Vivimos tiempos de trampantojos y mentiras, de cocina deconstruida y de añagazas argumentales. Entre Sánchez, Iglesias, la Calvo y el resto de la tropa hay un hilo de medias verdades que enmarañan los significados y convierten una charla de café en un laberinto de espejos en el que al final nadie sabe de lo que se está hablando.
Sánchez dijo algo cuando aún no era presidente del Gobierno y por tanto el presidente del Gobierno Sánchez nunca dijo lo que dijo. No es lo mismo, ¿entienden?
Iglesias declamaba su rollete sobre la cloacas del Estado cuando era él la rata en la alcantarilla de las tarjetas robadas a sus conmilitonas: se reclamaba como víctima cuando él era el verdugo; o sea, otra vez aquel sangrante Enric Marco, representante de las víctimas de los campos de concentración nazi homenajeado en el Congreso, que jamás estuvo en manos de la Gestapo ni pisó nunca un campo de exterminio. Y vivía de ello.
A Sánchez le supura el impostor que lleva dentro y hasta sus condolencias con los muertos tienen truco, ya sea para taparle las vergüenzas a Marlasca o para encerrar a la Virgen del Carmen en una hornacina que protege a la Patrona de las Marinas de España de las humedades de los litorales.
Observen cómo funciona esto… El marqués del FRAP sale al escenario para autoconcederse, como un napoleoncito hueco de Vallecas, todas las competencias en materia de residencias de mayores. Cuando los muertos se le amontonan hasta la asfixia, dice que las residencias eran competencia de Díaz Ayuso y el mariscal desaparece, pero luego asegura que, si se saltó el confinamiento, fue para ejercer todas las competencias que tenía atribuidas sobre las residencias de mayores… El trabalenguas no lo mejora ni Antonio Ozores con Fernando Esteso.
Lo de Illa es otra cosa, porque no sabe mentir a la manera canónica y deja todos sus embustes para el utilitarismo de los contratos y las adjudicaciones. Su cara fúnebre, de mayordomo de los Monster o de Shaggy Rogers, el miedoso de Scooby-Doo, es de la madera seca de las cajas de 48.000 cadáveres, uno tras otro.
Illa y Simón son como reponedores de Mercadona en ese gran supermercado de la muerte en el que Sánchez y los suyos han convertido esta pandemia, con sus cifras, su bonos de descuento por los triajes practicados y sus sanitarios, policías y soldados caídos en combate.
El “escudo social” era, otra vez, una milonga, un cuento chino de Wuhan, un merengue fofo, la palabrería inútil del botulismo comunista en conserva o una perorata al uso de las asambleas universitarias del marquesito de Galapagar, porque el mejor escudo social era la realización de test masivos y el confinamiento selectivo, cosa que no supieron y no quisieron hacer.
Simón tendría que haber dimitido ya 48 veces, una vez por cada mil cadáveres acumulados, que es una estadística sensata, prudente, comprensiva y por debajo del pico de la inepcia acreditada. Pero ahí sigue, riéndose de la desgracia ajena y de su misma inoperancia de chupatintas: es Simón el que rebrota antes que el covid19.
Iglesias manotea para intentar zafarse de las investigaciones abiertas por las Fiscalías de Bolivia, Venezuela, EE.UU. y ahora por el juez García Castellón. Aún le queda el flanco del eje Madrid-Teherán y el cerco de los prestamistas de la UE, que no parecen dispuestos a dejar en manos del trilero la Bolsa de Frankfurt.
Todo es subterfugio y enmarañamiento, lenguaje espeso y contradicciones, reversión de palabras, como calcetines…, como cuando el femicinismo se plantea la duda de si un hombre que se siente mujer podría ser juzgado por violencia de género… y la respuesta es ¡la gallina!, claro, hasta que aparece Macarena Olona y pronuncia las obviedades de bulto que nadie dijo nunca en el Congreso:
– “El hombre no mata; mata el asesino. El hombre no viola; viola el violador. El hombre no maltrata; maltrata el maltratador. El hombre no humilla, humillan los cobardes… ¡La violencia no tiene género!”, grita.
Y entonces tiemblan las paredes del Palacio de la Carrera de San Jerónimo y resuena su voz como si Tejero hubiese disparado otra vez al techo, mientras a Irene Montero se le queman en la cocina del chalet los biberones de los niños.
Parece mentira que haya que decir obviedades para que se escuchen, pero es que el sanchicomunismo vive del fake, de llamar mentira a lo obvio y obviedad a lo que es falso. Por esto es que la Calvo a menudo se hace un lío y cuando Espinosa de los Monteros le pregunta “qué piensa hacer el Gobierno para restituir la credibilidad de las instituciones”, la Calvo se acomoda la faja de los mazapanes y le responde que “no hay que restituir lo que nunca ha existido”.
Estamos muy de acuerdo, ministra.
PS: Y C’s…, frotando el sonajero de los votos.
He dicho.