Tiempos heroicos y forajidos de leyenda

La melancolía es ese lugar lánguido y triste lleno de añoranzas donde el tiempo no transcurre y en el que siempre que ocurre igual sucede lo mismo.

Se trata de un lugar relacionado con la contumacia y con una disciplina en los desaciertos; se enrosca como un caracol aburrido en los corazones ciegos y se alimenta de lo superfluo o de lo inútil, de lo que precisa ser cambiado pero no se mueve nunca.

En política también concurre y ataca a quienes prefieren dejarlo todo al albur de lo que decidan otros, porque la melancolía es una predestinación pasiva que se elige, tal vez sin saberlo, pero que requiere la anuencia del afligido.

La melancolía es un encantamiento engañoso y una diletancia intelectual, pero una vez que se instala y hace nido es difícil desalojar a ese inquilino afable pero tortuoso que se expande como un gas noble y que lo ocupa todo.

Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo, que tiene la mirada melancólica de las afroditas del Mediterráneo o de las célibes de un convento, es una inconformista a la que siempre se le exige ración doble o triple de una rebeldía heroica para escapar de ese hilo de Ariadna que tejen otros a su alrededor, también los suyos, para que acepte su encierro (¿o es su entierro?) en el claustro de las nostalgias de lo que pudo haber sido y nunca llegó.

No se me ocurre mejor celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora (no se olvide, porque estas zánganas de la izquierda actual que llegan a los Ministerios a través del colchón, le han borrado el apellido) que contemplar a Díaz Ayuso revolviéndose como un felino rodeado por las hienas.

Las elecciones de Madrid, tan próximas al 2 de mayo, van a marcar otro hito en el villorrio palaciego, como un levantamiento nuevo contra los mamelucos y los húsares napoleónicos. Para esto sirve la Historia, para aprender de los errores, pero también para insuflarle oxígeno a los pueblos cuando la dejadez les aproxima peligrosamente a la barrera del conformismo que entierra los corazones.

“Socialismo o libertad” es un lema destinado a recorrer los páramos de España durante las próximas décadas, como un grito o una linde en un erial, que Teodoro García Egea, ingeniero de telecomunicaciones y campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna con la boca, y su cohorte de asesores y redactores de discursos, no se habrían atrevido a pronunciar jamás.

Cada vez que Díaz Ayuso se levanta para hablar desde su escaño en el Parlamento de Madrid contra la ponzoña analfabeta de Isa Serra o los ladridos de la hueste sanchista, Díaz Ayuso se transforma en Agustina de Aragón, como si luciera una blusa blanca y los hombros desnudos junto a los cañones zaragozanos en defensa del pueblo y de la Virgen del Pilar, que no quiere ser francesa (ni sanchista, ni comunista), sino capitana de la tropa popular.

No hay en Casado el menor atisbo de un pronunciamiento similar a los de Isabel Díaz Ayuso, sino más bien la perorata formal de los embajadores presentando credenciales o el silencio aburrido y complaciente del conformismo o de la impotencia, incapaz de señalar, como haría la Thatcher, que el cáncer de la libertad se llama socialismo.

Arrimadas, por su parte, que ha olvidado su capacidad para el sarcasmo que exhibía con el desparpajo y la inconsciencia de la edad en el Parlament de Cataluña, ha elegido ser Godoy, un valido de un rey de pacotilla autoproclamado: Pedro Botella I, el emperador del Falcon y soberano de las residencias de Patrimonio del Estado, que se alza sobre los tacones de aguja de sus asesores y asesoras y luce al viento la melena de Begoña con la protección de los presupuestos generales adobados de Marichús.

Hay golpes de Estado incruentos (también lo fue la intentona de Tejero) y este de C’s es un golpe sin ráfagas de metralleta en el techo del Congreso que aguarda la aparición de un “elefante blanco” inexistente. La puesta en escena de las pomposas declaraciones de Ignacio Aguado frente a los micrófonos con la mascarilla expresando su felonía le otorga al cuadro un algo de forajidos de leyenda al asalto de la diligencia. ¡Arriba las manos, esto es un atraco!

Díaz Ayuso representa la dignidad del pueblo español en la figura de Gutiérrez Mellado, que en lugar de obedecer y tirarse al suelo como ordenaban a gritos los sediciosos, se mantuvo firme en defensa del honor de quienes no se rinden.

No sé si ella lo sabe, pero ahora es obvio que Díaz Ayuso se ha labrado el fervor del pueblo y… los recelos infinitos de los ‘aparatchiks’ de Pablo Casado.

He dicho.




Share and Enjoy !

0Shares
0 0

1 Comment

  1. idd00jea dice:

    Juass. Muy buena divagación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *