P… Agenda

Puta Agenda, ahora que estoy dentro del post y no me castra el algoritmo de corrección política de las redes sociales. Puta agenda, y ustedes me disculpan por la vulgaridad. Porque podría haber escrito maldita agenda, o agenda del demonio. O agenda asquerosa, si ustedes lo permiten. El castellano es una lengua llena de acepciones y matices; me encanta. Le di mil vueltas, intentando evitar el eructo lingüístico; ustedes se merecen otro trato. Pero luego me dije que más, mucho más se merecen la verdad o, al menos, mi versión de la realidad. Por ello me quedé con la ordinariez de «puta agenda». 

El DRAE le da a “puta” varias acepciones y, para este post, me acojo a la primera: “calificación denigratoria. Ejemplo: Me quedé en la puta calle”. Y tratándose de lo que se trata, no encuentro peor descalificación, ni más sentida. Y si permanecen conmigo unas líneas más — se lo ruego —, comprenderán a la perfección por qué eché mano del exabrupto y osé ensuciar sus ojos y cerebros.

Cualquiera de los trabajadores sanitarios, pero sobre todo los médico/as y enfermero/as que trabajamos en recursos extrahospitalarios vivimos bajo la tiranía de la agenda. De la puta agenda. Y de nuevo se me escapó el insulto sin que me dé tiempo a exponer el argumento.

Sobre el papel, la agenda es un intento de organización del tiempo de trabajo. Nada que objetar, pues. He vivido lo suficiente como ver evolucionar los esquemas de trabajo desde la desorganización más absoluta hasta un “matrix” informático donde todo viene detallado con mimo exquisito. El usuario — palabro indigerible —, dirección, datos, hora, quién lo envía y motivo de consulta. Eso, en especializada; en primaria, de otro modo, porque el usuario se envía a sí mismo.

Pero no es verdad. Nada es verdad en la agenda. A lo mejor, lo de puta le viene por eso. La agenda es la herramienta de dominación de la gestión clínica, entendida en el peor de sus sentidos — también los tiene buenos, qué duda cabe —. Una especie de látigo del negrero, si me pongo imaginativo. 

Es simple y complejo a la vez. En muchos de los escritos sobre la cuestión, se subraya cómo la actividad clínica se centralizó, y cómo, de este modo, los profesionales perdimos toda capacidad de independencia y gestión sobre los asuntos que nos afectaban. Y así, progresivamente, fuimos perdiendo toda libertad de organizar el menor aspecto acerca de nuestro trabajo. La agenda es el mejor ejemplo, y Atención Primaria el lugar más sangrante — que no el único —.

La desconexión entre poder político y macrogestión, por un lado, y clínica de a pie por el otro hace primar accesibilidad y demora cero como bienes irrenunciables, descuidando que ello se hace a costa de insertar pacientes y falsear la agenda. Los altos cargos peroran en público de agendas de treinta y tantos usuarios al día, ignorando realidades de sesenta y tantos. ¿O lo saben y simplemente se guasean de nosotros? 

Las pasadas décadas de plétora de médicos les instaló la sonrisa cínica: «si el tipo o la tipa se me quema, hay diez en la puerta esperando». Pero esos tiempos ya pasaron, y la sustitución viene siendo problemática. Es más, los tiempos también son otros en lo cualitativo, y se viene exigiendo más, tanto por una masa profesional dispuesta a largarse allá donde les den mejores condiciones, como una población más despierta y dispuesta a opinar y cambiar… su voto. 

(Inciso de última hora: ayer mismo, los compañeros de Primaria se manifestaron en varios puntos de Andalucía CLICK AQUÍ. Cambiamos de régimen, pero no de actitud. A peor, vaya, ante la ola masiva de jubilaciones. “El objetivo sería hacer atractiva Andalucía para que médicos de aquí no se vayan a otros destinos y, a la vez, que vengan profesionales de otras comunidades autónomas. El problema es que, a día de hoy, no se dan las circunstancias, entre otras cosas porque el Gobierno andaluz contrata por seis meses, mientras en comunidades como Castilla y León lo hacen por hasta tres años”).

La agenda en Primaria es el mejor epítome de un sistema caduco, uno cada pocos minutos, asistencia rápido-rápido, devaluada por la lógica de la brevedad. Paradigma del quiero y no puedo revisar-controlar una muchedumbre de usuarios añosos y polimedicados. Puta agenda que se complica hasta lo esperpéntico en vacaciones, que el compañero que se va no se sustituye y, por tanto, la puta agenda se hace requeteputa. Putísima. Insoportable, vaya. Peligrosamente puta.

¿Tienen sentido aún lo rimbombante de la “Gestión por Competencias”, “Planes de Salud”, “Acreditación de Profesionales” y hostias diversas promovidas por Consejerías y Gerencias que, o ignoran la realidad, o se mofan de ella en nuestra cara? Todo esto ya era humo tóxico en tiempos de plétora de personal. Hoy es un simple chiste sin gracia. Apaga y vámonos. O mejor, ciérrales los chiringuitos a los tocadores de lira y ponlos a pasar consulta. Algo aliviarán el problema.

Pero en especializada también tenemos nuestra puta agenda particular. La impuesta por objetivos de gestión que ignoran la realidad. Lo mismo que en primaria, accesibilidad a toda costa, asumiendo que, una vez puestos ante el médico en cuestión, saldrá de ahí un doctor Stanton (¿quién es el doctor Stanton… CLICK AQUÍ?), capaz de arreglarlo todo a cien manos, e insertarse revisiones a golpe de coronarias y fibromialgia. 

No vale, oiga. No nos vale que nos encajaran una serie de kapos enérgicos con un sentido del cinismo a prueba de bomba. Tipos/as que nos implantaron la cultura y la práctica obligada de ver rápido, resolver y dar el alta, aunque estuviéramos viendo cohortes de crónicos que no pueden — de ningún modo — ser bien atendidos en la puta agenda de primaria. 

Y que, día tras día, agotado de hacer cábalas acerca de la gestión de mi paciente en lugar de centrarme en arreglar su problema, no puedo sino proferir: «puta agenda, hostia; puta agenda…».

Twitter: https://twitter.com/frelimpio

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