En vísperas de la pasada Semana Santa JMSR, divulgador científico, presente con frecuencia en las páginas culturales de los periódicos y ateo militante, escribía una vez más sobre la imposibilidad para el hombre de ciencia honesto de creer en Dios.
Después de citar, a modo de ejemplo digno de alabanza, la increencia de Voltaire (que, por cierto, no era ateo sino deista) recurría al tópico argumento del siglo XVIII: “El invento de Dios” no es necesario para explicar el origen y el orden del cosmos. Sin embargo, JMSR añadía una novedad interesante. Para JMSR el cerebro del homo sapiens, fruto de una azarosa evolución, no está capacitado para comprenderlo todo; igual que el cerebro de una hormiga no le permitirá nunca conocer la existencia del ser humano; sólo una hormiga estúpida mantendría que cuanto ella ve es la realidad completa. Cierto. Pero entonces ¿cómo negar en nombre del saber la existencia de otra realidad?
Se dice en “Los hermanos Karamazov” que si Dios no existe todo está permitido. Vale. Aunque si existe Dios -añade Leo Shestov en su enorme libro “Atenas y Jerusalén”- todo es posible. Por mi parte, no llego a comprender cómo si se acepta la existencia de esa otra realidad, ni pesable ni medible, se niegue por principio el hecho de la trascendencia. La ciencia materialista ha abandonado el estudio del “por qué” para quedarse sólo en el “cómo”, y con ello renunciar (por decirlo así) a la otra mitad del cosmos.
El cirio pascual encendido estos días en todas las iglesias del mundo recuerda que existe, también en este mismo mundo, algo desconocido e infinito que lo hace todo posible.
Las cookies necesarias son absolutamente imprescindibles para que el sitio web funcione correctamente. Esta categoría sólo incluye cookies que garantizan las funcionalidades básicas y las características de seguridad del sitio web. Estas cookies no almacenan ninguna información personal.