¿“Si así lo hiciérais…”?

Durante toda la Cuaresma, y a veces incluso ya en Semana Santa, se celebra en muchas hermandades el rito de “admisión de nuevos hermanos”; llamado también “la jura de nuevos hermanos”. Ya esta expresión ha adquirido hasta un aire como casual… Es curioso: puede que sea la única vez en sus vidas (al menos si siguen viviendo en España) en la que realicen un juramento, ahora que en los juicios, en la toma de posesión de cargos, y otras ocasiones tradicionalmente solemnes, se ha generalizado la vaga y anodina fórmula de “prometer”…

Pero los hermanos, de momento, juran. Y al menos formalmente, le dan solemnidad a este acto. Los que ya son hermanos desde pequeños deben, llegados a una cierta edad, realizar el juramento ya en su propio nombre, si quieren seguir siéndolo. Jurar es poner a Dios por testigo. Desde hace milenios, ese hecho, el jurar, se considera una de las cosas más graves que puede hacer una persona.  Y jurar en falso, por lo que tiene de sacrílego, se considera, también desde hace milenios, uno de los delitos más abyectos.

Volviendo a las hermandades de Sevilla, tradicionalmente se les decía a los nuevos hermanos, justo después del juramento: “Si así lo hiciérais, que Dios os lo premie; y si no, que os lo demande”. Bellísima, solemne fórmula, y a la vez, de suprema sencillez. No cabe más simplicidad, menos retórica. Imposible lanzar un mensaje más serio de manera más suave, amigable y breve. Una no está contra la retórica ni contra el barroquismo, pero ciertamente a esta frase no se le puede calificar de tal. Si no fuera porque es bella, resulta casi minimalista.

Pues desde hace unos años, esta frase se decapita, se le corta la segunda mitad, con lo cual, si antes era perfecta, ahora resulta rara y hasta chocante. Por desgracia, hace ya muchos años que esto sucede; lo que ocurre es que basta el haber oído una vez lo de “Si así lo hiciérais, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande”, que esta fórmula, en su perfección, se queda grabada en la mente, y siempre parece que la hemos oído hace poco, siempre es como familiar; si oímos recitar sólo la primer parte, mentalmente nos resuena también la segunda. Con lo cual, no nos damos cuenta, pero la frase lleva ya decenios siendo cercenada. Más o menos lo que llevamos de milenio.

Tamaña mutilación, que la priva de sentido, representa un despropósito total. Bien que vivimos en una era blandengue, y que se entiende a Dios como al que todo perdona y nada exige (somos nosotros los que le “exigimos”), vale que no gusta hablar de infiernos ni de juicios; pero, ¿tan dura, cruel y veterotestamentaria era la fórmula? Ni siquiera reza: “Si no lo hiciérais, que os castigue, que os arroje a las tinieblas”. Simplemente “que os lo demande”, ¿se puede ser más mesurado, más discreto?

Pero por no ahondar en lo teológico ni en lo psicológico, que sería cuestión interminable, pensemos simplemente en lo lingüístico.

Se acaba de realizar un juramento solemne, en público, en la iglesia, con imposición de medallas. Y las primeras palabras que rompen el silencio o relativo silencio, enunciadas claramente desde el atril, son:

-“Si así lo hiciérais, que Dios os lo premie”. Y ya está.

¿No resulta, incluso lingüísticamente hablando, incongruente? Unos han jurado con toda ceremonia el cumplir una serie de preceptos, en la iglesia, ante testigos, con recordatorios. Y a tan pomposo hecho se le viene a responder: “Bueno, oye, si os da por cumplir vuestra palabra, en ese caso, ¡Dios os lo premie!”. Como una posibilidad casual, algo que podría suceder tal vez, pero que si no ocurre no pasa nada (se deja entrever que si no ocurre, pues eso será lo normal).

Ciñéndonos sólo a lo lingüístico: al decir “Si lo cumples, pasará una cosa; si no lo cumples, sucederá otra”, esta frase, con sus dos condicionales opuestos, anuncia una inevitabilidad, diríase que preconiza algo solemne. Describe una situación en la que hay dos caminos abiertos y sólo dos; se puede optar por uno o por otro. 

En cambio, una frase en la que sólo hay un condicional, resulta mucho más vaga y menos comprometida. “Si te da por cumplir esto, mira, hasta te premiará”.

Por un lado, quieren solemnizar “las juras” lo más posible, colocan la ceremonia en la mitad de unos cultos, con incienso y todo el esplendor, con, ¡ay!, las inevitables fotografías… ¿No es hasta estéticamente incongruente que, en medio de los ritos, el responsable diga tan tranquilamente: “Si lo cumplís, que se os premie”, como refiriéndose a una mera hipótesis?

Aceptando ya lo blandengue de los tiempos, la negativa total y absoluta a insinuar siquiera que Dios pueda, no ya juzgar ni castigar, sino ni “demandarnos” nada… incluso poniéndonos por un momento en la piel de los que así piensan, pues a la hora de hallar una nueva fórmula tras el juramento, si tanto les disgustaba la bellísima anterior, sugerimos que eliminen el condicional y digan por ejemplo: “Así lo hagáis y os lo premie Dios”.

– Así lo hagáis y os lo premie Dios.

Al menos, dicho así queda en modo impetratorio; es como el “Amén”, que no es otra cosa que “Así sea”. 

Así se haga.




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