Arte es la belleza creada por el hombre. Richard Wagner pensaba que con sus óperas había alcanzado la cima de lo artístico, pues cada una de ellas era una suma armoniosa de todas las demás artes: música, teatro, literatura, danza, pintura… Se equivocaba. La cima de todas las artes vendría después con el cine.

Cierto día, cuando aún vivíamos confinados en plena pandemia, me preguntaron por teléfono desde Canal Sur Radio qué cosas quedarían y cuáles desaparecerían a consecuencia del maldito virus. No lo dudé: el cine, las salas de cine no volverán a abrir sus puertas. Por desgracia no me he equivocado.

En sentido estricto, el cine ha vuelto. Pero, ¡qué desolación! Aparte de las películas para adolescente, la mayoría de ellas abominables, las salas de exhibición permanecen vacías; y así se ha entrado en un círculo vicioso que está impidiendo volver a llenarlas. Como no acude casi nadie los exhibidores ahorran en gastos: proyecciones oscuras para no gastar electricidad, falta de calefacción, horarios equivocados, ausencia de personal al que recurrir…, cosas que ahuyentan a un posible público nada dispuesto a morirse de frío o a perder la vista en una sala vacía. El rito de ir al cine ha desaparecido sustituido por las mediocres películas de las plataformas visionadas ahora en la pantalla del televisor, la tableta o incluso el teléfono móvil. La cima de las artes está desplomándose. Un nuevo paso atrás de la civilización.