Imaginemos por mero entretenimiento y sin intenciones ocultas una ingenua distopía, si bien siempre cabe que dada la coyuntura del mundo la distopía resulte poco distópica.
Imaginemos que los separatistas del País Vasco han tenido éxito y las tres provincias vascongadas se han separado del resto de España. De inmediato, cual suele ser lo corriente, todas las cadenas televisivas de Europa, y detrás de ellas la prensa escrita y la radio, han aplaudido la secesión: el heroico pueblo vasco consigue por fin la libertad en su lucha secular contra la tiranía española. Ni un solo periodista en Occidente se atreve a disentir. La opinión es unánime. La República Libre de Euskadi es acogida en la UE, y la OTAN se prepara para recibirla bajo su paraguas protector.
Sin embargo, se presenta un inesperado problema: la provincia de Álava se siente española y quiere seguir siéndolo, aunque por fortuna el gobierno vasco reacciona con prontitud: el vascuence es declarado lengua oficial y única en la joven república; hablar castellano supone la cárcel; los partidos “españolistas” son declarados fascistas y puestos fuera de la ley. La opinión pública y publicada de la tierra entera asiente con fervor.
Mas los alaveses, aislados y agobiados, piden ayuda a España. ¿Cómo reaccionará el gobierno español? Depende: si a la sazón Pedro Sánchez sigue siendo presidente no se hará nada. Si por el contrario España cuenta con un líder prestigioso y fuerte las cosas serán distintas…
Ustedes disculpen: se me ha ido la pluma y comprendo que esto no parece una distopía, pero resulta que el mundo se ha convertido en un pañuelo.
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