómoda y poco más pudo hacer.
Permitame, amigo lector un leve “corta y pega” de la crónica de la corrida del 1 de octubre del año pasado, enlazada más arriba: Seamos justos, nada fue igual después de lo del cuarto. Cualquier cosa que pudiera pasar corría el riesgo de sobrar, incluso aunque haya que reseñar la valentía de Ortega y Rufo y su disposición para enfrentarse a quinto y sexto después de la que se había liado. Lo que todo el mundo quería, reventado como estaba tras lo vivido, era volver a a ver a Morante atravesar el ruedo maestrante para dedicarle, de vuelta, una ya tranquila, sosegada y muy agradecida nueva ovación.




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