No me cansaré de repetirlo, se piensa como se habla; el lenguaje -los vocablos que utilizamos, nuestras frases y expresiones- condiciona la manera de pensar. Si el hablar se simplifica y las palabras son sustituidas por exclamaciones o significados erróneos, el pensamiento también se simplifica y se vuelve confuso. Lo confundimos todo. Así, cuando en vez de “resaltar” o “exponer a la luz” se dice “poner en valor”: horterada gramatical que no significa nada, inventada por la izquierda y copiada de continuo por nuestra derecha consuetudinaria. Y va de suyo que hay más, mucho más.
Si en lugar de decir o escribir “negro” utilizamos la catetada de “subsahariano” por considerar un insulto referirnos al hermoso color de la piel negra, en realidad estamos despreciando toda la cultura de la negritud. Mereceríamos que nos llamasen “estúpidos blanquitos”.
Pero sigamos con las alteraciones del neovocabulario común. “Empatizar”, en lugar de “compasión” que suena a lenguaje cristiano. “Patrimonio inmaterial” con tal de no decir “patrimonio espiritual”. “Solidaridad” para no emplear “caridad” o “piedad”; cosas, estas dos, mucho más difíciles de practicar que aplaudir desde un balcón. O “sostenible”, voz de uso obligatorio en cualquier propuesta que se haga y muy presente en la publicidad bancaria, si bien nunca queda claro qué es lo que debe sostenerse…
En fin, imposible aquí reproducir entero ese nuevo léxico que va secando millones de cerebros para comodidad de nuestros señores, los cuales sí que tienen las ideas claras y saben muy bien lo que quieren.
Adenda: Todo lo anterior ha sido escrito para poner en valor este contagioso fenómeno.
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