La ‘ninistra’ fue tajante el día que proclamó en un mitin de coleguitas que “en el capitalismo no se puede vivir bien”. Y se quedó tan pancha. Por entonces era sólo diputada y pareja de un señoro que sabía diferenciar a la primera sin esfuerzo a la gente de clase más baja que la nuestra.
Luego le pusieron un “Ninisterio” para ella sola, con su parque móvil y todos su avíos, más un destacamento de guardias en la puerta de su casa y un posado de lengüetazos en la revista Diez Minutos, pero… ¡quiá!, que no hay manera. Los acosadores ultra fascistas violentos colocaban pintadas en el asfalto, a 30 kms de su lugar de vacaciones, en las que podía leerse “Coletas rata”, y así no hay quien viva, ya sabes.
Aún no sé por qué motivo se daban ellos por aludidos con semejante expresión y me pregunto por qué no han denunciado a Google, en cuyo buscador escribes “rata chepuda” y el algoritmo te ofrece como respuesta un aluvión de imágenes de su agente de colocación y padre de su prole. Bill Gates es culpable.
Sea como fuere, todo ello viene a darle la razón a la ‘ninistra’ y demuestra su aserto de que en el capitalismo no se puede vivir bien, pues estas cosas no sucedían en la Rumania de los Ceaucescu (que rima con Aurresku) ni en la Cuba de los Castro, donde te agarran en una cacerolada o realizando una pintada contra el régimen y te comes la cacerola y los botes del grafiti en una celda de 2×2 los próximos diez años. Eso sí que es vida.
Y es que ¿cómo vas a comparar lo bien que se vive en un país donde se tipifiquen como Dios manda los delitos de pensamiento y emociones con la claustrofobia que supone habitar un país hostil que se presta a hacer guasa y rechifla de todo cuanto se nos ocurre en la pandi alrededor de la piscina?
Comprendo que a la ‘ninistra’ se le haga cuesta arriba lo de vivir en un estado de derecho que no entienda que la duración o la intensidad de los escraches es competencia exclusiva de la izquierda, de modo que escupir a un conferenciante e impedirle ejercer su magisterio a un catedrático o a un ponente en la Universidad es cosa legítima y necesariamente olvidable, pero ponerle el “¡Viva España” de Manolo Escobar a Mónica Oltra desde la acera de enfrente acojona a cualquiera y amedrenta a las criaturas, que los tuvo que meter debajo de la cama en el extremo opuesto de la casa y todo.
Y que se pongan vocingleros o a pintar carreteras contra las ratas es algo que pone los pelos de punta y te obliga a cambiarle los pañales a los niños cada diez minutos. Que no es por mí, oiga, ya digo, sino por los críos, que se ponen de los nervios y hay que darles atarax en los bibis para que se duerman y anís para los gases.
Porque una es como es y no quiere hacerse la víctima, que yo de casa vengo al Ninisterio ya recontrallorada y con los celos comidos de tanta lagarta del pasado, pero es que luego lees una poesía satírica en mi contra en un digital y mis abogados se plantan en los juzgados a pedir 60.000 euros de indemnización que un juez coleguita me concedió, aunque después en el recurso posterior me los quitaron unos jueces fachas de la muerte. Lo bien que me hubiera venido esa pasta para cerrar el mes…
Y por eso digo, como el presidente, que si uno quiere de verdad luchar contra la pandemia del covid19, la segunda cosa más importante de todas es proceder a renovar los órganos del Poder Judicial, que no sé muy bien qué coño tiene que ver una cosa con la siguiente, pero es que yo le admiro por eso, porque después de pronunciarlo, al hijo de su madre no se le escapó ni un asomo de descojonarse de la risa. No como a mi señorito, que cuando Cayetana o la Olona le meten un cuerno, se rebrinca, se le sube el pavo y esboza una sonrisa más falsa que la tesis doctoral de Sánchez y arremete contra ambas de una manera tan soez y tan burda que se señala la herida que le sangra y se desbarata sus discursos… ¡Qué huevos tienes, presidente! ¡Qué aplomo, jó, tía!
La inventiva de Sánchez es incomparable, aunque Errejón sostiene que no es tanto la imaginación de Iván Redondo cuanto el desparpajo y la desvergüenza que le pone a lo que dice el presi, capaz de jurarte en diez idiomas la mayor tontada sin ruborizarse. Y, desde luego, desde aquella primera vez frente al plasma, después de anunciar el primer estado de alarma, en que proclamó la alegría de ver en casa que ahora los niños se lavaban más las manos y de explicarnos a todos que el consumo de Internet había subido y el consumo de carburante se había reducido, nos quedamos todos patidifusos.
A partir de aquel momento, a todos nos asalta la sospecha de que en cualquier momento procederá a leer una página de la guía telefónica como si fuera una ristra de medidas para solucionar la crisis económica en la que él mismo nos ha metido. Impresionante, amigas.
Lo más último del caso ha sido eso de que a partir de ahora serán las comunidades autónomas las que podrán proceder a suplicar de su gracia y piadosa benevolencia personal la declaración del estado de alarma para todo o parte de sus territorios respectivos.
Se lava las manos, como si estuviéramos en un Estado federal o como si la cosa no fuera una pandemia que no conoce de fronteras y se supone que el Gobierno de La Rioja o el de Murcia deben tener parecidos instrumentos que los del Estado para el conocimiento y abordaje de una amenaza global como ésta. Y Fernando Simón, silente o masajeando la burra.
Lo próximo que se le ocurra al presi, en caso de que Marruecos inicie una invasión , tal vez será sugerirle al territorio donde se inicie el asalto, que le soliciten a él mismo que declare un estado de guerra para alguna de sus provincias y que usen las porras de la Policía Local para repelerlos.
Es un genio. Muy golfo y muy irresponsable, sí, pero un genio. Y la tiene de cemento… La cara, tía, la cara.
He dicho.
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