Monto en mi coche con dos personas, para un pequeño viaje por carretera de poco más de una hora. Conduzco yo. A mitad de camino, uno de ellos me informa de que ha tomado un diurético antes de salir, así que habrá que parar en algún momento y cuando avise será con urgencia… Pasados unos minutos, avisa, pero faltan como 8 kms hasta el próximo pueblo y nada hace pensar que haya una venta o similar para detenerse. De repente…
– “¡Para, para, no aguanto más! ¡Ahora, ahora…!”
Acabo de pasar un cambio de rasante y hay una larga recta despejada con un estrecho arcén y la cuneta. Me insiste:
– “¡Ya! ¡Ya!…”
¡Joerrrr! Desacelero, pongo intermitente y me voy colocando en el escaso arcén que hay en este tramo. Ya estoy casi parado cuando por el espejo retrovisor veo aparecer en el cambio de rasante a dos guardias civiles… con sus motos…
– ¡Ostras! ¡La cagamos!…
– ¿Qué pasa?
– No te bajes, es la Guardia Civil…
– Coño, pues dale, sigue, arranca…
– Sí, hombre! Están parando. Como arranque ahora nos persiguen a tiros, ¡coño!…
– Pues me estoy meando.
– Pues espérate un poco o la liamos. Y además, ¿sabes qué? Ayer se me jodió el mecanismo del elevalunas de este lado. Como baje el cristal cuando venga, se descuelga de golpe y se queda de pico, hecho un siete… Y como abra la puerta que da a la calzada para atenderle, lo mismo se piensa que hay algo raro…
– ¡No jodas!
– ¡Te lo juro!
– Pues se han parado detrás y se ha bajado…, Ahí viene…
– Sí… Menos mal, se aproxima por tu lado para no meterse en la carretera. Uffff, ¡qué suerte!…Buenas tardes, agente…
– Buenas tardes. ¿Algún problema?…
– Verá, agente… Aquí el amigo se ha tomado un diurético antes de salir y le dan ganas de orinar así de repente… Un apretón, no sé si me explico.
– Pónganse detrás de mí y síganme que 500 metros más adelante, después de la curva, hay un desvío hacia un riachuelo y allí no hay problema…
Una moto delante y otra detrás, gálibos apagados pero con las intermitencias puestas, escoltados a mear con una cortesía de ministros y honores dignos de mejor causa, por la Benemérita. Llegamos al lugar indicado, nos ceden el paso con toda prudencia y amablemente. Alzamos la mano agradeciendo el detalle y luego siguen su camino. Otro asunto arreglado… ¡Gracias!
Cuando los vi aparecer en lontananza, detrás de mí, pensé en hacer lo que me contó una vez mi amigo José Miguel Évora de los dos gachones que iban de noche con una papa muy gorda en el coche y vieron un control de carretera. Aprovechando la oscuridad, se echaron los dos al asiento trasero, mano sobre mano, muy modositos y con los cinturones abrochados. Cuando se aproximó el agente, con una linterna y los vio a los dos con caras de búho, uno de ellos, sulfurado, le dijo:
– “Yavusté, agente, el muchacho que venía conduciendo y nos traía, cuando los ha visto a ustedes, se ha bajao y ha salío corriendo…”
¡Viva la Guardia Siví, coño!
He dicho.