Carmen Sevilla ha fallecido hoy a los 92 años tras ser ingresada en estado grave en el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz de Madrid el pasado domingo 25 de junio tras complicarse su salud. Llevaba más de 13 años afectada por la enfermedad de Alzhéimer. Desde entonces, su hijo Augusto J. Algueró, y su amigo Moncho, son los únicos que han seguido yendo a visitarla y acompañado hasta su muerte, siempre protegiendo su intimidad.
María del Carmen García Galisteo nació en Sevilla un 16 de octubre de 1930. Nacida y criada en el barrio de Heliópolis estuvo en contacto con las artes desde temprana edad gracias al compositor y letrista Antonio García Padilla “Kola”, su padre, y al periodista satírico José García Rufino, su abuelo paterno. Despegó en el mundo artístico en los años cuarenta, y con ayuda de la cantante Estrellita Castro tendría su primer acercamiento con la música, iniciándose como cantante.
Hizo su debut como actriz en 1947, participando en la película Serenata española, en la que se le dio un pequeño papel. Sin embargo, a pesar de que su primera intervención no tuvo tanta relevancia, reaparecería en 1949 protagonizando junto a Jorge Negrete Jalisco canta en Sevilla. Tras el estreno y éxito de este filme su carrera despuntaría hasta llegar a Hollywood.
Hoy, como recuerdo a la gran artista, traemos de nuevo a estas páginas el genial artículo que nuestro colaborador José Mª Arenzana le dedicó al cumplir 90 años. La vida, los comienzos, anécdotas, amores… de una de nuestras sevillanas más queridas e internacionales.
Descanse en Paz.
Texto de José Mª Arenzana:
“He vuelto a ver de nuevo la casa de la calle Feria donde me crié en Sevilla y me he emocionado al ver la escalera…; la puertita con el Sagrado Corazón de chapa que tenía, y me he puesto a llorar; he ido a la azotea, que es donde yo jugaba y bajaba esas escaleras de dos en dos para bailar sevillanas. Dejaba el plato de comida para bailar sevillanas. ¡Está todo igual, igual que como yo lo recordaba!… A mis 74 años he vuelto a ser niña. La gente que vive allí son ya viejitos como yo y me ha dado mucha alegría ver todo eso. Ha sido precioso”.
Así rememoraba Carmen García Galisteo (Carmen Sevilla para el firmamento luminoso del cine y el espectáculo) en sus “Memorias” (2005) aquel día de comienzos del otoño que la acompañamos a visitar la casa en la que pasó la mayor parte de su infancia.
Calle Feria, 23, frente a la Academia de Realito, que se mudó a la acera de en frente porque en los bajos, ¡lagarto, lagarto!, habían puesto una funeraria. Carlos Herrera preparaba por entonces aquel libro de memorias de la estrella, relatadas en primera persona tras una larga serie de conversaciones intensas e íntimas que el presentador grababa con minuciosidad y esmero.
El encargo que me hizo mi querido y admirado Carlos fue revisar aquel material, ordenarlo un poco, detectar los fallos de memoria, comprobar algunos nombres o corregir las fechas confundidas en la narración de la propia estrella. Con ese motivo acudí en numerosas ocasiones a charlar con ella a solas, en su casa madrileña del Paseo de Rosales y en la célebre Clínica Buchinger de Marbella, donde cíclicamente se retiraba y se sometía a dieta por su mera coquetería de chica-cañón, de niña guapa de 74 años.
Aquella tarde de 2004, en la calle Feria, en una doble casa, con dos puertas, unidas en la parte alta, Carmen acariciaba con ternura infinita la chapa de aquel Sagrado Corazón en la puerta ajada. Con las lágrimas asomando, subimos a la azotea; la luz, exaltada y tamizada por los reflejos de las sábanas al sol, concedían al espacio cierto aire de plató cinematográfico.
Respiración henchida, ojos húmedos y una sonrisa emocionada y feliz que la conectaba con sus lejanos recuerdos, que hoy, a punto de cumplir los 90 años, el próximo viernes, 16 de octubre, ya no existen. La memoria tal vez apagada como por un interruptor antiguo de perilla. El tiempo que se cierra en un lento fade-out, como el final de una película, la de su vida.
Pero Carmen vino al mundo conectada a una fuente de energía luminosa que recorre a su familia y que se proyecta en el mundo de la imagen más allá del tiempo, una luz que surgió tal vez hace mucho de algún lugar ignoto y que hoy potencia y alimenta hasta la misma varita mágica de Harry Potter.
La estrella Carmen Sevilla nació en un resplandor del año 30, por la mañana, en una casa del barrio de Heliópolis, cerca del campo del Real Betis, hija de Antonio García Padilla “Kola”, célebre compositor de algunas de las mejores coplas, zambras y cuplés del repertorio de siempre, y de la algecireña Florentina Galisteo Ramírez. Fue bautizada a los pies de la Virgen de los Reyes, actuando de padrino el que, andando el tiempo, llegaría a director de ABC de Sevilla, Antonio Olmedo.
Aquella casa, un antiguo hotelito para los residentes durante la Exposición Iberoamericana de 1929, era de su abuelo paterno, José García Rufino, el igualmente célebre Don Cecilio de Triana, periodista satírico, corresponsal de Blanco y Negro y escritor de sainetes de los tiempos de la bellísima y atronadora aragonesa Raquel Meller, otro fuego deslumbrante, la actriz española de más proyección internacional en el primer tercio del siglo XX.
En sus memorias, los abuelos don José y doña Mercedes, aparecen retratados en una divertida anécdota en la que en cierta ocasión Don Cecilio, aficionado a relacionarse con las chicas de la alta sociedad de su tiempo, dejó sin cerrar la portada de su revista semanal para marcharse a Madrid con una jovencita que aspiraba a ser artista. Cuando el director de la revista le preguntó a doña Mercedes por el paradero de “Don Cecilio” urgido para decidir lo que llevarían en la portada, la señora le encargó:
– Haga usted una caricatura de mi marido y póngale un dibujo de un zorro plateado al cuello y con la cara de esta señorita. Y de título, tome nota: “Don Cecilio se ha escapado con una zorra de Sevilla”.
El abuelo “Don Cecilio”, que estaba en un teatro con la muchacha, empezó a notar antes de empezar la función que había risitas y risotadas en el patio de butacas:
– Alguna trastada me ha hecho doña Mercedes, pensó para sus adentros.
El escándalo fue monumental: “Mi abuela era muy ingeniosa. Gracias a ella yo soy artista”, le recuerda a Carlos en su libro de Memorias.
Por el lado materno, sus abuelos fueron Antonio y Carmen, ella bautizada frente a la Torre del Oro -la de los bellos atardeceres lánguidos, pero resplandecientes-, vecinos del barrio de la Aduana, donde está la Delegación de Hacienda y donde el abuelo trabajaba.
La hija y madre de la artista, Florentina, retraída y tradicional, poco amiga de los maquillajes, cremas y potingues, también tuvo algún contacto involuntario con el universo de la luz y de la imagen: trabajó antes de casarse en la empresa Kodak y al parecer era tan guapa que solía caminar con la cabeza gacha (yo ando igual que ella”, dice la artista en sus Memorias), tanto, que cierto día que caminaba por una acera, la retrataron sin darse cuenta y el diario ABC le otorgó el premio de un concurso que organizaban cada año a “La mujer más bella que iba por la calle”. Aunque pasajero, era un fogonazo más acumulado en la familia.
Pero a Carmelita Sevilla, apodo que le colocó otra estrella, Estrellita Castro, lo que le entusiasmaba de verdad era bailar y bailar y bailar…
Cierto día, su padre, el letrista “Kola”, que había introducido en el mundillo musical al poeta Rafael de León permitiéndole colaborar con él en aquel firmamento de coplas imperecederas, mandó a la niña, con apenas 15 años, a entregarle un libreto en el teatro a la popular cantante.
La puso a bailar allí mismo y luego le prometió que convencería a su padre para que le permitiera sumarse al elenco. Unos días más tarde, Estrellita, la gran estrella, amante de todos sus amantes, que la agasajaban con diamantes como caramelos, incluido Millán Astray, le espetó al letrista:
– Kola, su hija se va a venir conmigo.
El padre empezó a poner excusas con los peligros que tenía el artisteo y lo jovencita que era la niña, pero Estrellita Castro, la gran estrella de los escenarios y de las alcobas de los poderosos, lo frenó en seco:
– Oiga usted, Padilla, que si su hija quiere ser puta es igual que esté encima de un escenario que detrás de un mostrador. Eso se lo digo yo a usted.
Y así estalló la luz que encerraba para el mundo en su refajo virginal “la niña”, que allí aprendió a usar sujetadores por exigencias del oficio en un cuerpo de yogur y redondeces.
Del mismo estilo es muy conocida la anécdota posterior que protagonizó la madre de Estrellita cuando se encontró con el dramaturgo Premio Nobel Don Jacinto Benavente y le soltó que tenía un hijo igual que él:
– ¿Es escritor como yo?, se interesó el Nobel de Literatura.
– No, es maricón, igual que usted -le respondió.
De allí, con el luminoso rostro que la acompañaba y con la frescura de cerezas de sus redondeces, pasó al elenco de El Príncipe Gitano, de Pepe Marchena, del Marqués de Montemar, que era un noble millonario empeñado en convertir los escenarios en un lujoso río de pedrerías y bordados al estilo de Hollywood y que lucían las chicas más bonitas del momento. Se arruinó, claro.
Como su máxima ilusión era bailar, ya en Madrid estuvo en varias academias y cayó en manos de Miss Karen, una profesora de danza clásica a cuyas clases asistía también una jovencísima Concha Velasco. Hasta que un día, Miss Karen le soltó:
– Carmen, tú no poder dedicarte a esto de bailar clásico porque pesarte mucho el culo.
Pero como las fuentes de luz poderosas se atraen de forma inevitable, cierto día, caminando por las calles de Sevilla, el galán mexicano Jorge Negrete estuvo a punto de atropellar a Carmelita cuando ella se dirigía al casting para hacer de extra en la película “Jalisco canta en Sevilla”. La niña, ajena por completo a quién estuvo a punto de atropellarla, le montó un circo de narices al reconocerlo en el Hotel Colón.
Cuando le tocó el turno, ya metidos en faena, el astro mexicano le indicó:
– Carmelita, lea esto en voz alta.
Jamás había intentado algo similar y lo leyó como si fuera una lista de la compra. Entonces le preguntaron:
– ¿Usted sabe conducir?
– No, señor.
– ¿Sabe usted montar a caballo?
– No, señor.
– ¿Y sabe nadar?
– No, señor.
– Entonces, ¿qué sabe usted hacer, chamaca?, alzó la voz Negrete, que aún no sabía que unos días después estaría besando apasionada y repetidamente en los labios a aquella niña con edad de ser su hija y que apretaba los labios en cada toma como si le estuvieran haciendo tragar una papilla amarga.
Le dieron el papel protagonista y un especialista tumbado en el suelo manejaba con las manos los pedales del automóvil mientras ella movía el volante.
Y a partir de ahí, la brillante luminotecnia de su sonrisa, mezclada con el poderoso influjo de su esbeltez cremosa y aquella luz que rebotaba en todas partes donde se movía, se fundieron en el destello fulgurante de una supernova que acababa de nacer.
Con apenas 18 años enamoró perdidamente a Carlos Arruza en un noviazgo que de tan tradicional exigía un convento de clausura; también a Miguel Alemán Jr., a Luis Mariano, a Mario Moreno Cantinflas, a Paco Rabal, a Frank Sinatra, a Vittorio de Sica, a Yul Brynner, a Charlton Heston, quien en una escena de “Marco Antonio y Cleopatra” no se pudo resistir y le metió un fregado a sus protuberancias hasta que nuestro foco de luz indesmayable escuchó la orden de “¡Cooorten!”… Y tantos otros.
La estela que dejaba a su paso deslumbraba en Hollywood lo mismo que en Cifesa o en los estudios de Samuel Bronston, una luz cegadora que el extraordinario compositor musical Augusto Algueró venció gracias a sus gafas oscuras, quien logró ganarla al fin para el matrimonio. Un matrimonio, cuenta la propia estrella, en el que estrenó por fin aquel objeto de deseo que había paseado por el firmamento de las estrellas sin un rasguño y que, en Argentina, un aborto voluntario decidido junto a su marido por razones de trabajo, le causó la única herida que 40 años más tarde todavía la hacía meterse en el agujero negro de su tristeza más profunda. Era la cruz que arrastró toda su vida.
Pero dije que esa fuente luminosa que la acompañó toda su vida y esa frescura y esa magia que brotaba de la frescura de una manzana recién pelada se ramificaba en un árbol genealógico que conectaba su fulgor con la varita mágica de Harry Potter.
Prueba de ello es que Carmen García Galisteo, la mayor de tres hermanos, intuyó que en su familia había luz de sobra para iluminar el camino de muchos otros. Su hermano Antonio, el mayor de los dos varones, se marchó a Suiza una vez terminada la guerra, contratado por la empresa Kodak, donde hubiera podido llegar a ser director de Kodak-Europa, pero después de algunos años prefirió volverse con su mujer a Sevilla para estar con sus hijos, que se habían quedado con los abuelos.
Al segundo varón, Pepito (José García Galisteo, alias “El Sevillita”) , la estrella lo puso a trabajar de meritorio de cámara en sus películas, junto al director de fotografía Antonio Ballesteros, y con el tiempo se convirtió en director de fotografía de numerosas películas y series de TV (“María Pineda”, “Los gozos y las sombras”, “Réquiem por Granada”…)
Y no acaba ahí la dinastía emparentada con las fuentes lumínicas y la luz que irradiaba nuestra estrella, puesto que José introdujo a los hijos de Antonio en el mundo del cine como jefes de electricidad y hasta nuestros días han sido considerados en el mundillo como los mejores eléctricos del cine. A su vez, los nietos de Antonio (hijos de su hijo Antonio) se establecieron en Londres y han participado como jefes de eléctricos en las películas de… Harry Potter.
Era previsible. Luz y magia de una estrella, la de nuestra Carmen Sevilla.
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