Me lo dijo Adela

 

Ya me lo decía Adela: “Sé bueno, Jesulito, sé bueno”. Y desde entonces no he parado de serlo. He sido bueno hasta cuando he sido malo. Por eso no merezco más que laureles, críticas positivas, páginas tiernas por donde las letras dancen con libertad, y cuando me muera una lápida como Dios manda en la que se reseñe eso de “fue un hombre bueno”. Ni más ni menos, oiga. ¿O es que aquel momento en que cumplí los dieciocho y me lancé, mochila sobre las espaldas, a la misma deriva no se puede catalogar como heroico? ¿O es que porque me puse a navegar por donde me dio la gana ya se me va a crucificar, como al Nazareno?

No, no lo creo. Al revés, viniendo de ustedes estoy seguro de que todo será como una pequeñita fiesta en la que junto a Abbe Lane y Xavier Cugat nos partiremos con el famoso dentista de la canción. Así es como deben ser las jaranas, caramba, así: el picú de plástico, las pipas de girasol, los garbancitos, los altramuces, las avellanas, el citrato, las trufas envueltas en papel de estraza, los barquillos de canela, el algodón de azúcar, las manzanas de caramelo, los refrescos Godovi de naranja o limón… y algún que otro Bisonte tirado a pecho descubierto sin más miramientos.

Ya me lo decía mi madre, cuya excelsa gracia era la de Adela: “Sé bueno, Jesulito, sé bueno”. Y yo, sin responderle, me largué a Ámsterdam en una furgoneta Volkswagen junto al Capu, el Benjamín y la Pepi, a experimentar sensaciones nuevas. Desde entonces, no he parado de ser bueno. Si no, que se lo pregunten a los que me conocieron y aún me conocen. Un santo varón, amigos. Es lo que era y lo que soy. Me fío de cualquiera, de todo lo que se publica en las múltiples plataformas habidas y por haber… me entrego en cuerpo y alma, vaya. En pocas palabras: Jesús Conde, para servirles.

 

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