Lo bueno que tienen los números y las matemáticas es que nunca se equivocan; lo malo que tienen es que son implacables. Ambas ideas, si lo rumian un poco, son la misma cosa, pero el error está en pensar en los números en términos morales de bueno o malo, cosa que sólo ocurre en las fijaciones neuróticas ligadas a las religiones o a una secta masónica: grado 33 de idiotez máxima en sus señorías.
Sucede que cuando traduces a números las cosas, esos signos actúan como un espejo y te devuelven un selfie no siempre agradable de lo que has hecho. Y ves, por ejemplo, que si el viernes 6 de marzo hubieras prohibido las aglomeraciones en actos públicos para ese fin de semana, la cifra de muertes y contagiados sería hoy un 60% más pequeña. Sin ni siquiera ordenar el confinamiento.
Y si esa misma decisión la hubieses adoptado el domingo previo, cuando ya tenías todas las advertencias hechas, estarías con una cantidad de fallecidos similar a la de Portugal, que cuenta con una población seis veces menor que la de España y acumula en toda la crisis el mismo número de muertos que sigue arrojando este Gobierno a los nichos y a las incineradoras día por día.
No logro apartarme la idea de que no es el Covid19 quien mata a los nuestros, como tal vez ocurre en otros muchos países, sino que las matemáticas demuestran sin ningún género de duda que esta multiplicación de penas y paces que registra España está causada por una enfermedad llamada inoperancia, ineptitud, soberbia, inconsciencia, desfachatez y sobre todo, sí, por un virus fatal e infernal que creímos durante años más extinguido que el de la viruela, pero al que cierto manipulador iluminado resucitó en un laboratorio oculto de la calle Ferraz para lanzarlo a los pueblos y ciudades de España.
Recibe el nombre de sectarismo…, pero la genética de ese virus clonado le permite mutar y adopta formas diversas, pudiéndose llamar entonces revanchismo, guerracivilismo, rencor social, feminismo y muchos otros nombres más.
Corrieron sospechas entonces de que pudo deberse a un error de manipulación de aquel aprendiz de probetas que hoy pasea su bata de doctor Bacterio por Venezuela, pero la tragedia final vino más tarde, con estos dos furibundos expertos de la improvisación y la mentira que encabezan una coalición que sólo progresa en su ineficacia hasta la obtención del Premio Lenin a la parálisis total del estado del bienestar.
El “virus rojo” no es exactamente el que nos vino de China, sino ese otro que ha arruinado a España y que desempolvaron del más abyecto y oscuro rincón olvidado de nuestra Historia dos confusos doctores de la mentira.
Tampoco saben que el primer requisito exigido para derrotar a una epidemia, sea vírica o ideológica, es la verdad. Sin la verdad resulta vana la menor esperanza de acabar con la expansión y el contagio.
Hoy, en España, la verdad sobre ambos virus, el pulmonar y el ideológico, es una charca nauseabunda y maloliente en la que el ministro de filosofías se solaza tras sus gafas de pagafantas como un cochino en un charco, a la vez que Sánchez e Iglesias inflan un globo relleno de desgracias que nos ha estallado ya en la cara a todos.
El camino, la verdad y la vida versus el camino, la mentira y la muerte, en el frontispicio de Funerarias Sánchez&Iglesias. No hay más opciones.
Quizá ni siquiera lo recuerden, pero hasta hace poco más de un mes este país vivía como atropellado por unas urgencias inexplicables relacionadas con los piropos, con ciertas hipertrofias de la sexualidad, con acabar con los plásticos que envuelven las hamburguesas y con limitar los anuncios de juegos de azar, con la forma de aniquilar legalmente extraños casos singulares de moribundia terminal y empezaba ya a juguetear en su meninge con el cadáver de José Antonio.
En eso y en rascarle aún más los bolsillos a los contribuyentes basaba todo su programa de gobierno este ejército de ministros incompetentes, alguna de cuyas ‘miembras’ parecía dedicada a pasear a un churumbel amarrado a sus pechos por los pasillos del Ministerio como si una indocumentada que vendiese romero hubiese podido suceder, sin que nos pasara nada, al Conde de Floridablanca en la gobernación del Reino de España.
Sánchez nunca tuvo un plan de protección ante la llegada del virus. No lo hubo para atajar los contagios ni tampoco un plan de compras. No lo hay para minimizar el destrozo de la economía (salvo la financiación limitada que Europa nos asigne). No hay un plan para desconfinar a la población. No lo hay para un posible rebrote de la ola de infecciones… Y, lo peor de todo, mucha España empieza a sospechar que el único plan previsto es el de acabar con nuestra economía a la vez que con nuestros derechos, garantías y libertades.
¿Otra vez habrá un 2 de Mayo? ¡Vaya plan!
He dicho.
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