Y se metió el dedo en la nariz…

Hola, soy el director del Centro de Alertas de los Bistecs de Foca Caducados y de los Elefantes en Adobo (CABFCEA)… y voy a sacarme un moco. Espero que os resulte gracioso, porque a mí me lo parece. Debo confesaros que no tengo titulación específica de ninguna clase que me acredite como especialista para dirigir este centro, pero no importa.

Cuando terminé la carrera de Medicina, ni siquiera me presenté a las oposiciones para el MIR, única manera en España de obtener la titulación de especialista en alguna rama, así que me marché a África con un contrato de medio pelo para ejercer de médico con una ONG en lugares casi ignotos, donde atendí un poco de todo sin saber muy bien en qué consistían algunas de las enfermedades deslocalizadas que allí había.

Bueno, lo pasé bien y fue una experiencia intensa e interesante, donde aprendí algunas cosas valiosas y conocí a personas extrañas, aunque no tuve tiempo para formarme mucho más. A mi vuelta a España, como me había casado con la sobrina de un señor que fue ministro de Sanidad de mi país y yo no tenía trabajo, pues busqué dónde podría ejercer mi profesión o al menos dónde colocarme para no tener que volver a expatriarme a alguno de esos recónditos lugares llenos de moscas que ya había probado.

Preferí sentar un poco la cabeza, dedicarle tiempo a mi familia, montar en moto, practicar surf, caminar por los bosques, quizás ahorrar y comprar una casita, no sé, aburguesarme una mijina, que los años no pasan en balde, me dije, de modo que acepté el ofrecimiento que me había buscado el tío de mi novia en aquel Ministerio.

Debo deciros que el sitio era perfecto, porque comprenderéis que una oficina dedicada a detectar bistecs de foca caducados o de elefantes en adobo en España tenía sólo un poco más de actividad que si hubiese sido un Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias dedicado a detectar y prevenir epidemias en la pulcra Europa del siglo XXI, donde no se producían verdaderas alertas graves desde hacía muchas décadas. La pasé bien. Tranquilo, pero bien.

Era tan así que las oficinuchas distribuidas por el territorio nacional en esa época, de las que disponíamos sobre todo para vacunar a los escasos ciudadanos que se empeñaban en viajar a lugares esquinados y revisarles su cartilla de vacunación de la fiebre amarilla, el cólera o el paludismo, eran apenas pequeños cuartitos, obsoletos y rancios, con un ventilador y cuatro gasas en un armario de cristal y hierro pintado de blanco. Allí se vacunaba ocasionalmente a alguien cuando se acercaba el verano, se le estampaba un sello en la cartilla y poco más que hacer el resto de los meses. De filetes de foca caducados y elefantes en adobo vimos menos casos aún, nada reseñable de interés

Por eso digo que el lugar era ideal. Poca enjundia, sin dolor de cabeza, sin nadie que aspirase a ocupar esa plaza, medianamente bien pagado y sin exigencia de titulación específica de ninguna clase. Gracias, tito José Manuel.

Fueron años felices. Bueno, un día la gente en general se asustó mucho porque un cura expatriado en África se había contagiado con el virus del ébola y nos lo trajimos. Una asistente sanitaria también se contagió, así que tomé la decisión de sacrificar a su perro (aunque no era una foca y yo no habría sabido qué decir de una foca contagiada de ébola), nada de mucha importancia, aunque mis amigos los zurdos le montaron un pitote al gobierno de padre y muy señor mío, pero nada más pasó.

De repente, oyes, un buen día amanecieron las noticias hablando de un virus desconocido y letal que se estaba expandiendo por el mundo desde China a toda velocidad. Los italianos se lo tragaron entero y entonces algunas personas se dirigieron a mí, director del programa de elefantes en adobo y bistecs de foca, como he dicho. Les dije que tranquilos, que aquí, como mucho, habría dos o tres casos aislados y nos los comeríamos en bocadillos porque los españoles somos más chulos que un ocho. Nada que temer.

Luego me preguntaron que si le recomendaría a mis hijos acudir a una manifa tela de chula que mis jefas habían convocado para celebrar no sé qué tontería. Y yo, que soy un padre tela de moderno y todo eso, al ver que aquello no iba de focas ni de paquidermos pese a la asistencia a la misma de Cristina Almeida, Lucía Etxeberría, etc, respondí que podían hacer lo que les saliera de su moño moreno con toda tranquilidad.

A partir de ahí, lo creáis o no, todo ha ido sobre ruedas. Me han subido el sueldo un montón por orden del Gobierno, me he convertido en una estrella televisiva con más horas de pantalla que Bertín Osborne desde que empezó, he cogido algunas vacaciones super top y me he ido a practicar surf a Portugal cuando en mi país estaban todos medio confinados, arruinados y con los huevos de corbata…

¡Ah y ahora me voy a meter el dedo en la nariz! La próxima vez me lo meteré en otro agujero, para subir la audiencia. Pasadlo flama. Saludos.

He dicho.




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