Tras unos años con la salud muy delicada, la última semana de agosto fallecía el artista onubense afincado en Sevilla Antonio Barragán de las Cuevas.
Catedrático de Bellas Artes, y Doctor en su especialidad, compatibilizó la docencia con una excelsa y fructífera carrera como pintor y una intensa vida social y cultural que le hizo ser Caballero de la Merced, Académico de la Diplomacia y Oficial en la Armada española como reservista voluntario. Elegantísimo y de modales exquisitos, en su faceta más personal, fue la envidia de propios y extraños cuando se casó con Ángeles Garrido, también pintora, cuya belleza podría envidiar una miss universo venezolana, y tuvo dos hijas que heredarían el porte de su madre. Ferviente católico, confesaría que llegó a vivir de cerca uno de los milagros de Juan Pablo II.
Como artista, aunaba todos los valores que deben recurrir en un clásico y académico. Dominaba el dibujo, era un gran colorista- sobre todo en las gamas pasteles- y en la composición, la armonía era uno de sus puntales. Cultivó todos los géneros, incluido el retrato institucional, pero en el paisaje “muy pocos le tosían” porque imprimía un sello personal a todas sus composiciones, una luz mágica muy onubense y una multiplicidad de formatos que, cuando comenzó en la pintura, no eran en exceso habituales. Sus oníricas combinaciones de colores, con una captación casi acuosa de los matices, dotaban a sus óleos de la ligereza de la acuarela e imprimían a sus paisajes un halo de romanticismo.
Doñana. Colección Taraver
Patriota defensor de sus ideales
Pero ante todo, Antonio Barragán fue un patriota muy dolido por los males que aquejaban a España y defendió con fuerza a sus ideales. Recordar cuando observó aquel octubre, que por el conflicto en Cataluña numerosos balcones se cubrían con la Bandera Nacional en Los Remedios, y ninguna lucía en la gran manzana ocupada por el Colegio de Santa Ana. Pese a la discreción que le caracterizaba, se personó allí para manifestar su extrañeza y tristeza por el hecho de ser la única manzana del barrio, en la que no lucía ni una sola bandera española.
Le despidieron con cajas destempladas “No le permitimos que nos venga a decir lo que debemos o no debemos hacer. No tenemos por qué entrar en política”
Pero Barragán no se amilanó y se defendió con las mejores armas y solo les leyó el Cuarto Mandamiento del Catecismo «El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, y a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los ancianos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria.
Su lectura cayó en saco roto, pero sintió que había cumplido con su deber. Comentó que “No estaba hablando de política sino de patriotismo”.
“Pintura pura” con el empaque de los retratos regios
Pese a que se prodigó muy poco en exhibiciones públicas en la última década y permaneció al margen de los circuitos oficiales -como comentaba al conocer la noticia de su fallecimiento Ferrer-Dalmau, el pintor de batallas: “Barragán era sin duda, uno de los grandes pintores vivos del país”. Por ello, el Capitán de Navío Ruibérriz de Torres, gestionaría para la Torre del Oro sus últimas grandes obras: los retratos del rey emérito Juan Carlos I y del rey reinante Felipe VI.
Dado su destino, eligió para ambos la indumentaria de Capitán General de la Armada vestidos de gala. Fajín rojo con cinco pasadores, y el toisón de oro en el cuello sobre la corbata. La condición de alférez de fragata reservista de Barragán, quedó en evidencia por lo protocolario de la uniformidad de los retratados.
En estos lienzos para el Museo Naval de Sevilla, Barragán de las Cuevas se ciñó escrupulosamente al concepto clásico de representaciones regias, pero huyendo de la reproducción fotográfica. Con dominio del oficio y talento, sin restarles empaque, confirió a estas obras institucionales su propio estilo. No renunció un ápice al lírico impresionismo que caracteriza su trazo y que se adueñó de los fondos de ambas representaciones presentando a los dos monarcas a plein air
Además Barragán hizo posar al El Rey Juan Carlos delante de “La Roca”, su valiente reivindicación histórica y política del Peñón de Gibraltar, solar español ocupado por Gran Bretaña.
En el cuadro de su hijo, Felipe VI, presenta al joven Rey en la ciudad de Sevilla junto al río Guadalquivir y ante la propia Torre del Oro. Pese a que en su rostro hay jovialidad, también cierta fijeza en la mirada y una postura menos relajada que la de su padre, tensión con la que quiso señalar las duras responsabilidades que conlleva el cargo… y las que estarían por venir.
El arte de Barragán no se ha ido con él. Su mujer Ángeles Garrido y su hija Marta, continúan su legado. Algo que pudimos comprobar en su maravillosa exposición Trio de color en el Alcázar de Sevilla. Y es que la personalidad pictórica de los tres, desde distintas sensibilidades, irradiaba un nexo común: la belleza absoluta de la naturaleza.
En las obras de su mujer e hija seguirá la luz de Barragán en esos cielos de Andalucía, en los verdes de la Vega de Carmona, las arenas del Coto de Doñana o el azul de la costa onubense que pintó como nadie. Una luz que, sin duda, está acompañando al Señor como merecida recompensa. Dios guarde a Antonio Barragán de las Cuevas: excelso artista, buen cristiano, profundo patriota y un gran caballero español.
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1 Comment
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