La vida “gonzo” de un gran periodista: adiós a Tomás Balbontín

Cuando el querido compañero Tomás Balbontín llegó a un periódico, la editorial Anagrama publicaba a toda pastilla los libros de un semi dios desconocido, Tom Wolfe, estrella máxima del llamado “Nuevo Periodismo” en el que el periodista se introducía en el relato de las noticias y, en el caso de Hunter S. Thompson, otra de sus grandes figuras, su presencia incluso condicionaba los hechos o los protagonizaba en lo que se llamó “periodismo gonzo”, añadiéndoles así a sus narraciones un elemento de subjetividad que hasta entonces era pecado capital en las redacciones del mundo entero.

Con aquellos referentes de la revista Rolling Stones se había incorporado Tomás al ABC de Sevilla, aunque toda su vida practicó un respeto primordial por las reglas clásicas del periodismo con exigencia y devoción. Creo que a él le ocurrió más bien lo contrario, que introdujo en su vida al periodista que le habitaba dentro y le inundó la mayor parte de su realidad personal.

Cuando quiso incorporarse a la normalidad, arrastraba las heridas de aquel ‘gonzismo’ cotidiano extenuante que le había permitido adornarse con los trucos de los viejos oficiantes del periodismo sin perder de vista nunca la arriesgada invitación de lo que estaba por llegar. El mundo seguía su curso y Tomás se incorporó con todo el bagaje acumulado.

Hunter S. Thompson, autor del primer libro sobre las bandas de forajidos de la motos conocidos como “Ángeles del infierno” (él mismo se hizo pasar por uno de ellos hasta que fue descubierto y recibió una paliza descomunal) escribió una vez que “La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!”. A los 67 años, en 2005, Thompson se disparó con un rifle en la cabeza y luego sus cenizas fueron esparcidas por un cañón desde lo alto de una torre.

Creo que Tomás lo intentó de otro modo, pero también sin pensar en las consecuencias, y apuró cada frenada, en cada curva, levantando una polvareda a su paso, con la única intención de beberse la vida, lo bueno y lo malo, a degüello, sin conmiseración por sí mismo ni por nada. Resistió y se sobrepuso a trasplantes y operaciones diversas que no lograron amargarle la existencia, porque creo que sabía que sería su única vez y se instaló en su columna de “Los lunes al sol”, en ABC, siempre puntual a la cita, nunca resignado.

Como Tom Wolfe, se especializó en la sección de Local, donde llegó a ocupar la posición de redactor-jefe, y se convirtió en una estatua de sal de las alternancias de la política de la ciudad, donde todos los candidatos eran conscientes de que una vez que alcanzaran la Plaza Nueva se encontrarían allí con un cronista implacable al que no podrían orillar porque acumulaba todos los trienios del arquillo y no había loseta que no hubiese pisado antes que ellos.

La “vida gonzo” de Tomás, arisco por timidez, guasón pero introvertido, tierno, respetuoso y considerado a pesar de su desdén desacomplejado con aquellos a los que denominaba “un chufla”, encontró su reverso en un barco de vela y cuando llegó a su vida su mujer, Nani Carvajal, periodista fulgurante y combativa, con la que tuvo dos hijas que le condujeron al recinto fortificado de su intimidad en el Tiro de Línea en un dulce calvario del que nunca le oí renegar ni quejarse, porque arrepentirse debía ser cosa de chuflas… O de cobardes.

Ejerció el columnismo político de la manera desprejuiciada, osada e inmisericorde de los tiempos rebeldes y quienes padecieron sus críticas no le olvidarán jamás. Los que le quisimos y compartimos jornadas eficaces e interminables en la Redacción con él, mucho menos aún. Descansa en paz, querido compañero. ¡Y Vaya viajecito!




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