En tiempos del ventrílocuo José Luis Moreno, la gente no entendía muy bien (ni siquiera lo pensaba) que el cuervo vestido con esmoquin y sombrero de copa se llamara Rockefeller. En la sociedad norteamericana, sin embargo, donde José Luis Moreno inició sus pinitos como showman, la relación entre una cosa y otra era tan obvia como vincular a la Pantoja con una bata de cola o al PSOE con la Junta de Andalucía.
Sucede que los tiempos cambian y, en dos años de gobierno de Juanma Moreno Bonilla, la gente empieza a borrar aquello que parecía interiorizado de tal modo que se hubiese dicho que era una divisa o un hierro a fuego en la política española. Decías “la Hunta” y se te agolpaban las imágenes del puño y la rosa, como si San Telmo lo hubiesen inscrito ante notario a nombre de un partido o el logo del paragüitas fuese la cara de Manuel Chaves.
A día de hoy, una encuesta de ABC revela una tendencia entre el electorado que sitúa al PP de Andalucía por encima de los socialistas en intención de voto, lo que le permitiría de nuevo formar gobierno, si bien con el apoyo decisivo de Vox (convertido en tercera fuerza política) y, tal vez, un par de escaños, no más, de C’s.
No sé si es que el hábito contribuye a hacer al monje, pero creo que confirma que aquel ‘rey’ (el PSOE) iba desnudo desde hacía mucho tiempo y bastó que alguien lo gritara para que se reflejara en las urnas andaluzas.
Más de 36 años empantanados con un modo de proceder había generado un microclima, una especie de medioambiente que se asemejaba demasiado a un régimen al que parecían no afectarle los continuos escándalos de corrupción, arbitrariedad insoportable y paternalismo inmisericorde.
Sólo una vez en casi 40 años había logrado ganarle las elecciones el PP, con 50 escaños, al socialismo rampante. Fue en el año 2012 y el candidato entonces era Javier Arenas, quien, sorprendentemente, pese a su victoria, se quedó a cinco escaños de la mayoría absoluta que le profetizaban todas las encuestas, con Griñán como rival.
Arenas no pudo formar gobierno, porque no había modo de pactar con Diego Valderas, de IU, que se quedó con la llave de 12 escaños que abría la puerta de San Telmo. Otra cosa, tal vez, hubiera sido si aún hubiese estado al frente de la coalición de izquierdas el siempre original Luis Carlos Rejón, capaz de conducirse por esa clase de vericuetos y de pactos enrevesados. Pero al ex alcalde de Bollullos del Condado y ex presidente del Parlamento andaluz Valderas no le entraba en la meninge otra cosa que un discurso primario de una sola dirección.
A pesar de todo, nadie sabe explicar con rotunda claridad por qué motivo Arenas abandonó la política andaluza tras haber obtenido por primera vez una victoria icónica e histórica en unas elecciones autonómicas.
Hay quien se barrunta incluso, como hipótesis, que detrás de aquellas pírricas mieles se escondería un pacto estatal con el PSOE, que por aquellas fechas estaba hundido en la miseria de votos y sólo controlaba la comunidad autónoma de Asturias, mientras el PP gobernaba a nivel nacional con holgura y en todo el resto de comunidades (excepto País Vasco y Cataluña). Lo cierto es que de haber perdido también Andalucía, el PSOE quizá no habría podido ni encender la calefacción en la mayoría de sus sedes.
Sea como fuere, la marcha definitiva de Arenas a Madrid dejó preparado el asalto y el relevo que se produciría unos años más tarde con la sucesión de Moreno Bonilla como candidato y al frente del partido en Andalucía.
Luego vinieron los juicios de los ERE y, con ello y lo acumulado durante casi 40 años, la consiguiente hecatombe de Susana Díaz, invirtiendo esta vez las tornas, en 2018, en unas elecciones que ganó el PSOE pero a la inversa: sin opciones serias de formar gobierno.
Desde entonces para acá, la irrupción del sanchismo, con su delirante proceder desde las primarias y su melée continua de mentiras y posibilismos negligentes, han conducido a Susana Díaz a un paisaje absolutamente indeseado para ella, que sólo tiene a la vista la insumisión cimarrona o la dudosa posibilidad de una rebelión abierta contra los sanchistas, que desean laminarla del panorama pese a sus impostados golpes de pecho declarándose devota sobrevenida y neoconversa a la religión de un tipo que es incapaz de confesar a cuántos amigotes y familias se llevó de vacaciones a los palacios propiedad de Patrimonio del Estado mientras el país entero se arruinaba y se ahogaba en mitad de una pandemia y que decretó que habíamos vencido al virus sólo por no cancelar el plan de vacaciones que a buen seguro tenía previsto desde varios meses antes.
Cree Susana Díaz que le irá mejor cuanto mejor le vaya a Sánchez, pero puede que sea todo lo contrario y las únicas opciones que tenga de levantar cabeza sea que su ídolo de barro, del que ahora se declara fervorosa, se hunda en una de estas olas del virus, ahora y para siempre.
He dicho.
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