Pablo Iglesias subraya un concepto para mí nuevo, llamado “Estado Profundo”. Me interesa. Creo que el diagnóstico es acertado. Sí sería aconsejable dar una explicación al respecto. Porque, además, pone un dedo en la llaga. En resumidas cuentas, el poder no es lo que votamos y luego vemos. No es el gobierno o el congreso de los diputados. Eso creía yo en mi juventud. Más allá del poder visible, hay una red oscura, inasible, que determina lo que es posible y lo que no en un Estado.
Se ha puesto de manifiesto con el caso “Pegasus” y el CNI, pero se extiende a muchos otros ámbitos. Y se ha concretado en la persona de Margarita Robles, titular de defensa, “la ministra que más gusta a la derecha”.
En la percepción de Pablo Iglesias – y de muchos otros -, Margarita Robles encarna a la perfección esa pieza del “Estado Profundo” situada estratégicamente en el consejo de ministros para “impedir desmanes”. Su complemento ideal es Nadia Calviño, “Estado Profundo” económico europeo, que vendría a “vigilar” el alineamiento español con la ortodoxia de Bruselas.
Iglesias – bien informado – señala la existencia de una madeja de jueces, altos cargos de la Policía y el Ejército, así como funcionarios de alto nivel, ligados a grupos financieros y mediáticos. Son el “Estado Profundo” y, según Iglesias, están muy-muy escorados a la derecha. Constituyen un núcleo que impregna y vertebra la esencia del Estado. Un Estado que, en lo fundamental, conserva los resortes franquistas – “atado y bien atado” -, así como su régimen de alianzas – sobre todo, con los Estados Unidos -. Un “Estado Profundo” que marca la pauta y limita la acción de cualquier ejecutivo, por progresista que sea. O que nos creamos que sea.
Pablo Iglesias – y muchos otros – no ceja en señalar que este “Estado Profundo” está intrínsecamente unido a la Monarquía y a la Constitución del 78, y subraya la falta de democracia de nuestro país. En la medida en que los poderes ocultos, por así llamarlos, se prolongaron de un régimen al otro, y dictaron las posibilidades del nuevo, toda pretensión democrática de las últimas décadas es una farsa. Así de simple.
Lo intocable de Margarita Robles – pese al “Pegasus” -, denota la vigencia y la fortaleza del “Estado Profundo”. Y, por tanto, de las contradicciones intrínsecas de todos los gobiernos del PSOE, así como la falsedad de su izquierdismo. Un aspecto que ha justificado el sempiterno foso entre socialdemocrátas y comunistas desde hace un siglo, o así. Al decir de Iglesias, no habrá democracia real mientras que la estructura profunda del Estado no sea plenamente democrática.
Pablo Iglesias ni se engaña, ni engaña. Solo que algunos nos planteamos si oculta celosamente su ambición más íntima. Y no es difícil. Va justo en el significado que la palabra “Democracia” tiene para Iglesias. Y el motivo por el que este – y muchos otros – considera que el parlamentarismo liberal occidental tiene poco que ver con la “Democracia” real. Pero ello excede el propósito de este artículo.
Iglesias sabe cuál es el núcleo real del poder. Y el modo en que este se mantiene a salvo de las veleidades de voto. A su modo de ver, se trata de un núcleo “antidemocrático”. Solo que la disolución de dicho núcleo nunca sería posible a través de un cambio parlamentario al uso, sino desde una “situación revolucionaria”. “Tomar los cielos por asalto”, vaya.
Lo que Iglesias se calla es que su idea de Democracia implica sustituir el “Estado Profundo” actual por uno nuevo, mucho más acorde con sus puntos de vista. Una nueva estructura que tampoco podría cuestionarse por las posibilidades de un nuevo Parlamento. De hecho, podríamos preguntarnos qué papel le quedaría el parlamentarismo tras la “situación revolucionaria”. En cualquier caso, los vientos electorales, hoy, no parecen favorables a ningún experimento de este tipo.
Lúcido, Pablo. Para el que comparta su idea de Democracia.
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