Tablillas de Itálica. MORADO ALGO DESTEÑIDO

Escribe Joseph de Maistre a comienzos del siglo XIX que todos los radicalismos, alcanzado un cierto punto de radicalidad, terminan estrangulándose a sí mismos.
De Maistre se refería al período del Gran Terror durante la Revolución Francesa cuando los jacobinos habían implantado su dictadura asamblearia. Al principio, mandaron a la guillotina a toda la oposición moderada; luego, comenzaron a eliminarse entre ellos. Robespierre hizo guillotinar a su compañero Dantón, para ser guillotinado el mismo por la reacción ciudadana de Termidor harta del terrorismo  revolucionario. Y algo parecido ocurrió en la Alemania del siglo XVI con la revuelta de los anabaptistas (1534-1535), una secta cristiana que interpretaba el Evangelio de modo político: democracia directa, desaparición de la propiedad privada y comunidad de bienes. Dueños de la ciudad de Munster y dirigidos por un profeta medio loco, su gobierno fue un despotismo atroz, repartiéndose no sólo las propiedades, sino también las mujeres y decapitando a cualquier sospechoso de disentimiento. Al final, la nobleza alemana sitió Munster y los jefes sectarios fueron ejecutados. Una constante histórica, pues, presente a lo largo de los siglos.
El pasado día 8 de este mes de marzo hemos visto en España el fracaso de otro movimiento radical. Un feminismo que tuvo sus raíces en la búsqueda de una amistosa igualdad entre hombres y mujeres, con figuras tan atrayentes como Clara Campoamor o Carmen Laforet, pervertido hoy por la ideología de género, el odio a lo masculino y el griterío histérico de las ‘tricoteuses’. Ya no hay feminismo, sólo grupos minoritarios de mujeres peleadas entre ellas.

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