En ocasiones hay que hablar, aun a sabiendas de que seguramente seremos malentendidos. Se nos tachará tal vez de enemigos de la libertad, y del deporte y de la alegría. Inútil será repetir mil veces: “No queremos prohibiciones, no queremos prohibiciones”, pues quedará la coletilla del “pero puestos a prohibir…”.
Ahí vamos: puestos a prohibir, en aras del medio ambiente, ¿por qué escogen tan mal? Es cierto que en la vida humana siempre se dan incoherencias, es algo inevitable. Pero cuando son tan descomunales, e impuestas desde arriba… ya no vale excusarlas como meras imperfecciones, sino que indican una mentira de base. No hay, por parte de los Gobiernos, el menor interés por ese medio ambiente con el que tanto nos oprimen a todas horas.
Maratones y “medias maratones” invadiendo la ciudad, exigiendo la contratación de miles de guardias para prohibir el paso en todos los accesos (cuando contamos con La Cartuja, con el parque del Alamillo, lugares más idóneos y que no exigirían ese despliegue). La lista de daños colaterales sería interminable: desde la señora con artrosis obligada a caminar o a esperar en algún sitio cuatro horas, hasta… pongamos punto suspensivo. Pero no nos detenemos ahora en eso. Hablábamos del medio ambiente.
Los taxistas y conductores de VTCs realizaron la mañana del domingo 29 de enero numerosos servicios al aeropuerto, trayendo y llevando a participantes del maratón. De Barcelona y de otras ciudades habían tomado el avión esa mañana con destino a Sevilla para correr, y regresaban a su casa, en el avión de la una. Dos aviones en pocas horas, una sola persona. Para correr, que es muy sano y muy ecológico.
Incluso antes de esta era de obsesión por lo que llaman sostenibilidad, e incluso siendo de los que se preocupan más por las personas que por “el planeta”, pues aun así algunos, al tropezarnos hace años con amigos que habían ido “a Italia a pasar el día, un avión por la mañana y otro por la noche” nos hemos admirado de colosal derroche, de la frivolidad del planteamiento. Una explosión de energía descomunal para dar un paseo por un entorno agradable (en este caso, iban a pasear por “los Pre Alpes”)… en vez de haber ido por ejemplo a la sierra norte de Sevilla para pasar el sábado.
Pero en fin, es la economía de mercado, es la libertad… Pues bueno.
Ahora nos enfrentamos a los que toman un avión por la mañana temprano, para “correr que es muy sano” y luego regresan en otro poquísimas horas después. Sin equipaje, sin haber hecho nada más en la ciudad de destino.
En circunstancias normales, una persona razonable, por poco deportista que sea, debía pensar: “En fin, es la libertad. A mí me parecerá absurdo, pero en fin, a otro le parecerá a su vez un disparate el que yo haya tomado un avión para ir a ver un retablo barroco o para escuchar a un personaje al que admiro”. Cada uno tiene sus gustos – viva la libertad. Con esa idea hubiera reprimido el impulso censurador que, queramos o no, parece que todos llevamos dentro.
Pero miren, en febrero de 2023 esa reflexión simplemente no vale.
No vale cuando hasta al abrir una revistilla nos encontramos con un anuncio a página completa del Gobierno de España, pagado con nuestros impuestos, en los que, para animar a poner la calefacción lo menos posible, lo hacen de manera extrema, cruel, desmesurada (“Pablo es derrochólico, pone la calefacción al máximo, de malgastar energía también se sale”). Emplean un lenguaje extremo, sólo excusable en tiempos de guerra; utilizan el recurso límite de ridiculizar a un grupo, el de los alcohólicos en rehabilitación, que en una sociedad sana deberían precisamente estar considerados como un colectivo ejemplar, modélico, indicativo de lo más noble del ser humano en cuanto a reconocedor de su propia flaqueza y deseoso de redención… No hay que ser “políticamente correcto” para ver que este insulto gratuito que no viene a cuento es despreciable.
Pero no vamos a enredarnos, precisamente por el hartazgo de esta moda de ofenderse tan fácilmente, en lo que de repugnante tiene este recurso. No vamos ni a protestar por el insulto a ese colectivo (es más resistente o “resiliente” que otros). Sino a decir: si el Gobierno se ve en la necesidad de conminar hasta a no poner la calefacción en invierno, no ya con los altos precios, sino con campañas publicitarias que no paran mientes en lo obsceno, lo insultante, lo estigmatizador, con tal de hacer que disminuya el gasto de energía…
…si la situación es esa, entonces quiere decir que la escasez es extrema. Que la necesidad de ahorro es urgente. Que no hay un minuto que perder. Hasta pasando frío si hace falta.
¿Y fomentamos entonces una maratón, pagada con nuestros impuestos, con sus mil implicaciones de guardias, desvíos, cortes de calles y corredores que toman aviones, dos por persona el mismo día, para estar presentes?
No hablo contra los ciudadanos individuales que en su derecho están de viajar adonde quieran- sino contra los poderes que fomentan tan monumentales derroches.
Pero viva la libertad. No diría nada de no haber visto el anuncio de “Pablo es derrochólico”.
O estamos en emergencia energética o no lo estamos. No hay más.
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