Hablar sobre la lluvia o su ausencia, se ha vuelto un tema de conversación recurrente, y es raro que no aparezca en cualquier tertulia. De ahí a mencionar el “cambio climático” se tarda menos que en dar un trago a la primera cerveza cuando llegamos con la boca seca a cualquier bar o restaurante.
El “cambio climático” se ha convertido en un dogma laico que ya casi nadie se atreve a cuestionar (siquiera públicamente) por temor a perder amistades o el cariño de algún familiar, por lo que es común “mimetizarse” con este paradigma cultural establecido para no caer en señalamiento o condena al ostracismo.
Además, es un recurso muy socorrido, como por ejemplo cuando el doctor Sánchez culpó al cambio climático de los incendios forestales obviando causas más próximas, como el abandono de nuestros montes, el despoblamiento rural de nuestros pueblos o el ocaso de la ganadería, que, al tener como efecto la conformidad de la gran mayoría, me lleva a pensar que nuestra época está inmersa en un penoso climaterio mental.
Partiendo de que el clima cambia de forma cíclica desde hace miles de años, entre quienes cuestionan el dogma del “cambio climático” se hallan premios nobel de Física y eminentes meteorólogos, que desde posiciones científicas nos advierten de que no encuentran refrendo significativo en la ciencia empírica, sino que, más bien, observan el argumento de determinadas élites que pretenden impulsar nuevos negocios como las “energías renovables”.
Por supuesto que nuestra conducta daña el medio ambiente desde la Revolución Industrial, que los océanos se están convirtiendo en basureros con el daño por la emisión de CO2, que el detrimento a hábitats como la selva amazónica, los bosques de Canadá o los polos van a resultar muy perjudiciales para nuestro futuro, pero la cuestión que quiero hacerles traer a estas líneas es la falta de lluvias. Perdón por la digresión.
¿Estamos preparados para una eventual falta de agua como la que venimos padeciendo? La respuesta es no. Mientras los políticos no saben hacer otra cosa que crear una comisión “para tratar sobre el tema” (he ahí la creada en la Junta de Andalucía), los ingenieros están aportando posibles soluciones desde el campo de la geoingeniería, que según el panel intergubernamental para el cambio climático de Naciones Unidas, es la manipulación a gran escala del ambiente planetario con técnicas diseñadas para combatir el calentamiento global.
Otra acepción es la modificación artificial del tiempo para provocar lluvia o nieve en períodos prolongados de sequía o impedir precipitaciones en determinados eventos, como se viene haciendo desde hace más de veinte años en Cataluña, La Rioja o Castilla – La Mancha utilizando yoduro de plata contra el granizo, o inyectando sulfatos en la estratosfera para bloquear la luz solar con el objetivo de reducir la radiación que llega a la tierra.
Una de las técnicas más mediatizadas por los proyectos que están realizando los chinos es la “siembra de nubes” con aviones militares, usando yoduro de plata para provocar lluvias o nieve artificial, un procedimiento por el que se puede obtener agua diez veces más barata que con la desalinización.
Al haber un uso dual de la manipulación del tiempo por estos medios (producir lluvias en caso de sequía o multiplicarlas como arma disuasoria, como hizo EE.UU. con Vietnam) nos preguntamos si podría desencadenar la geoingeniería guerras climáticas. ¿Qué responsabilidades se pueden exigir en Derecho Internacional por estas actuaciones ante los efectos colaterales causados en países vecinos, dadas las corrientes marinas o los vientos (India ha acusado a China de “robo de lluvia”).
Es fácil inferir que detrás del impulso de esta ciencia hay intereses militares y empresas multinacionales que invierten ingentes cantidades de dinero en conseguir las más avanzadas técnicas. La caja de Pandora estás abierta, pero ¿quién tiene el mando?
A pesar de todo, y como creyente de a pie, considero que no están de más las rogativas por la lluvia, eso sí con fe, no sea que nos pase como a los que iban en aquella procesión donde todo el pueblo oraba tras la patrona en petición de lluvia, pero sólo un niño llevaba paraguas. Y es que como dice el refrán, “cuando Dios quiere, con todos los aires llueve”.
Alberto Amador Tobaja: aapic1956@gmail.com
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2 Comments
Genial este artículo, Alberto.
Es cierto que el hombre no sabe nunca a quién culpar por la falta de lluvias. Es cierto que seguimos dependiendo del agua por muy digitalizadas y muy industrializadas que tengamos nuestras vidas. No olvidemos que Noé apareció tras un diluvio universal. Desde muy antiguo el hombre vive preocupado por este necesario bien.
Muy buena reflexión. ¡¡Enhorabuena!!
Napoleón decía “si quiero resolver algo nombró un responsable si no una comisión.”
Como cada semana un placer leerte.
un saludo,
Pedro