El patético tumulto político que vive este país desde hace cuatro años gira en torno de un lugar común que no se corresponde con la realidad. “España se rompe” alarma la oposición. Pero no es así. Se equivoca el Partido Popular tomando esta idea como bandera de combate.
España no se rompe porque ya está rota. Las innumerables concesiones hechas al separatismo catalán (aún minoritario) suponen de hecho (aún no de derecho) que Cataluña es hoy un Estado soberano donde no rigen las leyes españolas ni los dictámenes del Tribunal Constitucional. La publicidad gubernativa que repite incesante cómo “el problema catalán ha perdido la virulencia de los tiempos de Rajoy”, certifica que el chantaje separatista ha alcanzado sus últimos objetivos.
Sólo quedan flecos a perfilar: el reconocimiento de la UE, las últimas donaciones económicas del Gobierno de España a la República Catalana y un referéndum acordado para que se obtengan los efectos apetecidos sin sorpresas. Está al caer.
El concepto de felonía incluye aquí el abandono a su suerte de la mayoría catalana que quiere seguir siendo española.
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