El incendiario artículo publicado recientemente por Pablo Iglesias en la revista Ctxt daría para jugosísimos comentarios si hiciéramos un análisis en profundidad. Son muchos, en efecto, los aspectos que podríamos destacar.
Lo primero que transmite el texto paulino es un verdadero pánico a que se pueda producir una victoria electoral que lleve al Gobierno a una coalición “de derechas”. Se ve que, para él, no hay diferencia alguna entre PP y VOX. El susodicho ve esta coalición victoriosa como una opción muy real y posible; a pesar de la chulesca seguridad que tenía cuando declaró solemnemente en el Congreso de los Diputados, no hace ni un año, que la derecha jamás volvería a gobernar.
Lo curioso es que esta, para él, aterradora posibilidad ha provocado no solo su espantada de las instituciones, sino su atrincheramiento en el lugar en el que se siente más seguro: la Cataluña golpista y progre de Aragonés. Tiene motivos para elegir ese refugio. Descubrimos ahora a una especie de Peter Pan talludito que, siendo Vicepresidente del Gobierno y sin dejar de profesar el credo comunista, sale por patas del Ejecutivo y se refugia en Barcelona, capital mundial de perroflautas e infractores de la Ley en todas las versiones posibles. Allí anuncia una futura insurrección, a base de movilización callejera y pancarta (y tal vez algo más), al tiempo que huye de la más prolífica de sus ex parientas y de sus tiernos vástagos. Decididamente, Iglesias es más un “propietario” que un “proletario”, que ahora vive como un Erasmus pijo a la sombra de la “estelada”.
Otro aspecto destacable del artículo es la agresividad frentista y guerracivilista que rezuma su redacción, con expresiones como “marco de combate”, “experiencia de choque”, todas ellas enfatizadas con la inquietante pistolita de marras que seguramente ha visto en La lista de Schindler o en El Pianista. Él, en su brutal simpleza y con tozuda malicia, relaciona el arma con “la derecha”, aunque no queda claro si está pensando en ella como sujeto agente o paciente. Recordemos también que el victimismo es la impostura que sirve de pretexto al matonismo.
A mí me ha impresionado también la lista de obstáculos a sus objetivos políticos que él presenta como enemigos mortales a los que hay que combatir sin cuartel. Produce verdadera consternación el odio, sobre todo, a la nación española, siendo este un ejemplo de esta desgarradora e incomprensible tragedia que aqueja a nuestra vieja patria, según la cual la izquierda española considera un progreso todo lo que contribuya a desmenuzarla, a desacreditarla y a negarla, dando por válidos los planteamientos que ha tenido y tiene, por ejemplo, la ETA. Antes, al menos, disimulaban un poco. Por lo menos, este sujeto no esconde sus objetivos anti-españoles.
También resulta impactante el rencor que manifiesta contra otras instancias, algunas sorprendentes como es la comunidad de Madrid; otras son más tópicas, como es su obsesión contra la Monarquía, contra la Policía y contra el Poder Judicial, lo que va insinuando la posibilidad de una depuración en la más pura línea comunista. También destaca su ceguera al agitar su viejo odio contra los supuestos “poderes fácticos” aludiendo a un inaudito “dominio cultural de los medios de derecha”. Que Santa Lucía le conserve la vista.
Pero hay algo verdaderamente insólito que brilla por su ausencia en este contexto cuasi-bélico. Y es que falta en su alegato la menor crítica a la Iglesia Católica, cuando en otro tiempo esa era la principal fobia de la izquierda, hasta el punto de llegar a intentos de exterminio físico, en nuestro país y en otros muchos. Lean cualquier texto comunista anterior a los años cincuenta. Ahora, ni una palabra contra la Iglesia.
Algunos incautos pueden ver aquí un aspecto positivo del que debemos alegrarnos. Muchos de ellos se alegran de cuánto hemos avanzado, en la línea que ya marcó en su tiempo el eurocomunismo, cuando parecía que la extrema izquierda había superado sus resabios anticlericales y se afanaba por procurar un constructivo diálogo con los creyentes. Nosotros mismos, incluso, hemos oído a Don Pablo alabar al Papa Francisco y citar elogiosamente sus encíclicas.
Sin embargo, esos detalles no pueden obviar la realidad. Y la realidad es que Unidas Podemos pretende, según su programa electoral, expropiar a la Iglesia de su patrimonio artístico, exigirle el IBI de sus inmuebles, cerrar sus colegios, desterrar del todo su ya magra presencia en el ámbito público, nacionalizar sus inanes medios de comunicación, suprimir fiestas religiosas del calendario, cerrar capillas universitarias, hospitalarias y militares, retirar cruces del espacio público y consagrar definitivamente su irrelevancia más absoluta en la sociedad antes llamada “española”. Avanzar hacia el laicismo, lo llaman ellos. A lo mejor está pensando en “laicizar” su apellido.
No sé si a los responsables eclesiásticos esta modesta reflexión les inquieta un poco o si consideran que progresan adecuadamente en este camino hacia la insignificancia más absoluta y su conversión en ONG descafeinada, que en nada se diferencia de las demás.
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