Perdón, me equivoqué… Sostuve que era una imprudencia y una inmensa anomalía de nuestra democracia que el PSOE recabara los apoyos del comunismo de Iglesias, de Bildu y demás excrecencias independentistas, pero lo que resulta verdaderamente indecente es que esos partidos pactaran con un gobierno cuyo ministro del Interior califica de “organización criminal” al principal partido de la oposición, cuya directora de la Guardia Civil advierte a la oposición de que “quien siembra vientos recoge tempestades” y cuyo presidente de gobierno asegura que VOX (él pronuncia “la ultraderecha”) “ha cruzado una línea y será la última que cruce”… Todo junto, en el mismo sitio y a la misma hora, actuando como alabarderos de semejante declaración esa cumbre intelectual, Adriana Lastra, y un payaso televisivo que dice que su programa es “de rojos y maricones” donde humilla, acosa y desprecia a las mujeres que él elige como un sultán sadomasoquista. Y su jauría aplaude.
Así se entiende mejor por qué Sánchez dice “la ultraderecha” y no menciona el nombre de un partido, porque en ese término él mete a todo aquél que desentona o no se pliega a su conveniencia, de modo que si renaciera el Partido de Adolf Hitler y le prestase sus votos, Sánchez lo pondría de ejemplo de partido progresista.
Hubo una vez un debate en el Congreso, hacia el final del primer confinamiento de tres meses, cuando todo era un revés para el gobierno y necesitaba a toda costa apoyos para renovar el estado de alarma, que Sánchez, melifluo e inusitadamente conciliador en apariencia, como Scarr, el león traidor de “El rey león”, se refirió a VOX por primera vez por su nombre. O sea, que no me invento nada y a él le importa tres puñetas de dónde procedan los apoyos necesarios para no soltar el Falcon ni tampoco el BOE, ese periódico que publica leyes y reglamentos que parecen editoriales de Angels Barceló.
La estrategia zurda es la misma desde Largo Caballero y consiste en establecer como primera premisa que si no ganan ellos habrá violencia; de modo que ponen la pelota en tu tejado y si no les votas será porque inequívocamente deseas que haya violencia y por tanto eres tú el que incitas a la misma. No hay modo de escapar de semejante como silogismo tramposo y los suyos llaman a eso “pensamiento”. No ocurrencia, ni diarrea mental, ni sectarismo…
Es tanto así que todavía repiten la falacia de que a la Guerra Civil se llegó por una asonada militar, pero olvidan que el gobierno de la II República ya había declarado varias veces el estado de guerra, cada vez que se produjo una declaración de independencia, entre ellas la de Cataluña, y tampoco aclaran que Largo Caballero anunció que habría estado bolchevique en cuanto se deshicieran de Azaña.
Dicho a la manera de Alejo Vidal-Quadras: “Con Iglesias en el poder, ¿habría libertad de expresión, de asociación, de culto, de educación, de empresa y de propiedad?” No, ¿verdad? Entonces, ¿qué es lo que no entiende un votante socialista?
Olvídense del charraneo de las balas en un sobre, porque algún día sabremos que con las balas sucedió algo parecido a lo de la tarjeta de Dina Bousselham, cuya tarjeta del móvil estuvo varios meses en un cajón del propio Iglesias mientras acusaba a otros de un delito y dejaba chorrear todas las sospechas sobre las instituciones del Estado.
Las maniobras de Pablo Iglesias suelen ser como las de Mortadelo y Filemón, pero sin gracia, y cuando baja el tono y pone voz de ofendidito apesadumbrado o se viene arriba y grita hablando de la cal viva, siempre es un disfraz, de lagartija o de cañón de Navarone, como el personaje de las viñetas de Ibáñez.
En las elecciones de Madrid, Pablo Iglesias es un don Nadie que puede quedarse fuera de la Asamblea si no llega al 5% de los votos, pero tengo la sospecha de que si a la izquierda le alcanzara (si hace falta mediante un fraude), el presidente no sería Gabilondo, a quien Sánchez le reservaría el papel de presidente de la futura III República de sus ensoñaciones, pero no a la manera presidencialista de Francia o de EE.UU., sino al modo de Alemania o Italia, cuyos presidentes son figuras pasivas y durmientes, que es lo que le cuadra al tono arzobispal de Gabilondo, de dormir siesta a la hora del ángelus después de unos choricillos con chocolate y picatostes.
Las papeletas de Madrid, repito, ya duermen en Correos, sin que sepamos dónde, y el 4-M habrá reparto de carteros en cada colegio electoral. ¿O cuál es el dispositivo para hacer llegar las cartas a las mesas respectivas? ¿Alguien sabe quién es el custodio y qué lugar han reservado para proteger esas cajas? ¿Quién conduce y de dónde salen esa mañana las furgonetas de reparto?… Hago estas preguntas sólo para que alguien piense en la trazabilidad de un montón de papeletas que se amontonarán en los colegios ese mismo día, en cada pueblo y cada barrio, y cuyo objetivo podría ser no tanto alterar el número de votos cuanto crear la suficiente confusión que permita actuar, como es costumbre, a los del recuento informático. ¿Debemos suponer -pregunto- que esta vez la Junta Electoral sí cumplirá la ley escrupulosamente en el escrutinio general? ¿O ni siquiera merecerá la pena hacerlo si antes se ha actuado sobre el traslado de los votos de la forma que ocurrió en varios estados norteamericanos?
Les digo lo mismo que la Barceló a Iglesias el día del teatro: “No se vayan muy lejos, que luego hablamos”.
He dicho.
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