Abuelos y familiares de una ex dirigente comunista también descuartizados con hacha el mismo día y en el mismo lugar que el tío abuelo del diputado de Vox
La barbarie de Baena fue ordenada por el secretario local del PSOE

Si el objetivo era buscar un ejemplo inmejorable del sectarismo y la manipulación partidista que se está haciendo de la Guerra Civil por parte de la izquierda, no pudo estar más afortunado el diputado de Vox por la provincia de Sevilla y profesor de Filosofía del Derecho, Francisco José Contreras, cuando el pasado día 2 de diciembre en las Cortes sacó a colación el caso de su tío-abuelo, Rafael Contreras Leva (35), coadjutor de Santa María la Mayor en la localidad cordobesa de Baena, natural de Nueva Carteya, descuartizado vivo a hachazos a finales de julio de 1936.

Aquel mismo día y en el mismo lugar, entre las paredes del convento de San Francisco, a falta de munición suficiente para ejecutar a los rehenes, fue, según declararon varios supervivientes, el secretario del PSOE local, Francisco Luque Pérez, quien ordenó de idéntica forma la ejecución de 73 personas, entre ellos Vicente (48) y Gabriel (38) Caballero Francés y José Caballero Osuna (19), además de Manuel (7), Marina (6) y Rafael (3) Cubillo Pérez.

De los miembros de esas dos familias detenidos allí, los Caballero y los Cubillo, sobrevivieron apenas Francisca Caballero Francés (45), herida por hacha y sus hijas Carmen y Pilar.

Andando el tiempo, de lo que se salvó de ambas estirpes aquella jornada y en los días subsiguientes, nacería, en 1956, la que llegaría a ser portavoz de IU en el Parlamento de Andalucía, la muy afable y tristemente fallecida en enero de 2015 a causa de un cáncer fulminante Concha Caballero Cubillo, que fue pareja sentimental muchos años del ex presidente ejecutivo del PCE y secretario general de los comunistas en Andalucía, Felipe Alcaraz.

¿Se puede, acaso, sintetizar o alambicar mejor la Historia de España?

Según algunos relatos periodísticos de estos últimos años, las izquierdas, en las que Concha Caballero, Medalla de Andalucía a título póstumo, militó desde muy joven, asesinaron en Baena a sangre fría y sin motivo alguno a la abuela por parte materna de Concha y a todos sus hijos (menos uno de 7 años). Logró salvarse la que más tarde sería su propia madre.

Por el lado paterno, cayeron el abuelo y uno de sus hijos, además de una serie de tíos, tías y tíos-abuelos, varios de ellos menores de edad en aquel instante, los cuales se encontraban apresados los días 28 y 29 de abril en el mismo convento en el que descuartizaron con su crucifijo al pecho al tío-abuelo de Francisco Contreras, hoy militante de Vox: “No por lo que hicieron, sino por ser lo que eran”, dijo el portavoz parlamentario.

 

 

Los Caballero y los Cubillo de aquel tiempo, según las propias palabras de Concha, que nunca ocultó estos hechos, aunque tampoco explicó su, en apariencia, contradictoria militancia política, formaban “una familia muy conservadora, muy de derechas, que tenía miedo, horror a la política. Para ellos, la política era el conflicto”, dijo en 2008, siete años antes de su defunción.

No parece extraño que así fuera, tras haber padecido tan atroz experiencia en los primeros días de la sublevación militar, una carnicería que parece sacada de una película de terror, aunque tal vez una relación conflictiva con su padre en su etapa preadolescente (fue enviada a estudiar con 14 años a la Universidad Laboral de Zaragoza, desde Jaén, a donde su familia se había trasladado después de la guerra) y una serie de encuentros casuales con compañeros universitarios en Granada durante los primeros años de la Transición, además de una larga relación sentimental emprendida con el que llegaría a secretario general del Partido Comunista de Andalucía, terminaron por conducirla a las filas de varios de los partidos que encabezaron aquellas matanzas, entre ellos el PSOE, en el que también militó la diputada andaluza durante un tiempo.

En el sucinto y memorable discurso de Contreras el otro día en contra de las partidas de 11 millones de euros dedicadas en los Presupuestos Generales del Estado a la Ley de Memoria Democrática, el diputado de Vox acusaba al Gobierno y a los partidos de la izquierda de seguir alimentando la confrontación guerracivilista con el único ánimo de obtener rentabilidad electoral a costa de aquella tragedia: “La única reparación moral que necesitan nuestros caídos hace 80 años es que ya no los veamos como nacionales o republicanos, sino simplemente como españoles (…) y a ustedes lo que les mueve no es reparar, sino conseguir votos en 2020 con los muertos de 1936″.

Cuando ya apenas le quedaba tiempo para finalizar su intervención, el diputado de Vox se llevó su mano derecha al bolsillo de la chaqueta y mostró un crucifijo para subrayar: “Mi tío fue despedazado con un hacha en Baena, Córdoba, por el hecho de ser sacerdote. Éste es el crucifijo que llevaba en el pecho cuando fue asesinado” y a continuación mencionó que al obispo de Barbastro (Huesca), el vallisoletano Florentino Asensio, “le cortaron los testículos a lo vivo para dejarlo morir desangrado”.

Con el tiempo de su intervención ya vencido, el diputado de Vox acertó a señalar que en el otro lado se producía a la vez igualmente barbarie y represión, tratando de explicar así que no debía buscarse alimentar aquel sectarismo que llevó al fracaso de la II República, sino procurar la reconciliación ya registrada durante la llamada transición democrática: “Sólo son gotas de agua en un océano de sufrimiento de 60.000 muertes”, recalcó, a la vez que indicaba que “en la retaguardia franquista se estaba aplicando una represión también brutal”. Y añadió: “Es la principal diferencia entre ustedes y nosotros, que asumimos los crímenes de ambos bandos”.

Los hechos a los que se refería Contreras en su mínimo relato sobre lo acontecido en la localidad de Baena están sobradamente estudiados y bien documentados y no dejan lugar a dudas del sectarismo que se practicaba en la zona por parte de las autoridades civiles y políticas de la República en el momento en que se produjo el alzamiento militar.

A las incautaciones, persecuciones, señalamientos, detenciones arbitrarias y quema de iglesias y conventos vino a unirse la sublevación del 18 de julio, lo que desató de inmediato una confrontación a tiros entre miembros de la Guardia Civil, encabezados por un teniente, que lograron tomar y atrincherarse en el Ayuntamiento y los dirigentes de los partidos de izquierda, quienes instalaron su cuartel general en el mencionado Convento de San Francisco después de haber tomado posesión de varios puntos estratégicos que les situaban en una posición de superioridad.

Los enfrentamientos a tiros por las calles, represalias y ejecuciones eran casi diarios y así transcurrieron los primeros diez días, con algunos fusilamientos e intentando canjear algunos detenidos entre ambas partes, hasta que el 28 de julio llegó en apoyo de los rebeldes una columna militar de Regulares, legionarios y moros marroquíes, comandada por el coronel africanista Eduardo Sáenz de Buruaga, la cual había sido enviada de urgencia por el general Queipo de Llano como capitán general de la Zona Sur de la península.

A partir de ahí cambiaron las tornas y la situación de ventaja que habían obtenido los milicianos izquierdistas en los primeros días dio al traste. La tropa sublevada, al parecer, se adentró en la población disparando a todos lados para intimidar a los resistentes y cometieron atrocidades de muy diverso grado, lo que provocó una estampida general y varios cientos de vecinos trataron de refugiarse en el Convento en el que se encontraban detenidas por el comité revolucionario más de 150 personas, algunos de ellos familiares de quienes se habían atrincherado en el Ayuntamiento junto al pequeño destacamento de guardias civiles. Aquella misma tarde, la mayoría de los que se habían escondido allí huyeron del pueblo saltando desde las ventanas y por una tapia trasera del convento.

 

 

Aquel mismo día 28 se reunió a muchos hombres en el Paseo y, con la mera identificación por parte de algunos de los vecinos, se procedió a dispararles uno a uno a bocajarro, causando la muerte a alrededor de una veintena de ‘señalados’, ejecutados principalmente por el teniente de la Guardia Civil en la localidad y por un guardia de asalto que se sumó a las ejecuciones, el cual, según el relato de alguno de los presentes en la escena, fue reprendido por el teniente, ya que aquella tarea creía el oficial que le correspondía a él en exclusiva. A los que eran descartados de la ejecución se les otorgaba un pañuelo blanco a modo de brazalete con un sello que les sirviera de salvoconducto.

Al anochecer de ese mismo día, cuando la inmensa mayoría de los que buscaron refugio entre las paredes del convento que ocupaban los milicianos habían huido, sólo quedaban dos miembros del comité revolucionario en el Convento de San Francisco: el anarquista José Peña Cabezas y el secretario del PSOE, Francisco Luque Pérez (el Mota).

Ambos negaron después haber dado la orden de ejecutar a los rehenes o que hubieran obligado a alguien a cumplirla. Sin embargo, varios supervivientes del convento señalaron en los consejos de guerra celebrados en posguerra que la orden de asesinar a los presos partió del citado Francisco Luque Pérez.

Según el Registro Civil y diversa documentación que al parecer se conserva en el Archivo Histórico Municipal de Baena, en el convento de San Francisco fueron asesinadas aquella tarde 73 personas. Otras 81 (50 paisanos, 17 monjas y 14 ancianos asilados), entre las que había 10 heridas, lograron sobrevivir en primera instancia. Francisca Caballero Francés, de 45 años, herida por hacha, fue una de ellas, pero dos de sus hermanos murieron en el convento. Sus hijas Carmen y Pilar también se salvaron. Su marido, el médico José Guiote, había estado atrincherado con la Guardia Civil y su hijo José era falangista, motivos que el comité republicano consideraba suficientes para haber apresado y ejecutado a sus familiares.

Según los testimonios conservados en los consejos de guerra celebrados tras acabar la guerra, la matanza se perpetró por un reducido grupo de personas y emplearon como armas pistolas, escopetas y, al no tener munición, hicieron uso de hachas y descuartizaron vivas a buena parte de los apresados, entre ellos al tío-abuelo del ahora diputado de Vox, del cual mostró el otro día el crucifijo que portaba aquella tarde-noche.

Como consecuencia de aquella matanza, al día siguiente, 29 de julio, por la mañana, hubo una masacre similar a la del día anterior, relata el historiador Arcángel Bedmar, esta vez en la plaza del pueblo, delante de todos, con tiros en la nuca a hombres tumbados en el suelo, boca abajo, que iban siendo identificados por algunos otros vecinos y que habían sido apresados durante el día y la noche anterior.

Unos meses después aquellos hechos, ya en otoño de 1936, el “Tercer avance del informe oficial sobre los asesinatos, violaciones, incendios y demás depredaciones y violencias cometidos en algunos pueblos del centro y mediodía de España por las hordas marxistas al servicio del llamado gobierno de Madrid” [sic] incluía imágenes de las destrucciones de las iglesias y las fotos de tres cadáveres amarrados a los balcones de San Francisco, así como “las de dos supervivientes, el anciano Francisco Salamanca y la niña Carmen Guiote Caballero, en cuyas cabezas se podían ver las cicatrices dejadas por un golpe de hacha”, según relata el mencionado historiador local: “Por último -relata dicho cronista-, otra [foto] de un ataúd con los restos mortales de Concepción Pérez Baena y dos de sus hijos pequeños”.

Como consecuencia de todo ello, el día 30 de julio, el jefe de la estación de ferrocarril y todos los empleados se pasaron a la zona gubernamental en un tren que entró a recogerlos desde Jaén y en los días sucesivos otros muchos escaparon para unirse a la zona republicana.

Según las crónicas de Arcángel Bedmar, estudioso de aquellos hechos, en total, la represión republicana en Baena durante la guerra civil, que sólo pudo prolongarse poco más de dos semanas, causó la muerte de 99 personas: 73 en el convento de San Francisco, 15 en las calles entre el 24 de julio y el 6 de agosto, y otras 11 en fechas posteriores en los campos de alrededor o en otras localidades cercanas.

Por su parte, la represión de los nacionales, incluidos los ejecutados en aquellos primerizos días y hasta finalizar la guerra, lo que incluye fusilamientos con o sin juicio o consejo de guerra, alcanzaría una cifra que ronda las 370 víctimas y otros 77 represaliados en los años de la posguerra.

En 1937, en el claustro de San Francisco, relata el citado historiador local, fue colocada una lápida que recoge una lista de asesinados con la siguiente leyenda: “Baena a sus mártires. Esta casa asilo de ancianos desamparados convertida en prisión y cuartel general por las turbas revolucionarias de campesinos durante los días 18 al 28 de julio del año de 1936 en que fue liberada por fuerzas del Glorioso Ejército Nacional al mando del heroico coronel de Regulares excelentísimo señor don Eduardo Sáez de Buruaga Polanco”. Y debajo de la lista puede leerse: “El excelentísimo e ilustrísimo obispo de Córdoba ha concedido cincuenta días de indulgencia a toda persona que rezare una oración ante esta lápida por el alma de los difuntos”.

A finales de 2018, el Ayuntamiento de Baena emprendió los trabajos para una instalación en la plaza de la Constitución en la que figuran rotulados los nombre y apellidos de las personas que fueron asesinadas en la ciudad durante la Guerra Civil, como reconocimiento a todas las víctimas independientemente de su ideología y siguiendo la compilación realizada por el mencionado historiador Arcángel Bedmar.

El segundo de los mencionados a modo de ejemplo en su breve discurso ante el Congreso por el diputado Francisco José Contreras fue el arzobispo de Barbastro (Huesca) al que “le cortaron los testículos a lo vivo”, dijo.

 

 

Efectivamente, el martirio y asesinato del obispo de Barbastro, Florentino Asensio, reunió todas las características de una crueldad y un odio desquiciados. La noche del 8 de agosto de 1936 fue a buscarle a la cárcel, donde lo tenían preso, un grupo compuesto por Santiago Ferrando, Héctor Martínez, Alfonso Gaya, Torrente el de la tienda de licores y otros dos más.

Entre insultos y carcajadas comenzaron por atarle las manos por detrás con un alambre y lo amarraron por los codos a otro preso más alto y fuerte que él. Luego le bajaron los pantalones, para ver si era hombre como los demás. Y entre humillaciones y vejaciones, Alfonso Gaya exclamó burlándose del obispo:

¡Qué buena ocasión para comer cojones de obispo!

Todos aprobaron la ocurrencia con una carcajada infernal. Santiago Ferrando le dijo que si tenía valor que lo hiciese y, sin mediar palabra, Alfonso Gaya sacó una navaja de su bolsillo y le cortó en vivo los testículos, los envolvió en papel de periódico y se los guardó en un bolsillo.

Al instante, saltaron dos chorros de sangre que enrojecieron las piernas del prelado y las del otro preso atado a su espalda. Las baldosas del suelo quedaron encharcadas. Le cosieron la herida con hilo de esparto, como hacían con los caballos destripados y, chorreando sangre, le obligaron a subir por su propio pie al camión que le llevaría al cementerio donde pensaban asesinarlo. Como sus movimientos eran lentos, para que acelerara, lo empujaban y le insultaban:

“Anda tocino, date prisa”, le dijo, al parecer, uno de sus verdugos.

De los insultos pasaron a los golpes, y uno de los verdugos le hundió el pecho con la culata de su fusil, provocándole una doble fisura en el costillar del lateral izquierdo.

En el cementerio dispararon contra los presos, pero teniendo cuidado de no herir de muerte al obispo, con el fin de que falleciese durante la noche desangrado.

Los quejidos de su larga agonía se podían escuchar desde el hospital de San Julián, por lo que el doctor Antonio Aznar Riazuelo avisó por teléfono al comité de vigilancia por las lamentaciones que provenían del cementerio. Poco después de la llamada del médico, subió al cementerio un grupo de milicianos y lo remataron.

Murió al tiempo que bendecía y perdonaba a sus asesinos. Su cadáver fue arrojando a una fosa común.

Al terminar la guerra civil, se efectuó un proceso de identificación de los allí enterrados. Florentino Asensio Barroso fue fácilmente identificado por las iniciales que marcaban su ropa interior. Su cuerpo fue hallado incorrupto​. Sus restos fueron exhumados y depositados en la capilla de San Carlos Borromeo de la Catedral de Santa María de la Asunción de Barbastro.5​

Fue declarado mártir de la Iglesia católica y la ceremonia de su beatificación fue presidida por el papa Juan Pablo II el 4 de Mayo de 1997.




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