Corriendo los tiempos que corren, en los que ni a las mentiras (“posverdad”, “fake”…) se las llama por su nombre, es una delicia encontrar a la verdad del toreo en una plaza destacada como la de Jerez de la Frontera. Y es una delicia que el que manda aplique estrictamente el reglamento, sin importarle compensaciones, “conjunto de actuación” ni demás zarandajas.
Porque lo de Morante en la corrida del sábado de Feria en Jerez fue de las cosas importantes que se podrán contar en esta temporada taurina de 2022. No es Torrestrella una ganadería fácil e incluso los toros que pueden valer -si el torero vale, claro- no lo muestran así por las buenas. Y eso fue lo que pasó con el bonito cuarto de la tarde. De salida, probaba, miraba y no acababa las embestidas. Incómodo, arrancaba y, de repente, se frenaba. Mal asunto.
Pero Morante, ante la sopresa general, puso cara de responsabilidad y, decidido, de “vámonos a por él, que va a ser”.
Empezó por la derecha con muletazos lentos, templados, cortos, tal y como Vagabundo requería. Probó por la izquierda, pero ahí sí que no había nada que hacer. Cuando el toro empezó a protestar ya había sido sometido por el maestro, que se permitió hablarle al oído en los frenazos que dio, acariciarle los pitones, antes de volver a darle un toque fuerte para acabar el pase y que la locura en los tendidos siguiera creciendo. Cada muletazo -incluidos molinetes, cambios de mano, adornos…- le obligó a tirar de toda su torería, de todos sus recursos, de toda su condición de figurón histórico del toreo.
Tras pinchar, una estocada le puso una merecidísima oreja en la mano.
Lo más destacable de la presencia de Roca Rey en esta Feria de Jerez fue que, tras vivir en primera persona lo de Morante al cuarto, se fue como una fiera a por el sexto, más después de haber fallado con las espadas en el tercero. Pero una cosa es torear y otra darle pases al toro, incluso aunque el repertorio sea casi inacabable.
Igual que también hay una diferencia entre pegarse el arrimón para que el público chille, palmee y tal y torear en corto, pisando los terrenos del toro, porque es lo que el animal demanda. Honra al peruano que nunca quiera dejarse ganar la pelea, pero eso de jugar a novillero cuando es una primera figura del toreo…
En fin, circulares, pases cambiados, pitones rozando los muslos y demás recursos lograron su objetivo y el público pidió con fuerza la oreja tras la estocada. Siguió solicitando la segunda, pero el presidente, firme, aplicó el reglamento. Punto.
Mejor estuvo el peruano con el tercero, que no humillaba pero al que obligó a embestir. Tardó algo en darse cuenta de que el toro necesitaba un toque fuerte antes de cada muletazo, pero cuando lo hizo logró hilvanar buenas series por las dos manos. La estocada contraria no sirvió e intentó tres descabellos ante de que el toro se echara.
Morante estuvo voluntarioso en el que abrió plaza, pero no le sirvió de nada, ya que el animal decía muy poco. Sin fuerza, se quedaba corto en cada pase y, a pesar de que humillaba, no tenía condición para responder a lo que su bravura le podía pedir.
¿Y Juan Ortega? ¿Qué pasa con Juan Ortega? ¿Le está pudiendo la temporada que debería ser la más importante de su vida? Lo cierto es que tan verdad es que los dos toros de Jerez no le sirvieron, por a contraestilo y a contratodo, como que a estas alturas de temporada aún no se ha reivindicado ni se le ha oído por nada. Tiene el duro, lo ha demostrado, habrá que seguir esperando…
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