Poesía en tiempos de desazón (XIII): Las cosas que no te diría

Qué de cosas te diría. De esas que se me ocurren cuando la oportunidad ha pasado. Cuántas, ¡todas! Porque siempre se me quedan como asignatura para septiembre las mejores palabras.

Te diría lo que ya sabes, lo que tantas veces te he repetido; porque nunca son pocas las veces que te las diga y ver cómo, a pesar de conocerlas como las canciones del disco que tanto te gusta, cómo me acaricias con tu sonrisa.

Te regalaría, porque no me cuesta, cada uno de los piropos que solos me salen cuando te veo. Porque no tengo otra forma de pagarte que quererte como te quiero; y como te quiero, no tiene precio.

Mi falta de originalidad, lo sé, me hace a tu vista tierno. Como el niño que regala un dibujo, como el amante que regala siempre las mismas flores, como el poeta que solo sabe regalar versos. Lo sé. Lo adivino en tus ojos bruñidos de una condescendencia infinita. Y entonces vuelvo a sentir esa calidez del hijo abrazado. Ese abrazo que es como ningún otro, porque ningún otro abrazo tiene esa calidez del de una madre.

Mis años han ido parejos a los tuyos, pero los tuyos me llenan de nostalgia. Tus años son para mí como un tren que no perder nunca; cogerlo en cada parada posible: una visita, una llamada, algo…, antes que ese tren ya sea imposible pararlo y entonces me arrepienta, ante una vía muerta, de cualquier momento, cualquier palabra, que hubiera perdido o dejado. Esas cosas que no te diría.

Las cosas que no te diría dolerían, y duelen ya de solo pensarlo, como un tiempo precioso desaprovechado. Y lo peor: consciente. Con ese mañana siempre rondando como un negro cuervo que quiere arrancarte de mi pensamiento. Las cosas que no te diría serían aquellas que se queman y, mientras las vemos arder, nos quedamos absortos.

Yo lo sé, sí, como con aquella mirada tuya indulgente, que alguna vez me arrepentiré de las cosas que hoy no te diga, de las que no recupere para decirte, de las que no te diría si no tuviese la oportunidad ya mismo de resarcirme. Y hoy, ahora que me sincero, aunque entre nosotros haya una sierpe de kilómetros o un océano, mando de una patada al cuerno las excusas y al cuervo para no dejarme nada, para que no te robe de mis adentros.




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