Sólo vemos la paja en el ojo ajeno

Nombraba el señor Burgos en su columna diaria el dilema del turismo en Sevilla. Que si queremos, que si no queremos. Que si el Alcázar, que si el piso turístico.

Verán ustedes. No me imagino a John Witherows, redactor jefe de The Times, haciendo un análisis de la calidad de los españolitos que los visitamos a ellos. No sólo los que enviamos a nuestros hijos a estudiar la lengua shakespeariana o a trabajar fregando platos, sino las hordas de aviones cargados que aterrizan en el aeropuerto de Luton (que es el más lejano a “la City”, y por ende el más barato), lleno de sucedáneos de Paco Martínez Soria (él al menos, era auténtico).

Que si Mr. Witherows hiciera tal analítica española, no entraban ni los hijos de los nietos de los aristócratas que un día fueron. Eso, sin nombrar a lo guiris que somos en PuntaCanatodoincluido, Cubamiamol, Nuevayorkparatiesos… o, sin ir más lejos, Costa Ballena, El Rocío, Fuengirola o Chipiona.

A ver si ahora a uno de los mayores ingresos de los que dispone “la señora”, “la ciudad de los Montpensier”, “la amada del poeta”, “la de la luz de la niñez”…, pues eso, que a ver si ahora le vamos a poner pegas también con tanta vejez.

Si los apartamentos turísticos fluyen y son más baratos, que se controlen, como ya lo vienen haciendo bajo queja  y demanda de los hoteles; y si, aun así, los hoteleros se siguen quejando, que bajen los precios. No nos podemos  estar quejando de Cabify si resulta que la asociación de hoteles es RadioTaxi.

Señores, no estropeemos la ciudad, que si hay colas para entrar en los monumentos, esas mismas colas son, sí, las que dan para arreglar las fachadas, manque pese a algunos; que mejor será que haya colas y estén las calles del centro llenas de forasteros y de coches de caballos, que vacías de vida y plenas de soledad.




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