Cuando a veces señalo que no tienen arreglo, que la izquierda supura pestilencia e inanidad, no es por opinar mal ni por ideología, sino porque no se puede entender tanta anomia (y soy benévolo pensando que se trate de un trastorno mental), tanta contradicción y tanta sinécdoque que obvia la realidad.
Dice Sánchez que la renovación del CGPJ es urgente porque su composición actual no refleja la composición parlamentaria. Urgencia, además, repentina, ahora que se le amontonan ya en los pasillos de los juzgados las querellas, las demandas y los recursos contra toda la parafernalia de leyes y reformas dudosamente constitucionales por el fondo y por la forma. Y para colmo coincidiendo con la presumible imputación de su vicepresidente segundo por cuatro delitos, uno de ellos con agravante de género. Vamos, lo que se denomina “legislar en caliente” y que el PSOE alegó cuando se trataba de elevar los tipos penales para determinados delitos relacionados con la violación o el asesinato de menores.
Lo que no se plantea Pedro Sánchez antes de decir semejante bobada es que, efectivamente, el CGPJ no refleja la actual mayoría parlamentaria porque desde la aprobación de la Constitución española e incluso con la reforma pactada por las dos fuerzas parlamentarias mayoritarias de la Ley Orgánica de 1985, el objetivo constitucional es que la renovación se produzca cada cinco años (prorrogables mientras no haya acuerdo) para que, precisamente, no coincida ni se adapte necesariamente la composición del CGPJ a la del Parlamento.
En última instancia, por tanto, lo que inspira ese sistema es, por un lado, lograr una separación de poderes efectiva que permita al Poder Judicial ser independiente, aunque a veces sólo sea por la incierta variabilidad de los períodos parlamentarios cada vez que se convocan elecciones y que pueden alterar esa composición de las Cámaras en un sentido u otro.
En segundo lugar, lo que se infiere de semejante modelo es que las fuerzas parlamentarias están obligadas a negociar como garantía para obtener la mayoría exigida de tres quintos. Negociar, diálogo, acuerdos… esta es la sustancia elemental e indeclinable y no la decisión rastrera de saltarse a la torera la base misma del sistema.
Es decir, del texto constitucional no se puede desarraigar el mandato expreso de renovación por períodos de cinco años de la exigencia de su aprobación por una mayoría reforzada suplementaria. Y todo lo que no sea eso es cambiar las reglas del juego en mitad del partido y que sean válidos los goles que el equipo local marque con la mano. O sea, un golpe de Estado.
Pero, ya digo, como las querellas, las demandas y los recursos se le acumulan y además ponen en peligro las componendas que sólo él e Iván Redondo improvisarán ante la hecatombe sanitaria, económica, política e institucional que se avecina y forzados por los acuerdos insostenibles que mantienen con partidos disgregadores, amigos de la violencia y hasta golpistas, ya casi no les queda tiempo para protegerse de la avalancha y pretenden el atajo del despotismo.
Al paso le han salido no sólo la firmeza de la oposición (PP y VOX en este caso, porque de C’s sólo cabe esperar un disparate), sino también las instituciones europeas, que de inmediato han efectuado advertencias muy severas que podrían llegar a condicionar incluso el acceso a las ayudas económicas previstas para España.
En esta línea, mi previsión es que cuanto más refuercen esa postura las instituciones de la UE, más claro le quedará a Sánchez que no es el camino, pero también que ha llegado la hora de pensar a medio plazo en la utilización del dinero que pueda llegar en provecho propio y no en salvar la economía.
Lo que digo está sobradamente estudiado por dos expertos neoyorquinos, Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, en “El manual del dictador”, libro en el que estudian el coste necesario que conlleva sostener una estructura de apoyos para mantenerse en el poder, ya sea en un modelo democrático o despótico, tanto en la política como en la empresa.
La red clientelar imprescindible ha de ser, además, a corto, medio y largo plazo, de modo que, en política, si alcanzas el tope máximo de tus pretensiones y te ves obligado a abandonar o eres descartado, puedas conservar (como en su día pregonaba Errejón citando a Laclau y a otros marxistas) una red lo suficientemente fuerte de apoyos que te permita plantearte volver al ruedo en otras circunstancias; es decir, para emprender “la travesía del desierto”. Y en este caso, el agua que quede se la llevarán ellos en las muchas cantimploras, no les quepa dudas.
Pero vuelvo al principio y lo enuncio a la mexicana: ¿qué es lo que carajo no entiende Sánchez (y el PSOE) de que el mandato de la Constitución no exige que la composición de los órganos judiciales sea un reflejo fiel de la distribución parlamentaria?
¡Hijos de la gran chingada!
He dicho.
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