Multas, prohibiciones… e insultos

Es difícil posar la mirada en cualquier sitio sin que nos bombardeen con prohibiciones, con amenazas… Es subirse en un ascensor público o semipúblico, y ver cómo se nos recuerda la severísima prohibición de fumar, y de hacer esto o lo otro; o en cualquier lugar “se recuerda que hay cámaras, avisamos policía”. No se nos trata como a un ciudadano al que la policía protege, sino como a delincuente, como a infractor, al que continuamente hay que estar amenazando… ¿De qué sirve ser honrado, cumplir las normas, pagar impuestos? Ni siquiera sirve para que “las autoridades” se dirijan a nosotros con un mínimo de modales. Dan por hecho que todos somos indeseables.

Todo es coerción, amenaza. En el médico, en el autobús, en todas partes.

Ya el colmo, un día con la alegría de tomar un tren, de evadirse un poco, he aquí que un letrero gigantesco, inmisericorde, un letrero rebosando tinta pagada por nosotros (a quienes se nos restringen luego mil cosas en papel- hasta el ticket de la compra nos quieren quitar “para ahorrar”), un letrero institucional, impreso chillón y protegido por su duro plástico, alardeando de despotismo, nos indica… ¿el qué? ¿que algo está prohibido? No, ya no es ni eso. Ya no es ni recuerdo de la prohibición, ni advertencia de la correspondiente grúa o multa. Es otra modalidad: la burla. Unas palabras sarcásticas insultando a los ciudadanos. Tal cual. Sin disimulo.

“Hay quien se cree que el vidrio se mezcla con otros residuos. Y que la tierra es plana. Y que los vampiros existen. Es el problema de mezclar ideas” 

(A veces decimos: “Me siento insultada” o “Estos controles de seguridad los considero un insulto”. Pero ahora no se trata de “sentirnos” insultados. Se trata de que, real y verdaderamente, la Junta de Andalucía edita letreros para insultarnos expresamente. “Hay gente así de cortita y de retrasada mental”, viene a decir).

Como tantas otras cosas, lo espeluznante es la escasa protesta que despiertan estos letreros institucionales. Los ciudadanos no se indignan. ¿Cómo es posible?

¿Les hace “gracia” tal vez, esa burla refinada? Claro: es un letrero para dividir a la ciudadanía. Para despertar hostilidades y desprecios, para que una parte (la guay, la “concienciada”, la que ha asimilado con ganas la religión ecológica) pues esa parte, la “ejemplar”, se sienta todavía más superior a la otra (si es que hay otra) y la desprecie, y se ría del vecino ignorante, y observe atentamente si el prójimo separa o no un botellín, y lo denuncie y lo llame “terraplanista”… Tal vez por eso la gente no protesta, porque el letrero halaga sus más bajos instintos, los de criticar, despreciar y humillar al otro.

Y habrá quien piense que este discurso le busca los tres pies al gato, que analiza un detalle sin mucha importancia cuando hay tantos problemas en la ciudad. Tal vez la costumbre de ver el derroche institucional en cosas absurdas, y en letreros ideológicos invadiendo cada rincón, nos ha hecho insensibles hasta al insulto.

Creo, por el contrario, que precisamente en una ciudad donde a cada paso vemos un entuerto, grande o pequeño (digamos las aceras de la calle Luis Montoto, o digamos cualquier cosa), el ver que el dinero de los ciudadanos y el tiempo de sus dizque representantes se va en producir letreros para burlarse de dichos ciudadanos… pues eso es de una gravedad histórica. Porque aún no estamos en cámaras de gas ni recibiendo latigazos, no nos alarmamos. Pero estos letreros son la antesala. 

¿Exagero?

Estudien Historia, por favor




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