En sus últimos años y en plena madurez intelectual, tanto Carlos Marx como Engels reconocieron que en el Manifiesto Comunista de 1848 se habían equivocado: lo que ellos tomaron por la dolorosa agonía del capitalismo resultaba ser los dolores del parto; el gran capital, lejos de estar muriendo, estaba naciendo. Así era.
La filosofía de la historia elaborada por el marxismo no ha resultado precisamente un éxito, y su actual extinción da cuenta de su fracaso. Hoy, es una doctrina marginal que apenas ocupa sitio en el pensamiento contemporáneo; y, sin embargo, uno de sus postulados más conocido se está haciendo espeluznante realidad en nuestro siglo XXI.
Para Carlos Marx, la estructura capitalista conduciría por fuerza a una creciente concentración empresarial. Las grandes empresas al devorar a las pequeñas y medianas darían paso a gigantescas corporaciones dueñas de un poder absoluto y monopolista. Lo estamos viviendo hoy: desde la banca a las editoriales, desde las compañías petroleras a los enormes conglomerados donde bajo un mismo icono conviven emisoras de televisión, líneas aéreas, cadenas comerciales, urbanizadoras, compañías de seguros y fondos de inversión. Una nueva clase de plutócratas en alza que sin apercibirse de ello y sin haber leído jamás a Marx ha hecho realidad la futurología marxista. Nunca existieron marxistas tan convencidos como los detentadores de los grandes monopolios de nuestros días.
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