Estos días en Madrid José Luís Gómez, actor, director y académico de la RAE representa en el teatro de La Abadía la lectura sobre el escenario del “Cantar de Mío Cid”. Es una anomalía.
1898 fue el año del desastre, cuando España perdió los últimos restos de su enorme y civilizatorio imperio. A partir de ahí una buena parte de la intelectualidad española comenzó a dolerse de la propia historia de la nación; fue haciendo suya la leyenda negra y achacó al supuesto mito del heroísmo de los españoles el atraso y decadencia del país. Había que cerrar con siete vueltas de llave el sepulcro del Cid. Desde 1968 ese discurso ha ido moldeando nuestro imaginario colectivo y hoy es el pensamiento común obligatorio: España culpable de su pasado.
Pero algo parece estar cambiando en el mundo cultural español. Se producen cada vez más frecuentes anomalías escandalosas y alarmantes a ojos de los censores del poder: más de 30 ediciones de “Imperofobia” (Elvira Roca); el creciente éxito de las novelas de Pérez Reverte que no ocultan, sino al contrario, históricos valores como la caballerosidad y la valentía. O las declaraciones de José Luís Gómez sobre la lectura pública del Mio Cid: “Un texto ejemplarizante…” “Honor y heroísmo…” “Vencedor en las batallas campales…” “Su lealtad al Rey”. Impensable hace solo pocos años decir cosas como esas en una entrevista de prensa.
Un amigo, profesor de Instituto y afiliado al PSOE, me comenta con tristeza: “Los tres mejores alumnos de mi clase son de derechas”. Quizás -pienso yo- una nueva generación aún joven encuentre las llaves perdidas del sepulcro del Cid.
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