Un milenio ha hecho falta para que algunos entendamos esa expresión bíblica de “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. Por desgracia, sí, ahora la entendemos.
Las cualidades procedentes del cristianismo (la caridad, el perdón, etc), una vez olvidado su origen, evolucionan hasta convertirse en caricatura, en disparate, en absurdo… Los sarmientos solos (esa palabra algo extraña, que no parecía significar mucho), desgajados de la savia y el tronco, van por libre y se vuelven hasta locos.
Tan locos, que hay que recordar cosas elementales. Perdonar las ofensas se refiere a perdonar las ofensas que recibe uno personalmente, el agravio o supuesto agravio que me han hecho a mí, a moi-même. Hay que perdonar y hasta olvidar las ofensas. No, no hay que guardarlas y utilizarlas como excusa para todo, y escribir un libro para contarle al mundo lo malos que fueron conmigo, para que miles de personas me acompañen en el malsano “placer” del rencor y de la venganza.
No reaccionar cuando mi patria, mi civilización, la sociedad a la que pertenezco, es brutalmente atacada, eso no es ninguna virtud, sino un acto de cobardía descomunal, de miseria moral absoluta.
Se puede (y se debe) ser el más perdonador del mundo (la persona ausente de rencor, que no se “pica”, que rápidamente olvida cualquier impertinencia, que sonríe de corazón al vecino que un día lo denunció por una minucia – pelillos a la mar-, y al compañero con el que tuvo una disputa – ya ni me acuerdo- , que hace oídos sordos a los cotilleos y palabras maliciosas…), y al mismo tiempo, el que más se indigna y sale en defensa de la comunidad a la que pertenece (su patria, su religión) cuando la ve en peligro.
Imaginemos a un policía que no detiene al agresor de la persona acuchillada, porque “hay que perdonar”. Una cosa no es incompatible con la otra. Por favor, recordemos que:
-El perdón es algo personal e intransferible: tiene que proceder exclusivamente de la persona ofendida, y quiere decir que elimina el rencor de su corazón, e incluso que suprime el natural deseo de venganza. Nadie puede perdonar por otro.
-Eliminar la venganza (que ya es un paso gigantesco, una superación de lo instintivo, un dejar atrás la naturaleza, una huella de algo divino y superior) no es olvidar la justicia ni eliminar la protección al resto de la comunidad.
¡Qué bien le viene, a una sociedad aletargada y sin gana de meterse en líos, recordar sólo algunas palabras seleccionadas de la tradición cristiana – funestamente interpretadas por demás!
“Poner la otra mejilla”, sí, se refiere a la TUYA. No tengas rencores personales. No hagas justo lo que aviva y promueve esta sociedad: ir al psicólogo a explicarle lo mal que se portaron contigo; ponerle una denuncia a tu maestro de colegio veinte años después, porque al parecer “te humilló”; si eres aristócrata, escribir un libro sobre lo solo que te sentías en palacio; si famosa actriz cincuentona, explicar cómo un malo “te utilizó” cuarenta años atrás. La sociedad no hace sino fomentar, reavivar, aplaudir incluso lo más retorcido y mezquino de los rencores personales; alimenta un insano victimismo.
Pero cuando se trata de proteger a los indefensos, de defender la justicia, de tomar decisiones difíciles, de actuar con valor y gallardía, reaccionando, no contra la hipotética ofensa psicológica que se nos hizo en nuestra infancia, sino contra un ciudadano que vemos literalmente pasado a cuchillo (sí, como esas líneas del Antiguo Testamento que suenan tan irreales, “y pasaron a sus habitantes a cuchillo”); que es vecino nuestro, que es aquí y ahora (que no es ucraniano ni de Auschwitz -¡lo lejano en el espacio o en el tiempo siempre es tan fácil de condenar!)… entonces…
Entonces lo más cobarde y bajo del ser humano se refugia en un “hay que ser bueno” – es decir “no nos afectemos tanto, es un hecho aislado, siempre hay locos, volvamos cuanto antes a la normalidad”- para no pringarse.
Con tal de no arriesgarnos a la más mínima molestia, con tal de no exponernos al “espantoso” peligro de que alguien nos llame carca, pues… cerramos la boca y hasta la mente, nos convencemos de que ese “incidente aislado” no tiene importancia, y nos centramos en que “hay que enviar más tanques a Ucrania”, que ahí vamos sobre seguro porque sin duda se trata de algo buenísimo.
Y dejamos a los más indefensos de nuestra sociedad – el anciano cura, las escasas señoras que van a la misa -para que los sigan pasando a cuchillo.
No, eso no es “ser bueno”. En absoluto.
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