Desde hace algunos años, los suplementos culturales de los periódicos vienen dedicando cada vez más espacio a la literatura escrita por mujeres, de modo que en ocasiones parecen números monográficos dedicados al elenco intelectual femenino. Está bien, pero se corren riesgos.
Las escritoras ocupan un alto lugar en la historia de la literatura moderna y las mejores de entre ellas no tienen ningún complejo de sentirse marginadas. Y no puede ser de otra manera puesto que por lo que se refiere a inteligencia, tesón, gusto por la belleza y excelencia, en la escritura no hay diferencia alguna entre los sexos. No existe una literatura femenina y otra masculina, sólo existen buenos y malos escritores sean machos o hembras.
Por eso, la pretensión de hiperproteger a las escritoras reservando para ellas lugares y espacios privilegiados es una equivocación grave. Como en todo, la alta calidad literaria se alcanza por la competencia entre iguales. Los privilegios y las horrendas “discriminaciones positivas” significan encerrar a la mujer en un gineceo de mediocridades sin salida.
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