Se necesitan traductores al español de embustes

Dice bien el responsable de comunicación on line del PP, el jiennense @ismaelquesada, cuando en un esfuerzo ilimitado por traducir del sanchicomunismo las palabras del ocupante de la Moncloa, explica que “Hemos contratado” se traduce del idioma sanchista como “La Comisión Europea contrata”; “Traeremos las vacunas” significa “Von der Leyen envía las vacunas”; “Vacunaremos” quiere decir “Las CCAA lo harán”; “Haremos un esfuerzo” es “Los sanitarios se dejarán la piel”; y “Llega el fin de la pandemia” (dialecto Simonés) se traduce como “Prepárense que viene la 4ª ola”…

Impecable traducción que no la mejoraría ni el incansablemente brillante Antonio Rivero Taravillo cuando acomete sus heroicas traducciones del endemoniado gaélico de Flann O’Brien o de los enrevesados poemas de Yeats.

Pedro Sánchez se ha convertido ya en un trabalenguas torcido de sí mismo y ha perdido la emoción que tanto nos deslumbraba (casi nos entusiasmaba) de aseverar o anunciar algo y hacer lo contrario de lo que dijo, lo cual no afectaba a su lenguaje ni a su honestidad, sino al hecho en sí, cuya realidad parecía oponerse a sus designios y se desarrollaba por un camino paralelo opuesto por completo a su voluntad, algo de lo que él parecía no tener la culpa.

El lenguaje tiene a veces esas cosas tan raras que contravienen las reglas de la tautología, como demuestra el insuperable “Noniná”, tan sevillano, donde tres adverbios de negación hilvanados y consecutivos sirven para construir la más rotunda afirmación, o para ser exactos, confirmación de un hecho.

Al calor de su majadería infame, los imitadores de Sánchez crecieron estos meses, en especial alrededor de la pandemia, como setas en otoño y han polinizado al gobierno entero, generando una expansión espontánea del absurdo nunca contemplado hasta la fecha y que en las viejas democracias penalizaba mucho a sus autores, en especial, es cierto, en el mundo anglosajón o protestante, donde la mentira cotiza en contra de quien la practica; no así en el mundo latino o mediterráneo, donde el embuste y el engaño es contemplado como un ardid y un indicio de ser “listo”, matiz insospechado de lo inteligente.

“¡Qué inteligente eres, hija, para los estudios y qué poco lista para la vida!”, le oí repetir muchas veces a la suegra de un amigo refiriéndose a su hija, lo cual hacía en demostración de que en la vida ser listo conlleva unas buenas dosis de doblez, de añagaza, de trampa o de mentira para sortear los obstáculos que se nos presentan a diario.

En España, como en Francia, no está penalizado mentir en un juicio sobre uno mismo, lo que repetidamente ha sido avalado por los más altos tribunales bajo la denominación nada críptica de “el derecho a mentir”, mientras que en Estados Unidos la quinta enmienda deja claro que a nadie se obligará a “ser testigo contra sí mismo”, pero esto de ningún modo abre la puerta a la mentira, sino apenas al derecho a guardar silencio y a no declarar total o parcialmente contra uno mismo ante los tribunales para no perjudicarse y a no declararse culpable. Nada más.

Lo de Rociito, sin ir más lejos, es una degradación máxima a la que nos conduce esa sobreprotección del perjurio en nuestro ordenamiento que termina por arruinar la presunción de inocencia en un país donde ésta quedó machacada desde la Ley de Violencia de Género de Zapatero y sus conexas, y cuya demolición pretende ampliarse desde el Ministerio de Irene Montero y ahora se ha sumado Marlaska a la tarea con la encomienda protofascista a la policía de arrear patadas en las puertas sin autorización judicial ni requisito alguno.

Marichús Montero, por ejemplo, ministra de Hacienda, es una consumada practicante del perjurio fuera de sede judicial, pero casi cualquiera de sus intervenciones, sentada en un banquillo estadounidense, le reportarían suficientes años de prisión como para el olvido.

Iglesias, en cambio, no es que mienta, porque en realidad lo suyo, como lo de Sánchez, es un permanente anuncio clamoroso del engaño y la estafa sólo que invertido, como en un espejo, que se proclama a sí mismo por su mera “contradictio in terminis”, porque todo lo que proscriben sus palabras está referido e incumbe como medida provisoria e inicial a los demás, no a él, de modo que las puertas giratorias, tener un chalé, enriquecerse abusivamente con el cargo, colocar a dedo a sus amigos, promocionar a sus queridas compañeras sin preparación alguna, comportarse como el macho-alfa de una manada, rodearse de escoltas, agredir al rival, practicar el autoritarismo, rescindir la libertad de expresión y tantas otras cosas es algo que todo el mundo debería saber que no le es de aplicación a él, sino al resto de los mortales. Y si no estás de acuerdo con esto, se aplica otra vez la regla principal y te conviertes en un facha de primera división y un corrupto de Champions League, a la altura de Benito Mussolini, por lo menos.

En fin, que si vamos a “normalizar” hasta el bable, lo que yo propongo es que en los juzgados y en el Parlamento no sólo haya traductores jurados de árabe para los Menas y de euskera para Bildu, sino también traducción simultánea de los embustes de esta tropa.

Y en ello estamos, practicando, por si sale convocatoria de plazas oficiales a cubrir.

He dicho.




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