Enseña la ciencia materialista que la aparición de la inteligencia sobre la Tierra es obra del la evolución y del azar. Lo primero (evolución) resulta evidente y nadie lo pone en duda; lo segundo (casualidad), es imposible. El Big Bang tiene fecha de nacimiento, 13,000 millones de años, mas la aparición, primero de la vida y luego el hombre inteligente, requiere miles de millones de casualidades encadenadas, sin fallar una sola (muchas más que los años de nuestro planeta), lo cual hace imposible invocar la casualidad misma: Mil monos aporreando el teclado de diez mil ordenadores durante cien mil millones de años no lograrán escribir “La montaña mágica” de Thomas Mann, salvo que Thomas Mann, disfrazado de mono esté entre ellos.
Nuestro periodismo patrio vive obsesionado con los exoplanetas, pues por fuerza estadística -dicen- en alguno de ellos habrá vida. El pasado 23 de junio las televisiones dieron la noticia del descubrimiento de un lejano astro que por su semejanza con la Tierra podría albergar seres vivos. Esperanza inútil: su temperatura media es de 400 grados.
El esquema de tales noticias siempre es el mismo: anuncio alborozado del descubrimiento de una nueva Tierra. Luego, el silencio para no desvelar que la superficie del susodicho exoplaneta es de ácido sulfúrico. Admirable fe en la ciencia de nuestro periodismo televisivo.
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