Tablillas de Italíca. CARTAS A UN ARZOBISPO (y 2)

Continuación de Tablillas de Itálica. CARTAS A UN ARZOBISPO

Sigo, Monseñor, en esta segunda carta, recordando y aceptando las palabras tal cual aparecen en el Credo de la misa católica, cosa que me permite verme a mí mismo como cristiano, si bien esas palabras puedo leerlas (no interpretarlas) quizás de una manera poco ortodoxa. Me agarro, pues, al consejo del Papa Francisco cuando insita a “ir más lejos”, “atreverse” a profundizar en los textos de la Revelación. Como hice en mi carta anterior no reproduzco aquí el Credo en su integridad, sino sólo aquellos conceptos y afirmaciones que más dificultad ofrecen a la razón. Ni tampoco sigo, por mera metodología que en nada altera lo sustancial, el orden literario del texto.

“Creo en Dios creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. ¿Pero existen acaso entes invisibles que no sean ni materia ni energía? Pienso que sí, el pensamiento sin ir más lejos; una experiencia que todos tenemos: surgido de la materia y de la energía del cerebro, no es ni materia ni energía, pero a las que puede ordenar componer una sinfonía o escribir el ‘Otelo’. Lo cierto es que a medida que progresa la ciencia resulta cada vez más difícil limitar la realidad a la materia; la hipótesis de “sólo materia” (o energía) se está convirtiendo en algo muy hipotético y difícil de aceptar. ¿Por qué hay algo en lugar de no haber nada? vienen preguntándose los científicos materialistas desde hace milenios sin encontrar respuesta. Incluso cabe que lo que el Credo llama el “Cielo” podamos leerlo como “la plenitud” de la evolución creadora: el ” Tercer Reino” del abad Joaquín de Fiore, el reino del Espíritu y la libertad, el Reino de Dios en el mundo.

Mas el texto sagrado continúa: “Creo en Jesucristo, Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, encarnado en María la Virgen”. O sea, Dios hecho carne en el seno de una doncella recién casada. Dios y hombre verdadero, no un dios disfrazado de hombre como en las mitologías grecolatinas. San Pablo, a quien le interesaba el Cristo resucitado y que apenas habla del “Jesús según la carne”, al escribir sobre el hecho en la Historia de la Encarnación usa el término griego “Kenosis”, una palabra de tremendo significado que los estudiosos traducen como “abajamiento”, “humillación”, “debilitamiento” de Dios. Dios se limita; la limitación de Dios a los límites del ser humano; porque si no existiese ese abajamiento real Jesús sería un dios disfrazado de hombre y no un hombre verdadero. El negar la humanidad de Jesús fue una de las primeras herejías cristianas. Pensar que el niño en el pesebre de Belén, que lloraba por las noches, se hacía caca y su madre tenía que limpiarlo; pensar que ese niño era omnisciente y todopoderoso es pensar en la Divinidad disfrazada de niño. De esta plena humanidad dan cuenta los Evangelios: “Y allí Jesús no pudo hacer ningún milagro”; y también dan cuenta de su miedo, del sentimiento de fracaso (“Papá -le grita a su Padre- por qué me has abandonado”). Después, claro, “Dios resucitó a su hijo Jesús,” dice Pablo de Tarso.

Y llegó la Iglesia. Y el Credo no puede dejar de referirse a ella: “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”. Y aquí, Monseñor no me parece que sean posibles las interpretaciones; el tiempo del verbo “Ser” resulta explícito: no se dice “la Iglesia será una”, se dice la Iglesia universal (católica) “es una”. Una sola Iglesia cristiana, unida en lo fundamental y con diferentes tendencias (corrientes intelectuales) teológicas. No es extraño que el actual Pontífice hable poco de ecumenismo: sólo queda oficializar la unidad ya existente y coser algunos pequeños rotos.

Un motivo de alegría para la cristiandad entera. Una alegría que se une a la gran esperanza con la que concluye el Credo: “Creo en la resurrección de los muertos y la vida permanente”, que no es lo mismo que la vida eterna: en la eternidad no hay tiempo ni movimiento, todo es inmóvil y en una presente contemplación; la vida permanente por el contrario es vida vivida que no termina nunca en “una nueva tierra bajo un nuevo cielo”. Perdone, Monseñor, mi osadía, que no pretende convencer a nadie, únicamente expresar de manera razonada una esperanza.




Share and Enjoy !

0Shares
0 0

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *