Pedro Sánchez y los medios. La hostilidad de los medios, se entiende. La agresividad extendida y orquestada de articulistas y tertulianos televisivos, pertenecientes todos a una misteriosa conjura de la derecha que no se ahorró andanada desde el momento de la investidura.
Tal y no otra es la explicación que se lee en tantos artículos para explicar la debacle de la izquierda el 28M. Tesis a la que parece abonada la misma Moncloa. Tesis antigua, por otra parte: la viene reiterando Pablo Iglesias desde hace tiempo y está en la base de su Canal Red. Según dicha tesis, la pluralidad de opciones políticas en este país no tiene una correspondencia con la pluralidad informativa. Y si “la verdad” viene cocinada y servida al ciudadano cada día por una conjura trumpista, no puede haber en España una democracia digna de ese nombre.
La hipótesis no deja de ser atractiva: según sus defensores, no es posible que el ciudadano no valore adecuadamente la obra legislativa de este gobierno de progreso. Se infiere, por tanto, que el ciudadano posee una mente en blanco, moldeable, sujeta a mil influjos tóxicos, y todos de la misma procedencia. En resumen: vota mal porque está mal informado. Si se le presenta adecuadamente la verdad (esta sin comillas), es más que probable que cambie el sentido de su voto. ¿Cómo no va a valorar en lo que vale la obra legislativa del primer gobierno de coalición, el más a la izquierda desde febrero del 36?
La tesis, sin embargo, tiene una objeción; permítaseme expresarla. Según lo visto/oído/leído, “la conjura de los malvados” ligados al estado profundo (parafraseo a Iglesias) no es de ayer ni de anteayer, sino que constituye un poder fáctico y antidemocrático. Una entente que liga redacciones, consejos de administración, altos funcionarios, judicatura y altos mandos de la Policía y la Guardia Civil. Un aparato de los “optimates”, enraizado en el franquismo, que señala los límites no traspasables de nuestra democracia.
Con todo, ese aparato estaba vigente a lo largo de la década anterior. Una década en la que gobernaron “los malvados” con mayoría absoluta desde 2011 a 2015. Un escenario que permitió ver la erosión de dicha mayoría hasta la moción de censura de 2018. Una época donde se ve la eclosión del 15M y la emergencia de Podemos hasta su llegada al poder en 2018 como parte del gobierno de coalición. La pregunta ineludible es: si “la verdad” de los malvados era servida regularmente al ciudadano, ¿cómo se las apañó la coalición progresista para llegar al poder? ¿Cómo se dejó el estado profundo desposeer de poder e influencia teniendo en sus manos semejante aparato mediático?
Pues amarga, la respuesta, quiero echarla de la boca: el cuarto poder no es tan poderoso (¡ya quisiera!). No pudo el franquismo implantar su verdad con el NODO, pese a su formidable aparato represivo. Pues mucho menos pueden los medios actuales dictar – aun de forma concertada – qué es lo que tenemos que pensar o adónde tenemos que mirar. Ahí hay una calle sana que dicta ritmos y prioridades.
Cabe proponer, pues, que en los años sesenta se inició en lo que conocemos como Occidente una ola cultural que se impregnó y extendió los valores de la izquierda. Del mismo modo, desde hace años viene instalándose una ola que cuestiona dichos valores. Solo así se explica la emergencia y asentamiento de la extrema derecha en los países nórdicos, la victoria de Georgia Melloni en Italia o la amplia aceptación de Marine LePen en Francia. En este sentido, puede que España haya dejado de ser diferente.
Como escribía Cristina Fallarás (cito de memoria): “tenemos que plantearnos cómo es posible que 3.656.979 españoles hayan votado a Vox en 2019. No hay tantos fascistas en España”. Plantéense, pues, por qué las políticas progresistas no encuentran el eco debido en la ciudadanía.
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